Monday, September 26, 2005

El olor entre las piernas, cap. 53, Filiberto

El olor entre las piernas
Cap. 53
Filiberto

No. No voy a escribir nada sobre esto, porque no tengo nada inteligente ni honesto que decir sobre ello que nadie sepa ya.

Sunday, September 25, 2005

El olor entre las piernas, cap. 52, El pequeño Lestat

El olor entre las piernas
cap. 52
El pequeño Lestat

Esto será corto y rápido, tal vez porque me obliga a cuestionarme si realmente tengo lo que se necesita para ser un maestro. Me doy cuenta de que no.

La semana pasada, lo que envejece este escrito, mi grupo de sexto grado estaba muy incordio. Entre ellos, uno de mis estudiantes favoritos, a quien llamaré "Little Lestat", no paraba de llamar la atención e interrumpir mi clase. En el momento preciso en el que me trancó los bolos y me sacó por techo, agarré una goma Lion y le tiré con ella. Sin quererlo, le di en la cara.

En eso momento toda la clase se quedó pasmada, incluyéndome. Hubo un silencio sepulcral, como el que debió haber desde el principio, para yo poder dar mi clase. Había cruzado una línea que no debí pasar nunca. El pequeño Lestat se levantó llorando (es uno de los mayores de la clase, porque vino de Estados Unidos y tuvo que repetir un grado), y se fue a la oficina del director. Quise detenerlo, retenerlo cobardemente en mi salón hasta que se le pasara, cosa de no meterme en líos mayores, pero no lo hice. Creo que en ese momento lo único que realmente quería hacer era autoflagelarme.

Lestat regresó con el director, quien me preguntó, muy de buenos humores y ánimos, qué había sucedido. Le dije muy tranquila y pacientemente que el pequeño Lestat no paraba de hablar e interrumpir mi clase, que me faltó el respeto y que le tiré con una inocente goma Lion, y que gracias a mi puntería tan pésima, le di en la cara. El director se limitó a decirme muy tranquilamente que eso no podía ocurrir nuevamente, que le pidiera disculpas al pequeño Lestat, cosa que hice al momento. A continuación, el director le dijo al niño que le tocaba a él pedirme disculpas, cosa que hizo inmediatamente. Luego de ello, el niño entró al salón de clases, y el director se quedó hablando conmigo TRANQUILAMENTE sobre otras cuestiones que no venían al caso, como si fuera intencional el no querer darle demasiada importancia al asunto. Yo me sentí muy mal, porque verdaderamente quería flagelarme hasta sangrar las culpas. Así que fui a la oficina de la orientadora. De seguro ella me castigaría con los crudos sarcasmos que necesitaba para expiar mis pecados.

Al llegar allí ella me esperaba, como una pitonisa que sabía ya de antemano lo ocurrido. Ni siquiera me dejó hablar. "Usted es un excelente maestro, y estas cosas suceden. No se preocupe por nada. Vaya con Dios." Y con esa me dejó, estupefacto, sin realmente saber cómo reaccionar.

Pasaron dos días antes que pudiera mirar al pequeño Lestat a la cara. El tampoco se atrevía mirarme. Cuando terminó la clase le dije que se quedara, que tenía que hablar con él. No me dijo nada, simplemente me abrazó y me dijo que yo era el mejor maestro que había tenido en su vida. No supe qué decir, y como todavía necesito autoflagelarme, y para que este escrito no parezca una mierda de esas de Paulo Coehlo, he decidido, con mucho pesar, que la Bárbara Ann Roessler, a.k.a. la bárbara Bárbara queda off limits de ahora en adelante. En este libro, una sombra oscura se la traga y la borra de la faz de San Juan, una sombra oscura que cobijará a aquéllos que merezcan ser cobijados, como mi pequeño Lestat, cobijados en el más dulce de los olvidos, para que se cumpla el ciclo de los flagelados y pueda yo dormir en paz.

Monday, September 12, 2005

El olor entre las piernas, cap. 51 Pequeña gran ciudad de mierda

El olor entre las piernas
Cap. 51
Pequeña gran ciudad de mierda

Escribir frente a una página en blanco es enfrentarse con Dios. Porque es enfretarse con algo mucho más fuerte e impermanente que uno mismo. Sólo los que tenemos las agallas de escupirle la cara al Verbo podemos escribir. Y yo digo esto en uno de los momentos en que más detesto a Dios, a Río Piedras, y a la humanidad entera.

Algo andaba mal desde que me dijo el conductor de la C-18 que si me dejaba a la entrada del Walgreens, por la Ave. Universidad, porque había unos guardias que no permitían el paso y tendría que dar la vuelta. Enseguida le dije que me dejara allí mismo. Iba tarde para mi clase de los lunes.

Al asomarme a la Ave. Universidad, inmediatamente me detuvo un gandul. "No puedes pasar, ha habido un accidente, cruza por la otra calle a mano derecha". Inmediatamente super con la mayor certeza que algo ominoso y realmente maligno había ocurrido.

Cuando di la vuelta y cruce a mano derecha por la calle esa cuyo nombre nunca me he podido aprender, la del Walgreens, justamente frente al restaurante Linda Sara había una sábana de flores azules en el piso sobre el cuerpo ensangrentado de una viejita, sus bolsas de Walgreens todas desparramadas por la calle.

Sí había visto algo así. Los describo en uno de mis poemas de Lo que soñó la almohada/ Dream Card in the Pillow. En aquella ocasión un viejito arrolló con su automóvil a un señor que cruzaba por la calle, y lo decapitó con una de las gomas del carro. Cuando le preguntaron al doñito si había visto al hombre, él contestó: "¿Cuál hombre?". Cuando le preguntaron al del camión, seguramente contestó: "¿Cuál viejita?". La que dejaste tirada, aplastada contra la brea, hijo de puta.

No logro entender por qué en estos momentos me viene la imagen de Yuna, la de Final Fantasy X, con su cetro de summoner, enviando las almas de los muertos al más allá, balanceando su cetro en medio de un hermoso baile que sólo conocen los summoners, algo conocido en el juego como the sending. En ese momento, al ver a la viejita, unas palabras me llegaron a la mente. Amasu Lébanon Telluria... y me llegó también la imagen de mí mismo llevando a cabo el sending.

Hace mucho tiempo, cuando todavía pertenecía a la religión Wicca, quise hacer mi propio váculo. Tomé una rama de una planta que considero muy especial, porque sólo florece en la época de lluvia: la petrea. Con hilo blanco, amarré un pedazo de cuarzo blanco que conservaba, aún cuando se me había caído al piso y roto en dos. Debo haberlo conservado a causa de su imperfección, porque yo mismo soy eso, una cosa incompleta que llena y vacía con muchas palabras. Al final, le amarré una pluma de un ave natural del Africa cuyo nombre desconozco. Al momento, la pluma era importante para mí, porque me la había regalado la única madrina santera que escuchaba de mi religión sin decirme que yo etaba mal, que había que creer en los orishas, o en los santos, o en los palo mayombe, o en cualquier otra estupidez de esas que se nos ocurren a nosotros los caribeños para amortiguar el sentimiento de colonia, o la minusvalía nacional. Es una pluma hermosa, dorada por un lado, roja por otro, cobalto de frente.

Cuando llegué a mi apartamento hice el baile con mi varita mágica, haciendo el sending de Yuna, imaginándome el alma de la pobre viejita llegando al cielo mientras su cadáver seguía esperando desde la 1:30pm (hora aproximadamente del accidente, según los curiosos de la escena; a las 4:25pm todavía estaba allí, gracias a la supereficiencia de los servicios básicos de este país tan ciudad); mientras en silencio le agradecía a todos aquellos que se detuvieron en silencio y permitieron que semejante atrocidad creara un lapso en sus maquinadas rutinas, me cuento entre ellos, para seguramente reflexionar sobre lo inefable y lo breve que es la vida en esta pequeña gran ciudad de mierda.

P. D. Asimismo alimenté mi fantasía de tener telekinésis para así borrarle la sonrisa a San Juan.

Thursday, September 01, 2005

El olor entre las piernas, Cap. 50, Tratados agripinos sobre la naturaleza mágica de la suerte

El olor entre las piernas
Cap. 50
Tratados agripinos sobre la naturaleza mágica de la suerte

Si hay algo en que la película The Matrix no falla en describir es que la ciudad es un conjunto de códigos binarios que pueden ser alterados por una mente mucho más fuerte que la ciudad misma. El ejemplo más clásico es los semáforos. Muchos no saben que las luces trabajan con programas basados en logaritmos estratégicos que van de acuerdo al área citadina. Yo siempre he pensado que los semáforos son entes mágicos hechos por gremlins que se esconden en el sistema de alcantarillado de San Juan, que jamás y nunca es como el de Nueva York, donde se jura y perjura que hay cocodrilos vivientes y prehistóricos, o como las alcantarillas genéricas de la serie Teenage Mutant Ninja Turtles. Sucede que es cierto, que sí son criaturas los semáforos, y que como todo en la ciudad, pueden ser alterados con un poco de suerte.

Conozco infinitud de personas que ante una luz verde lejana se inventan desde hechizos simples hasta complejísimos rituales para que la luz se mantenga verde. Tengo una amiga que jura que es telekinética, y hasta parpadea los ojos en rápida sucesión como la mujer telekinética de la desaparecida serie ochentosa The Misfits of Science, o como Prue, la bruja de la serie Charmed. Asimismo, tengo un amigo sordo parcial, que cada vez que va guiando en su carro por la calle, hace repetidamente la seña del color verde con su mano derecha. Yo, personalmente, lo hecho a la suerte.

Debería comenzar por establecer que la magia es un proceso muy kantiano, en el sentido subliminal del concepto. Porque es en lo sublime, la suspensión de los sentidos ante el terror y la fascinación que se siente por una belleza o fuerza superior al hombre, que la magia se da. Uno suspende los sentidos y entra en un espacio ajeno, pero muy íntimo, un trans-universo fluido donde el lenguaje de la magia, llamado en estos tratados, El Lenguaje del Origen, cobra una fuerza que actúa en el mundo regular.

Mi hechizo favorito para la buena suerte es, como ya saben algunos, el Rama Luckiaga Fortuna Majora Sortílega Ramiaga. Pero hay que hacerse de cuenta que la suerte es una criatura muy caprichosa, y que no hay que andar retándola. Asimismo, es una criatura a la que hay que coger siempre por sorpresa. Por eso, es siempre conveniente cambiar de hechizos, para siempre coger a la Suerte fuera de base. Se me ocurren varios encantamientos que podría compartir con mis lectores, aunque bajo la pena de la maldición contra el plagio mágico. Los otros días me llegó a la mente Luckia Ixxia Faccíla! Estaba en la parada de guagua y comenzaba a llover con algo de viento, lo cual no es nada raro en Cupey. Inmediatamente la brisa se aplacó, y la lluvia cesó toda actividad. Lo más suertudo no fue que el sol no salió, no cual hubiera subido drásticamente la temperatura de la tarde, sino que la C-18 apareció inmediatamente, regresando de Cupey de camino a Río Piedras, aún cuando la gente que estaba conmigo en la parada me había dicho que no la habían visto subir.

De camino a mi apartamento, pronuncié nuevas y exitosas palabras élficas y silvanas que hicieron que los semáforos se mantuvieran verdes para mí: Ghinean Ilia Ghanesha... Víllean Llena Absorta... Chánceaga Alluria Méllenas...

Se me ocurre que asimismo el amor es una criatura aún mucho más viciosa que la suerte, y que ambas están emparentadas. Pero en el amor, yo no meto la magia. Creo que no es ético, aparte de que nunca funciona, porque es una magia muy traicionera. Pero la suerte es otro campo, creo que en una ciudad como San Juan, no sólo vale la pena intentarlo, sino que hay que hacerlo. Pero ojo, los días deben ser oscuros y lluviosas para muchos, para que en el día de una sola persona en esta ciudad, las nubes tengan bordes de plata.