Thursday, June 23, 2005

el olor entre las piernas, cap. 34 Updates

el olor entre las piernas
cap. 34
UPDATES

A mi pariente lo llamó Luis Daniel Todavía no han podido operarlo del tumor que le apareció en la cabeza. Hace ya más de un año que se fue para Chicago, y todavía no me acostumbro a su ausencia. Como no me acostumbro a la ausencia de Rosalina, que ya hace casi un año que se fue para España.

Cuando me despedí de Danny, por alguna razón, lo hice para siempre. Debe ser que siempre supe que nunca podrían operarlo, y que, debido a su condición de salud progresiva, moriría en poco tiempo. Hasta ahora me he equivocado, excepto en el precepto de que es posible que no nos volvamos a ver. Mi depresión sigue mordiéndome los talones, dándome días de lluvia y oscuridad, cuando el resto de la humanidad tiene sol con pajaritos. Sigo engañándome con la idea de que me disfruto la depresión, y sigo engañando con esto mismo a la gente que me pregunta por qué no estoy en medicamentos. Yo sólo quiero que la muerte me dé un poco más de tiempo, para dejar todos los asuntos terminados, en términos de literatura y pintura. Y quiero ir a Japón. Siempre quise ir a Japón. Lo que me lleva nuevamente a Luis Daniel, que aprendió japonés en su universidad y lo olvidó. Como yo lo he olvidado a él.

Rosalina no me ha escrito. Me veo tentado a dedicarle todo un capítulo de este libro, donde se reproduzcan los e-mails entre nosotros desde que se fue. A lo mejor lo haga. Irse fue lo mejor que pudo haber hecho. Es lo que yo debería hacer. Irme de este maldito país que va en picada, donde los senadores no saben comportarse, cuya economía ya está corroída más allá del moho al punto donde el metal se vuelve aire de sangre. Este es el precio que pagamos todos, cuando un país se vuelve una gran ciudad. Los amigos se van, unos e queda solo, y con la sentencia del desempleo y el hambre a cuestas, con sólo las ganas de sobrevivir como única compañía.

Miroku está algo mejor. Mi pariente lo llevó ayer al veterinario. Lo dejaron “hospitalizado”. Mi pariente fue a visitarlo hoy, y me contó que estaba de mejor ánimo, que comenzó a gemir tan pronto vio a mi pariente, que quería que lo sacaran de su jaula, y que mi pariente tuvo que irse llorando del sitio. Lo que me recuerda que los enfermos de gravedad siempre se recuperan algo antes de morir. Lo que me lleva a la noche de ayer, que fue una noche de esas de espiral en picada.

Pensando en Miroku comencé a llorar porque supo que no podía aguantar más, que esto ya no se podía seguir posponiendo. Me acosté a llorar en mi cama, pero me asaltó el recuerdo de aquellas palabras, que de momento me parecían tan lejanas... ¡Imel lenian dante! Comencé a pronunciarlas absorto en lo vacío del concepto de Dios y su gran misericordia. Las palabras se iban de mi boca sin sentido alguno. Decidí darme una ducha, como parte del ritual, para presentarme limpio y puro ante Gaia. Me llevé una botellita pequeña de cristal en cuyo interior hay muchas sodalitas, piedras semipreciosas usadas en la curación, la misma botellita de cristal que he usado durante nueve años (desde que llegué de Hartford) para curarme. Algo pasó en mis manos que no llegué a la ducha, porque la botellita se me resbaló y fue a dar contra el piso, haciéndose miles de pedazos de cristal y sodalitas azules regadas como el espanto de un recién nacido, transmitido por el aire vía difusión y osmosis, cuando se da cuenta de que le dijeron que esto era Tierra Prometida, y en realidad es una trampa de las peores. Entonces me di cuenta de que si mi perrito se salva será por verdadera misericordia de Buda y Gaia, porque yo ya no tengo poder mágico alguno sobre la situación. Lo perdí al romperse la botella. De todas formas me bañé, para estar puro. Me acosté en mi cama y traté de pronunciar las palabras. Pero con sentido o no, ni siquiera escapaban ya de mis labios. Tenía una piedra de molino en el cuello, y me dolía, literalmente, el corazón. Lloré nuevamente, por Miroku, por Sandy y Reynaldo, por todos los muertos que me acompañan dándome su sombra, y sobretodo, por mí mismo, por ser tan débil. Las lágrimas, los quejidos, y el llanto compungido me fueron llevando al sueño poco a poco.

Me despertó la luz suave del sol oculto entre nubes blancas, filtrándose por mi ventana. Todo era vanidad. Y el suicidio me estaba llamando con su dulce voz.

-Siempre tendré lista una cucaracha para ti... –me decía.

El suicidio me huele a campos de trigos y lavanda seca, a sábanas de hospital recién cambiadas. Debe ser por eso que han llegado los espirales. Para darme el toque final.

No comments: