Tuesday, June 14, 2005

el olor entre las piernas cap. 31 psycho

El olor entre las piernas
cap. 31
Psycho

En esta ciudad, son muchas las cosas que pueden hacer que uno se vuelva psycho. Una de ellas es la tensión, que en determinado punto, puede volverse barométrica, y destruir la relación sentimental estrecha que tienen los huesos con los músculos. Esto lo digo mientras trato de entretenerme en la sala de emergencias del CDT de Río Piedras. Trato de sostener yo mismo una relación incestuosa con el verbo curarse, que últimamente ya nadie usa, habiendo sido reemplazado por sanarse o por sentirse mejor. ¿Será que en esta gran ciudad ya nadie cree en la curación? Debe ser que el repertorio de enfermedades y virus ha crecido grandemente desde los últimos 20 años para acá, y la gente educada, si alguna vez tuvo relaciones sentimentales con la palabra esperanza, las ha perdido. Pero volviendo a la sala de emergencias, estaba allí porque un espasmo muscular me paralizó la espalda y el cuello. Me explico. En la mañana me di un duchazo con agua caliente. Salí de la ducha y me dirigí a mi habitación. Cuando comienzo a secarme la espalda sentí una punzada aguda, un dolor magnánimo que no me permitía hacer nada que no fuera gritar. Traté de ponerme los calzoncillos, pero tuve que emplear el tan entrenado uso de mis pies para lograrlo. Luego de eso, el pantalón fue lo más fácil. Mas no pudiendo elevar mis brazos, gasté casi 45 minutos y como cuatro o cinco gritos en ponerme una camisilla.

Luego de eso, caminar fue lo más torpe y difícil. Parecía Frankenstein, dijo uno de los conserjes de la Resi, sin saber que Frankenstein nunca fue el nombre de la criatura, sino el del científico que la creó. Yo me sentía mas bien como los zombies haitianos productos de un hermoso fufú vudú. Cada paso me tomaba de treinta a cuarenta segundos (sí, los conté). Ya en el lobby, el director auxiliar llamó por una ambulancia, la cual nunca llegó, porque no había ambulancias disponibles. Lo que llegó fue una Montero de los guardias de la universidad, que no paraban de discutir mi situación por la radio. Que lo mío no era una emergencia, que no se atendían casos de emergencias por espasmos musculares, que tenía yo que hacer lo posible por caminar hasta la universidad, hasta servicios médicos. En aquel momento tuve relaciones ilícitas con el verbo cagarse en la madre de alguien. Algún guardia se apiadó de mí y en cuestión de minutos aparecieron dos de ellos en la Montero. Casi no podía moverme, mucho menos montarme sin pegar gritos histéricos de fin de mundo. Cuando por fin lograron sentarme en el asiento de atrás, me condujeron a Servicios Médicos, tratando de no coger ni un solo hoyo en la carretera, porque me producía un intenso dolor, mas lo cual fue imposible gracias a la abusiva cantidad de lomos y cráteres en las calles de Río Piedras, aun dentro de la IUPI.

Tengo que reconocer que me atendieron rápido en el hospitalillo de la universidad. Me dieron unas Valium para el dolor, y me inyectaron una sospechosa sustancia incolora y desconocida en una nalga. Luego de media hora y de varios intentos fallidos de proyección astral, el dolor regresó. Asimismo volvió el médico con la enfermera, con una nueva inyección. En la misma nalga. Parecían asombrados los dos. Luego, la enfermera me dijo que se suponía que a la primera inyección el dolor se me hubiera aliviado. Como no fue así, mis peores miedos resurgieron. Pensé que me quedaría paralítico, pues el dolor era tanto que sentía que mi espalda se había dividido del resto de mi cuerpo. Mi cuello no tenía ningún tipo de sostén. Aun hoy, mientras escribo esta columna, siento el dolor, pero también siento la posibilidad de quedarme paralítico si hago algún movimiento brusco.

Volviendo al relato, mis lágrimas brotaron cuando el médico de la universidad me indicó que tendría que referirme al CDT de Río Piedras. Un guardia me llevó en otra Montero diferente. Sé que era diferente porque el espacio me pareció mucho más pequeño que la guagua inicial, créanme, mi cuello lo sintió cuando tuve que agachar un poco la cabeza para poder entrarla en el asiento delantero, lo cual me incita a pensar ávidamente que los fabricantes de autos la tienen en contra de la gente que sufre de espasmos musculares. Yo no me cuento como uno de ellos, naturalmente. Esta es mi primera vez, y estoy seguro de que será la última, aunque ni yo mismo me crea eso.

Al llegar al CDT, rápido buscaron una silla de ruedas. Menos mal, porque no podía moverme. El dolor era insoportable. No pienso tan siquiera resumir las tres horas y media que estuve en la sala de emergencias del CDT, porque verdaderamente, me sorprendió que no fueran siete horas, sino la mitad (usualmente son siete horas, lo juro y puedo mencionar miríadas de ejemplos), y segundo, porque realmente entre el dolor, los pensamientos histéricos e hipocondríacos de parálisis cerebral y general, y los niños pequeños gritando sin justa y divina disciplina, el tiempo se me fue bastante rápido.

Cuando el médico me atendió me dijo que me pondrían tres inyecciones, que en cuál nalga las quería. Por supuesto le dije que solamente tenía permiso de ponerme una sola inyección en la nalga derecha. Las otras dos tendrían que ser en la izquierda. Inmediatamente una enfermera me llevó a un cuarto que supuestamente cerraría con seguro. Yo con los pantalones y calzoncillos abajo, luego de espetarme la primera inyección, se abrió la puerta y entró un muchacho de lo más guapo él, vestido con ropa extravagantemente holgada, un pañuelo blanco en la cabeza, debajo de una gorra roja y unos ojos estúpidamente verdes, lo cual me indicó que era un caco callejero. Un caco callejero que acaba de verme el culo. Le grité a mi pariente (sí, a todo esto, mi pariente había llegado para estar a mi lado) que estuviera pendiente de la puerta. A todo esto, mi pariente no paraba de hablar de las maravillas del CDT, que si qué bien pintado estaba, que qué lindo lo tenían, que si tenía aire acondicionado, etc. etc. Yo pensaba en el sustantivo dolor, y cómo éste puede volver psycho a una persona común y corriente. Entre mi culo adolorido, más inyectado que las venas de un tecato, y mi espalda y cuello que estaban en huelga contra el resto de mi cuerpo, estaba yo, allí, tratando de cometer suicidio astral.

No comments: