Tuesday, June 14, 2005

el olor entre las piernas, cap. 31 Salsa

El olor entre las piernas
Cap. 31
Salsa

No hacía falta nada más que la maldad de cierta gente sin cerebro para que yo me transportara al mundo de una nueva novela. Sucede que a mi pariente le robaron la antena del carro. Posiblemente algún tecato que no sabe que esa antena sin el resto del carro no le servirá de nada. Hace falta tener mierda en la cabeza para no darse cuenta de ello. O sea que ahora sólo podemos escuchar algunas estaciones AM, que siempre me he preguntado qué significa, si alguien lo sabe que me lo diga por favor. La sentencia me pareció peor que la pena capital sin posibilidad de libertad bajo palabra, porque la estación que mi pariente puso fue la 14:50, donde la salsa era tan vieja que ya dejaba de ser salsa para convertirse en música folklórica. No sé en Puerto Rico, pero en Estados Unidos la música folklórica se escucha mucho menos que el country. En fin, que cuando mi pariente puso la estación, estaban tocando una canción que decía algo así como que el pollito, pío, pío, no me dejaba dormir, y después no podía laborar... una cosa así media extraña, media vomitiva, que me hizo preguntarme hasta qué punto la música de una generación puede permanecer clasificada dentro de un género, cuánto tiempo tiene que pasar para que se vaya al olvido del folklore, y sobretodo, cuán tolerantes tenemos que ser los de otras generaciones que no tenemos las herramientas históricas y arqueológicas para poder tan siquiera entender el entorno en el cual esa música se dio... pura maldad de algún tecato cuyo único propósito en la vida era conspirar con el gobierno, los organizadores de certámenes literarios y la administración de la universidad, para hacer de mi vida una misión imposible.

Sucede que me siento como un roquero maldecido por toda una isla que no entiende que a mí no tiene por qué gustarme un género musical sobre otro. Aquí vienen todas esas estupideces que dicen en la radio y en la TV local, que los puertorriqueños tenemos que apoyar lo que es del patio, y si nos vamos por esa línea, tenemos que volver a los ochenta, cuando los roqueros y los cocolos se entraban a puños porque unos estaban en contra de los otros, sólo por la música, lo cual para mí, si me preguntan, es preferible a que se peleen por banderas, por partidos políticos o cualquier otra sandez que provenga del Capitolio. En aquellos tiempos, recuerdo una canción de salsa que decía algo así como que el rock-and-roll es una fiebre pasajera, pero que la salsa es lo tuyo, lo de aquí. El rock siguió siendo el rock, porque al rock no le importa disputas isleñas de esta ínsula tan extraña. Pero yo me pregunto, por qué la pelea, si después de todo, ¿acaso ambos géneros musicales no tienen en sus raíces un pasado negro africano en común?

Lo que me lleva a la razón por la cual no me gusta mucho la salsa. Primero, respeto el baile y la ciencia implicada en el mismo. Porque no cualquiera puede bailar salsa sin quedar en el ridículo. Admito que no sé bailarla, que sólo me defiendo, pero que en cuanto a la salsa toca, defenderse no es suficiente. Entonces, continúo por decir que la salsa ha decaído demasiado. Recuerdo los inicios de Gilbertito Santa Rosa, y su “vivir sin ella, es estar encadenado a este cuerpo...”, o las salsas de Héctor Lavoe (aunque aquí tengo que tener cuidado porque muchas de ellas son machistas y no me complacen para nada), así como una que otra de Eddie Santiago, y la inolvidable “Hasta el sol de hoy”, de Edgar Joel. Y ahí pueden irse las salsitas principiantes de Rey Ruiz, “Mi libertad” de Frankie Ruiz, y por supuesto, todas las de Rubén Blades, que son pura poesía de la calle, historias completitas en verso que si bien se pueden escuchar y disfrutar, hay que reverenciarles el verso, leyéndolas como se lee la página. Pero lo que tenemos hoy es lúgubre. No sé ustedes pero yo le cortaría la cabeza a Víctor Manuel, y a todos aquellos, quienes en nombre del cambio y de la contemporaneidad vendieron los valores de la salsa vieja por cancioncitas insípidas de despecho, que de aquí a diez años nadie recordará.

Lo mismo pasó con el merengue, aunque eso sea otro capítulo. Me acuerdo cuando el merengue era alegre, cuando valía la pena bailarlo y escucharlo, porque tenía mucho de festivo. Pero desde que comenzó el merengue bomba (y puedo marcar el momento exacto en que esto ocurrió, porque fue con Ashley y su “éxito” “Yo soy la bomba de las mujeres...”) todo se ha ido al carajo. Manny Manuel tenía una carrera prometedora, pero por estar oliendo polvos blancos todo se fue al carajo, y sinceramente él era la única esperanza que tenía el buen merengue de sobrevivir. Enseguida vino Elvis Crespo con su “Píntame” y nos fue cogiendo a todos de pendejos, vendiendo discos que no aportan absolutamente nada al género, llenos de canciones desechables, porque en estos tiempos todo tiene que ser recíclable y biodegradable. Recuerdo la alegría con la que yo cantaba una canción de Manny Manuel que apareció en un disco que fue un tributo tropical a los Beatles. “Dame la mano y ven”. La primera vez que la escuché quedé bruto con la tan buena traducción y adaptación al merengue de una canción inglesa en todo el sentido de la palabra, que dejó a toda una generación marcada, una generación que me fue pasada a mí a través de mis hermanos, junto con la música de grupos como Cream, Yes y The Who. Todavía en aquel momento, la voz de Manny vibraba correctamente (fue un año después que la Comay lo criticó porque estaba cantando como viejo ebrio arrebatao).

En un ambiente como este, no puedo hacer otra cosa que volver a mis raíces gringas y seguir tratando con el rock. Pero nada puede decepcionarme aún más, pues el rock, como buen hermano de raíces negras de la salsa, sigue el mismo camino de la perdición. Metallica ya no es lo que era antes de los 80, lo mismo se puede decir de casi todas las “hairbands”. Llegaron los 80 y su música se gayficó. Esta palabra es la úncia que puedo usar para tratar de explicar cómo bandas que profesaban el heavy metal, de repente se volvieron sentimentaloides y comenzar a lanzar lo que vino a llamarse incorrectamente como “power ballads”. En esas se quedó Bon Jovi, y hasta Led Zeppelín. Sé que me van a caer los chinches por decir esto, pero es lo que pienso. Con este panorama bajo el puente, no pude hacer más que irme por la vertiente de la hija bastarda del rock-and-roll: el subgénero en aquel entonces, que ahora es todo un género en sí mismo, del “power metal”, que comprende grupos como Nightwish y Mägo de Oz. Vuelvo y pregunto, con un panorama como este, ¿qué puede hacer un joven roquero de conocimientos en la música que datan hasta los ’60, y que busca música inmortal, cuyas letras trasciendan la barrera de lo que se tiene en consenso como “canción”, que no es nada como la poesía? No pienso ponerme a coleccionar los álbumes de Jefferson Airplane, por más geniales que fueran, ni las sandeces de ABBA. He optado por coleccionar los discos de Tori Amos, porque no solamente no me queda otra remedio, sino porque también, entre las estrellas que dan esperanza, Tori es la que más brilla.

Volviendo a mi pariente, a la antena robada, y las estaciones de radio AM, tengo que reconocer que me provoca algo de curiosidad fantástica adentrarme en el mundo AM. Debe ser que el botón que dice AM siempre ha estado ahí sólo para emergencias de huracán, asuntos de política o relacionados desastres naturales. Debe ser que simplemente está ahí de adorno. Pero a medida mi pariente iba cambiando los dígitos (porque gracias a Dios la radio del carro es de esas digitales, precisas, cono como las de antes que tenían una barrita roja que había que mover de lado a lado, y buena suerte si das con una emisora que no tenga interferencia), aumentaba mi curiosidad fantástica. De repente me vino a la mente un personaje: un roquero de 24 a 30 años, todavía no me he decidido, al que unos tipos persiguen para matarlo, todavía no tengo claro por qué, y que se mete en el baño de un centro comercial (como en el juego Silent Hill, que se lo recomiendo a todos los escritores del patio), y se sienta en un inodoro que al ser descargado se lo traga, llevándolo a un mundo fantástico que se llama Salsa, así mismo, dominado tiranamente por música salsa, donde los reyes son Tommy Olivencia, Rubén Blades y otros salseros, aunque tendría que repensar a Rubén Blades porque en realidad me gusta y no quiero satanizarlo en ninguna de mis novelas. Me parece que el roquero hará todo lo posible por huir de Salsa, pero al final tendrá que llegar a términos con ese mundo, donde por cierto, todas las cosas son de colores chillones. Porque después de todo, de eso se trata la salsa: del condimento, del calor, del trópico, de la paleta de colores que usan los artistas plásticos caribeños en comparación con los de Estados Unidos, porque la luz aquí no es igual que allá, porque aquí hace más sol, pero la gente tiene menos calor en la cara. Porque si fuera de otra forma, la antena del carro estuviese bien puestecita en el cristal trasero. No tengo nada más que decir.

1 comment:

Isabel Batteria said...

Hola, David. AM significa "amplitud moderada" y FM es "frecuencia moderada". Creo, y escucha bien, CREO que tiene algo que ver con la distancia entre las ondas de sonido: mientras más distancia entre cada onda, menor es la calidad del sonido. Por eso Radio Universidad, por ejemplo, tiene peor sonido que La Mega, y las AM peor que las FM. Espero que, cuando dijiste que no sabías qué era algo, te hayas referido a ésto. Y también espero estar en lo correcto. No sé mucho de física. Ni mucho ni poco, pero el día que me enseñaron esto fue uno de los pocos que presté atención.

Saludos.