Friday, January 27, 2006

el olor entre las piernas, cap. 66 Morderse la cola

el olor entre las piernas, cap. 66 Morderse la cola

Anoche Zisa me dijo que su madre tenía una gran capacidad para comenzar un cuento, seguir hablando de cosas que no vienen al caso, y retomar el cuento al final, no sin antes dejar a su audiencia impactada, porque todo lo que parecía no venir al caso, era crucial para su discurso. Me quedé boquiabierto, porque siempre he querido lograr algo así, desde que vi por primera a Abe Simpson, en la popular serie.

Sucede que hoy cai, por casualidad, en uno de esos edificios abandonados de Río Piedras. Me pareció extraño ver a un guardia municipal de los que va en bicicleta, entrando, y después a un chico que lo seguía. Cuando entré a investigar, me di cuenta de que el edificio era en realidad un hospitalillo y refugio de deambulantes. Había ropa usada, pero en buenas condiciones, tirada por todos lados, junto con jeringuillas, y bolsitas de plás tico vacías, cucharas quemadas y mucha basura. Pensé que mis pasos sonarían al pasar por encima de todo lo que era papel, y que rechinarían al subir las escaleras de madera barnizada, que en su tiempo debieron haber sido muy hermosas. Nada de eso, el silencio pareció consumirme enteramente. Muy sigiloso subí los escalones, hasta que los vi. El guardia tenía sus pantalones cortos en los tobillos, los calzoncillos blancos también, doblado y mirando hacia al otro lado del edificio, mientras el muchacho, un atleta de la universidad que reconocí inmediatamente, desnudo lo clavaba por detrás. No pude creer mi suerte, y deseé haber tenido mi cámara, que siempre llevo conmigo, y hoy la dejé. De repente, el atleta comenzó a rugir. Intuí que se estaba viniendo. Cuando sacó su miembro del culo del guardia, me di cuenta de que no tenía condón. A continuación, el atleta se “asumió la posición”, y el guardia lo clavó, también sin condón. Me avisó que estaba a punto de venirse, cuando sus gruñidos se unieron a los del atleta. Decidí que el espectáculo se había terminado para mí, y que era buena idea irme.

Río Piedras nunca deja de descepcionarme, me dije, recordando varios días atrás, cuando vi a una deambulante pidiendo en una luz cercana a la UPR. Vestía un brassiere deportivo blanco que acentuaba sus pezones y un mameluco de mahón azul. Lo más impresionante fue que estaba casi calva. Sólo portaba tres moñitos esporádicos de pelo. El resto de su cabeza tenía la piel desnuda, no afeitada, sino simplemente calva. El shock me obligó a darle el único $1.50 que me quedaba. Me lo agradeció diciéndome que porque yo era hombre era un cabrón, que todos los hombres son unos cabrones, y que ella se merecía más de $1.50, que me cagara en mi madre, y me los estrujara en el pecho. Pero no me devolvió el dinero.

Hace tiempo que no escribía. Se lo atribuyo al hecho de que me compré un carro, y no estoy viajando por transporte público. Ya no tengo muchas historias que contar. San Juan se me queda grande, Río Piedras se me infla, para dejarme solo, como si tuviera estrías en la piel que quedan cuando se pierde demasiado peso demasiado rápido. Aunque puedo escribir mi historia con los carros, que siempre ha sido una mezcla de ciencia ficción con realismo cruel teatral. Mi primer carro, cuando llegué a Puerto Rico, me costó $500 y era un Mazda 323 del 87’ gris. Siempre me dio problemas. Una vez por poco choco, porque fui a dar una curva y me quedé con el guía en la mano. Desde entonces, siempre le he tenido fobia a los carros, pero me da con nombrarlos. Aquel se llamaba “ El Buga”, abreviación de bugarrón, como el guardia municipal y el atleta (el último de estos sé, de hecho, que tiene novia). Al carro que tengo ahora no le he puesto nombre. Es un Nissán Sentra del 97’, de un color que todavía no lo gro identificar. Se parece mucho al color de las ixias, unas flores que crecen sólo en Lyon, Francia, que son tan pálidas que parecen transparentes, aunque portan una coloración azul acqua opaco. Lo que me recuerda, que esas flores las descubrí porque tenía una amiga en escuela superior en Hartford que se llamaba así mismo, Ixia. Tenía el cabello negro, largo hasta las rodillas, ojos achinados, o más bien, hawaiianos, y una cara muy hermosa. Solía estar enamorado de ella, aunque ya para ese entonces, sabía que era gay. Supongo que era uno de esos crushes que nacen del peer pressure. A Ixia le gustaba mucho ver pornografía gay.

La señora que me vendió el carro, sucede que es compañera de trabajo, maestra en la academia desaparecida de la cual jamás volveré a hablar, porque esa parte de San Juan se la comió mis oscuridad en uno de mis últimos espirales. Me dijo que el carrito estaba bueno, que sólo tenía 44,000 millas, que ella lo había comprado y que lo utilizaba para cruzar la avenidad Doña Felisa Rincón, esa que baja hasta Los Paseos, porque aunque ella vivía al otro lado de la avenida, no podía cruzar a pie para trabajar en la Academia, porque padecía de la rodilla. Lo que me acuerda que mi rodilla todavía duele, y que se acerca un espiral lleno de pesadillas de pierna rota, como se acerca otro espiral de sueños con estudiantes a los que he herido y hecho llorar, porque me he dado cuenta de que no sirvo para maestro, porque aunque tengo el don, no tengo la paciencia para bregar con niños. En fin, que la maestra quiere retirarse, y pensó en mí para que ocupe su posición. No sé qué decirle, porque me entusiasma la idea de cambiar de ambiente, dejar a 4to, 5to y 6to, para enseñar a 10mo, 11 y 12.

Al carro no le había puesto nombre, pero he pensado en varias opciones. Me vino a la mente “Pato Lindo”, en honor a Alex Trujillo, un traficante de drogas que anda prófugo, dueño de uno de los puntos en un residencial del que no me acuerdo, y que se viste de mujer. No sé, pero me seduce mucho la idea de que el dueño de un punto se vista de mujer, lo que me acuerda que mi amigo Daniel Álvarez me contó que una vez se tiró a un caco en una playa, que le dijo que quería que se lo metiera, pero que le diera un break en lo que se cambiaba de ropa, poniéndose un trajecito de mujer corto, de mahón, mientras Jamie Sunflowers, una draga muy conocida en la ciudad, lo ayudaba a vestirse. Me dijo mi amigo, que se lo metió así, porque qué diablos, aunque no le tripeaba la idea, estaba un poco ebrio y muy bellaco.

Pero creo que Pato Lindo es un nombre demasiado fuerte para un carro tan grande. He pensado mejor ponerle “Vampi”, en honor al atacante de mujeres que anda suelto por el país que se la pasa chupándole la sangre a la gente. Si yo fuera mujer y me atacara un salvaje de esos, le entraría a carterazo limpio, y le gritaría algo así como: “¡Estás cabrón! Te toleraría más que trataras de violarme, ¿pero esto? ¡No Señor! ¡Mi cuello me lo dejas quieto, so cabrón!”

En fin, creo que Vampi no es tampoco el nombre que busco para el carrito nuevo. Debo decir que mi malísima experiencia con los autos, ahora porque mi carrito nuevo está botando aceite por una de las juntas del motor, me ha inspirado dos cuentos, ambos rechazados durante años consecutivos en el ventiúnico certamen literario que vale la pena del país: el de El Nuevo Día. Los cuentos se llaman “Bleeding Hummingbird” y “Salem Lights”, curiosamente ambos ostentan títulos en inglés aunque son en español. Creo que si me da mucho problema este carro, haré lo que el personaje de “Salem Lights” durante el metapuff (como le llamo a la última halada de cigarrillo): tirarle la cherry en el charco de gasolina que botó por debajo y verlo estallar desde la distancia.

Me alegra el saber que siempre puedo contar con gente imaginaria como la mamá de Zisa, y sus cuentos que se muerden la cola. Creo que le llamaré a mi carrito, BUGA JR., en honor al guardia municipal, al atleta y a mi querido BUGA I por haberme servido fielmente durante 5 hermosos años de mi vida en esta magnífica ciudad.

Monday, January 09, 2006

el olor entre las piernas, cap. 65 Queenbee Chinese Rose Soap, 3x$1

El olor entre las piernas, cap. 64, Queen Bee Chinese Rose Soap, 3 x $1

La única alternativa que me deja la ciudad durante la Navidad es huir de ella. Me refugié en casa de mi pariente, en Coamo, y me prometí sobrevivir este invierno haciendo turismo interno. Hacia tiempo que quería ir a Barranquitas a ver la nueva bioblioteca de la plaza del pueblo, así que hoy fuimos mi pariente y yo.

Sucede que el camino de Coamo a Barranquitas está plagado de curvas que más bien son U-turns, y después de pegarle par de gritos a mi pariente por no estar pendiente de la carretera, llegamos a un punto en la carretera desde el cual se veía perfectamente el Cañón de San Cristóbal. Nunca había visto algo tan majestuoso. Tiene que ver con tanta tierra abriéndose para tragarse el mundo. Creo que mi ánima general en invierno es eso, tirarme de cabeza al cañón y dejar que la tierra se abra y me trague.

Un poco más adelante había una tienda a mano izquierda cuyo nombre estaba cubierto por pinturas enmarcadas, soles y lunas en cereamica y muñecas de porcelana. Me pareció genial la mezcla tan distintiva de productos a vender que ofrecí ala tienda. Seguimos nuestro camino a Barranquitas, y no se nos hizo difícil encontrar la tan pequeña plaza. Era un paraíso en medio de tanto verde, tan arriba cerca del cielo. Eso es la plaza de Barranquitas: un pedazo de cielo, muy decorado, en algo se me parecía a los griegos, debió haber sido el mármol en las escaleras y el piso, el granito, o el precioso gazebo que pusieron en el medio ataviado de cuatro estatuas romanas. Con los adornos de Navidad se veía regia. Con la bioblioteca nueva, se veía magnífica.

La biobliteca se erige justo al lado del Centro Cultural. Su fachada externa es de cristal, sus sillas azules con lámparas azuels en mesas blancas, una bella escultura colgante de varias capas de cristal de colores y diseños atrevidos para una biblioteca, la cual parecía realmente una obra de arte en sí misma. En la fachada exterior, cae un frontón magnánimo, con magnánimas palabras escritas en él, que por haber sido dichas por don Luis Muñoz Marín, no les presté atención alguna. Tuve que acordarme varias veces de que estaba en el pueblo natal del póstumo, para no meter la pata como lo hago siempre y decir alguna estupidez en su contra. Después de todo, el museo de Luis Muños Marín estaba exactamente detreas del Centro Cultural, que junto con la bioblioteca nueva, permanecían cerrados, porque son administrados por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, que está de vacaciones en estos días, hasta el 10 de enero. Fui a la alcaldía a ver si alguien me abría la bioblioteca y me daba un tour. Después de todo, estaba haciendo turismo interno. Les dije que había venido de San Juan, que soy maestro en una academia negrera y que no tenía demasiados días de vacaciones para malgastar dándome semejante viaje desde la capital.

-¿De veras? ¿Desde San Juan? –me preguntó la dependiente de la alcaldía muy entusiasmada, demasiado diría yo, pues se reía muy pervertidamente, mientras le decía a su compañera de trabajo, -¡Mira! ¡Vienen desde San Juan!

No me abrieron la bioblioteca. Así que nos fuimos a caminar por las tiendas de alrededor de la plaza. Entramos a una que se llama SUPER GANGAS, que es como un 1,2,3 pero más isleño, más de campo, relleno de todos esos juguetes trilili bien baratos que los niños odian y a los adultos les resuelve, especialmente en épocas como ésta. Tenía un rack completo de figuras de acción de 8” de Spiderman, mal pintadas, sin nada de realismo… bueno yo no estaba esperando encontrarme con alguna que otra colleción de MacFarlane, pero inclusive, en la entrepierna de los Spidermans se notaba claro el mecanismo de rotación. Spiderman action figure: 3 X $2.50. Me imagino que las abuelitas del pueblo hicieron su agosto en diciembre.

Allí había un hombre que me imagino que era el ventiúnico maricón del pueblo. Tenía preciosos ojos azules, un rostro bastante hermoso, y un cuerpo descojonado, que no se sabía donde terminaba el cuello y comenzaba la barriga. Se nos quedó mirando a los ojos a mí y a mi pariente, hasta que decidimos irnos de la tienda. De salida fue que los vi. Un paquete de jabones Queenbee Chinese Soap. 3 X $1.00.Los había de eucaplito, rosas, pachoulí y sándalo. Como las últimas dos no me gustan para nada, me decidí por los primeros, los cuales estaban envueltos en precioso papel chino verde y magenta respectivamente. Se me ocurrió que podría tratar de desenvolverlos cuidadosamente y coger el papel para hacer origami, hasta que me acordé de que nunca me ha salido bien, tan siquiera un avioncito de papel.

el olor entre las piernas, cap. 64 fireworks

el olor entre las piernas,
cap. 64
fireworks

FIREWORKS Twenty-two points, plus triple-word-score, plus fifty points for using all my letters. Game's over. I'm outta here.

El día de despedida de año, como parte de su proyecto de asimilarme a la Navidad, mi pariente me llevó al K-mart de Juana Díaz. Para sacarle partido a la expedición, le pedí que me llevara por la carretera vieja de Coamo a Juana Díaz. Me complació a regañadientes, pues la carretera está llena de hoyos.

Un poco antes del puente español, hay un bar a mano izquierda a cuya gente les tengo el mal de ojo puesto.

INSTRUCCIONES PARA LLEVAR A CABO UN MAL DE OJO EFECTIVO Y EXITOSO:

El mal de ojo no es otra cosa, según Migene González-Wippler, respetada escritora puertorriqueña de libros de esoterismo, que una concentración del poder personal de la bruja, o el mago, cargado de emociones y deseos negativos, y lanzados hacia una persona o grupo de personas en particular, sin necesidad de tener a la persona de frente.

La última vez que pasé frente a ese bar, un auto atropeyó a un perrito chihuahua. El perrito era adulto, pero aún así era diminuto, y como lo vi con mis propios ojos, le dije a mi pariente que detuviera el auto. Fui corriendo hacia donde él, a tratar de sacarlo de la carretera, para que no viniera otro carro y lo atropeyara más todavía, pues aún estaba vivo. Tenía par de colmillos rotos, que me dolieron meas a mí, pues me acordaron el cuento de Mara Pastor “A 3 dientes”. También me acordaron a Miroku, mi perrito dashund que me cuenta cuentos y me da ideas para mis novelas. Miroku, que siempre ha estado tan obsesionado con las historias que se muerden el rabo, que literalmente se mordió la cola y se la arrancó. Estuvo hospitalizado en Salinas por cuatro días. Anyway, la gente que estaba bebiendo en el bar ni se dignó a venir a socorrer al chihuahua herido, que por cierto, me mordió cuando traté de moverlo de la carretera. Me gritaron que lo dejara ahí, que ese perro se pasaba ladrando y jodiendo de noche.

De camino al K-mart, por la carretera vieja de Coamo a Juana Díaz, justo después del puente español, mi pariente me dice que a mano izquierda siempre hay un viejito sentado que le dice adiós a todo el mundo. Lo llamaré Don Hermenegildo, porque me tripea el nombre. Ese día Don Hermenegildo no estaba allí, y mi pariente me expresó su preocupación de que hubiera muerto.

Seguimos nuestro camino. Un poco más adelante, a mano izquierda hay un letrero verde que dice EL DESCALABRADO. Me pregunto quién se descalabró allí, y cuál fue su historia, porque con los nombres en español, y sobretodo, en Puerto Rico, hay que tener en cuenta que siempre tienen una historia detrás, o millones de ellas. Le pregunté a mi pariente, y me dijo que eso debía ser nuevo, porque no sabía qué era.

Finalmente, me dijo que aunque la carretera estaba jodida, le gustaba pasar por aquí porque le acordaba la época en que su padre los llevaba a todos ellos (a mi pariente y sus cinco hermanos, y a la madre de todos ellos) por esa carretera. Buscaban un lugar a la orilla, ponían una sábana, que me imagino que no era blanca de cuadritos rojos, y pasaban la tarde de los domingos comiendo pollo asado que compraba el papá y bebiendo Coca-Cola, refresco que para aquel tiempo ya había cambiado su composición química a lo que es el deia de hoy.

Ya no se ven familias enteras haciendo picnics a la orilla de la carretera. Ni se ven viejitos alegres diciéndole adiós a todo el que pasa frente a sus casas. Solamente están los realengos atropellados, descomponiéndose ante la vista de todo aquel que tiene ojos para ver, como mismo se descompone el país.

En K-mart, le compré una camisita para el frío a Miroku. Es azul y verde y dice BONE SNATCHER. Creo que pensará que es una camisita muy cool. Conociéndolo, estoy seguro de que le va a gustar. Probablemente me regale un cuento, esta Navidad. Me encantaría que fuera una novela.

Solamente quedaba algo por ver ese día. La despedida de año en Coamo. Mi pariente y yo arrancamos para cada de su hermana, mi cuñada. Estuvimos comiéndonos la mierda hasta las doce, viendo por TV los especiales de Navidad de los canales locales. En uno salió un listado de gente importante que falleció en el 2005, entre ellos Tony Croatto.

-¡Qué guapo era! –casi gritaron mi pariente, mi cuñada y la vecina de ésta al unísono.

Cuando enseñaron a Enrique Laguerre, todos gritaron “Uy, ¡qué cosa fea!”.

Supongo que ahora me doy cuenta de la importancia de Laguerre en nuestra literatura. Escribió unas novelas bajo el impulso de un movimiento literario al que le quedaba poco tiempo de vida, como a todos los movimientos artísticos de aquel tiempo tan lejano para mí. Supongo que eera el apocalipsis de los movimientos, porque ahora lo que tenemos es postmodernidad, que sinceramente todavía no encuentro con qué se come eso. Supongo que Laguerre tenía mucho que decir y pocos oídos, pocos ojos. Eso lo sé ahora, que ya no está. Sin embargo, me reafirmo en que una novela debe tener una misión, pero debe ser entretenida a la misma vez. Nunca se puede perder eso de vista, con nada que sea artístico. Aún así, me pregunto si a mí me pasará lo mismo cuando salgan mis libros, si la gente se hará de oídos y ojos sordos, si las palabras llegarán a su destino, o si todo este gran esfuerzo es en vano.

Una explosión me sacó de mis pensamientos. Salimos todos afuera de la casa, y los vimos. No sabía que esto es tradición en Coamo. A sólo dos minutos del conteo de medianoche, el árabe que vive cerca de casa de mi cuñada comenzó a disparar cohetes al aire. Fireworks dije para dentro de mí. En unos segundos comenzaron a salir cohetes de todas las casas de la urbanización y de todos lados adonde se podía observar en Coamo, cerca y a lo lejos, muchos, muchos cohetes llenando la noche de luciérnagas efímeras, como lo es todo en esta vida. En ese momento, mientras la gente me abrazaba y me decía “¡Felicidades!”, y yo les repetía lo mismo enmimismado y mecánicamente, me perdía en la belleza de los fireworks.