Tuesday, June 28, 2005

el olor entre las piernas, cap. 36 huelga de tetas

El olor entre las piernas
Cap. 36
Huelga de tetas

En uno de esos momentos de ocio oscurantista, me dedique a buscar paginas de blog al azar, y encontre un blog de una chica cuyo "entry" dice asi y cito: "I know this sounds a little stupid but I have found a bikini that fits me.". Imaginen mi sorpresa cuando al seguir leyendo termine identificandome con ella. Que puedo decir? Son raras las veces en las que yo tambien encuentro un bikini que no solamente me sirve, sino que tambien acentua mis mejores "assets".

No solia preocuparme tanto por mi figura, nunca he pasado de las 170 libras. Especialmente desde los 22 anos de edad, cuando comence a recibir cumplidos exacerbados sobre mi culo. O mis nalgas. O ambos. Recuerdo que comenzo cuando fui por primera vez a la playita de las uvas, la que queda frente al Capitolio en el Viejo San Juan. En aquel momento tenia un g-string gris, no un bikini. Pero a medida fui ampliando mi repertorio mental de imagenes pornograficas, me di cuenta de que la marca blanca que dejan el sol y el bikini en las nalgas es mas apetecible que la que dejan los g-strings. Cuestiones de gustos y estesticas variables, a mi me da igual. En aquel momento, acabe sodomizado por tres hombres a la misma vez entre los arbustos de Coccoloba uvifera que cubren la playa como vellos pubicos de una ciudad que se rehusa a afeitarse, por miedo a que desaparezca el olor entre sus piernas.

Pienso que lo mismo no sucede con las mujeres. Entiendo que el bikini de una mujer no debe llevar un top. La sombra blanca que el mismo deja en sus tetas me parece abominable, me remite mas a los huevos fritos que a lo que debe ser la imagen de una teta. Lo que me lleva a la razon de ser de esta columna: la huelga de las tetas frente a JCPenney de Plaza las Americas.

El domingo 26 de junio de 2005, a las 11:00am, comenzo a llegar la gente con pancartas. No eran tantos como en un conflicto huelgario de la IUPI. Pero no solo habian mujeres y sus bebes, o ninos, sino tambien sus maridos. Iban en circulo empujando los cochecitos y gritando consignas como: "Gracias mami! Viva la lactancia!". Luego de media hora o 45 minutos, se sentaron todas, sacaron a sus tetas como escopetas, y amamantaron a sus ninos. Y yo me quede impactado, porque por primera vez desde que estoy en Puerto Rico me enorgullezco de este pais, y de cuan tercermundista es, porque sinceramente, I wouldn't want it any other way. En Estados Unidos no creo que se le haya ocurrido a nadie hacer esto.

Me alegro que las madres de este pais hayan decidido frenar la perversion y la sexualidad de los medios, antes de que la susodicha alcanzara con sus tentaculos el acto mas hermoso de la maternidad inmediata: el darle la teta a un nino. Me parece ridiculo que la administracion de JCPenney haya permitido que su departamento de fotografia no le entregara las fotos maternales a la madre que reclamaba sus derechos amamantando a las 11:45am, por declararlas "pornograficas". Me parece perverso y muy incomodo, por las implicaciones que eso tiene en el arte, en el desnudo y en el desnudo artistico. Pero tambien me alegro de que lo hayan hecho, porque de otra manera jamas hubiera presenciado esto. Ahora que lo vi me puedo morir en paz.

Todo esto me lleva a concluir que esta ciudad no tiene limites, en cuanto a resistencia pacifica confiere. Todavia hay esperanza para nosotros los inconformes. Y me alegro de no perder la capacidad de sorprenderme. Porque esta ciudad esta siempre llena de sorpresas.

Thursday, June 23, 2005

el olor entre las piernas, cap. 35 la pajara hermosa

el olor entre las piernas
cap. 35
la pajara hermosa

Dice mi amiga Fela que una vez fue al Boricua, al pub que queda yendo para el casco de Río Piedras. Luego de varias horas bebiendo hasta la demencia, se excusó para ir al baño. Cuenta Fela que en los baños para señoritas recatadas del pub, los cubículos están tapados solamente por cortinas de saco. Aquella noche fatídica, una mujer abrió la cortina del cubículo de Fela y se disculpó cuando la vio. Pero luego le dijo:

-Te diría que tienes la pájara más hermosa que he visto en toda mi vida, pero no he tenido la dicha de vértela.

Fela escuchó esto y no pudo hacer más que comenzar a reírse, porque después de todas las “pick-up lines” que había escuchado por parte de mamíferos machos caminantes en dos patas, ésta, que venía de parte de una mujer, le pareció mucho más original. Cuando salió del cubículo, la mujer le soltó otra más:

-Pero ahora que te veo, tengo que decir que es cierto. Tienes una pájara muy hermosa.

Cuando Fela volvió donde sus amigas, y les contó lo sucedido por poco escupen sus cervezas en risería histérica colectiva. Esa noche fue una noche de pájaras. Bellas y hermosas.

Dice mi amiga Fela, entre jugos de frutas y cervezas de a dólar en Vidy’s, que eso no fue lo único que pasó en ese baño del Boricua. Que en otra ocasión distinta, ella fue a orinar y había unas tipas riéndose frente a los cubículos. Era obvio que estaban completamente ebrias.

-¿Están haciendo fila para usar el baño? –preguntó la Fela muy inocentemente. Ebria también, pero inocente.

Las mujeres le dijeron que no, sin parar reírse. Cuando Fela cerró la cortina de saco y se sentó en la bacineta, se dio cuenta de qué se reían las mujeres. De ella. Porque la cortina no cerraba el cubículo por completo, y se veían de las esquinas para adentro. Y las tipas se estaban riendo de todas las que entraban a orinar. A lo mejor les parecía curioso ver las indefensas compañeras en género, en su momento más vulnerable. Yo todavía no entiendo el chiste lésbico-sád[f]ico-ebrio de las tipas. Lo que me lleva a pensar que esa noche también fue una noche pájaras intensas. Bellas y hermosas.

Dice mi amiga Fela que en otra ocasión, hace como semana y media o dos semanas atrás, habían dos mujeres en el Boricua, que cuando vieron a Fela, a Vero y a Tania llegar, gritaron “¡Cinco patas en contra del alza!”. Fela quedó espantada, Tania no podía creer sus oídos y Vero, la única lesbiana del trío, se hizo la desentendida. Esa también fue, verdaderamente, una noche para las pájaras desentendidas y desalentadas. Bellas y hermosas.

Después de reírme como anormal en el Vidy’s llegué a mi cuarto para encontrarme una gran pájara sobre mi cama. Era una alevilla, por su traducción del inglés moth, que no es lo mismo que una mariposa, con las alas desplegadas, que fácilmente pudo medir de diez a doce pulgadas. Sus alas eran de color gris carbón, con maravillosos diseños en color beige y unos atisbos de azul violáceo. Casi acabo por sonar a diseñador de modas. Creo que su belleza y majestad fueron lo que me impidió matarla. Encendí el abanico de pedestal en HIGH, lo volteé hacia ella, y se la llevó el viento, hacia la oscuridad más allá de la ventana. Era una pájara real, de esas otras a las que hay que decirle usted y tenga. Una pájara perdida en su rumbo. Bella y hermosa.

el olor entre las piernas, cap. 34 Updates

el olor entre las piernas
cap. 34
UPDATES

A mi pariente lo llamó Luis Daniel Todavía no han podido operarlo del tumor que le apareció en la cabeza. Hace ya más de un año que se fue para Chicago, y todavía no me acostumbro a su ausencia. Como no me acostumbro a la ausencia de Rosalina, que ya hace casi un año que se fue para España.

Cuando me despedí de Danny, por alguna razón, lo hice para siempre. Debe ser que siempre supe que nunca podrían operarlo, y que, debido a su condición de salud progresiva, moriría en poco tiempo. Hasta ahora me he equivocado, excepto en el precepto de que es posible que no nos volvamos a ver. Mi depresión sigue mordiéndome los talones, dándome días de lluvia y oscuridad, cuando el resto de la humanidad tiene sol con pajaritos. Sigo engañándome con la idea de que me disfruto la depresión, y sigo engañando con esto mismo a la gente que me pregunta por qué no estoy en medicamentos. Yo sólo quiero que la muerte me dé un poco más de tiempo, para dejar todos los asuntos terminados, en términos de literatura y pintura. Y quiero ir a Japón. Siempre quise ir a Japón. Lo que me lleva nuevamente a Luis Daniel, que aprendió japonés en su universidad y lo olvidó. Como yo lo he olvidado a él.

Rosalina no me ha escrito. Me veo tentado a dedicarle todo un capítulo de este libro, donde se reproduzcan los e-mails entre nosotros desde que se fue. A lo mejor lo haga. Irse fue lo mejor que pudo haber hecho. Es lo que yo debería hacer. Irme de este maldito país que va en picada, donde los senadores no saben comportarse, cuya economía ya está corroída más allá del moho al punto donde el metal se vuelve aire de sangre. Este es el precio que pagamos todos, cuando un país se vuelve una gran ciudad. Los amigos se van, unos e queda solo, y con la sentencia del desempleo y el hambre a cuestas, con sólo las ganas de sobrevivir como única compañía.

Miroku está algo mejor. Mi pariente lo llevó ayer al veterinario. Lo dejaron “hospitalizado”. Mi pariente fue a visitarlo hoy, y me contó que estaba de mejor ánimo, que comenzó a gemir tan pronto vio a mi pariente, que quería que lo sacaran de su jaula, y que mi pariente tuvo que irse llorando del sitio. Lo que me recuerda que los enfermos de gravedad siempre se recuperan algo antes de morir. Lo que me lleva a la noche de ayer, que fue una noche de esas de espiral en picada.

Pensando en Miroku comencé a llorar porque supo que no podía aguantar más, que esto ya no se podía seguir posponiendo. Me acosté a llorar en mi cama, pero me asaltó el recuerdo de aquellas palabras, que de momento me parecían tan lejanas... ¡Imel lenian dante! Comencé a pronunciarlas absorto en lo vacío del concepto de Dios y su gran misericordia. Las palabras se iban de mi boca sin sentido alguno. Decidí darme una ducha, como parte del ritual, para presentarme limpio y puro ante Gaia. Me llevé una botellita pequeña de cristal en cuyo interior hay muchas sodalitas, piedras semipreciosas usadas en la curación, la misma botellita de cristal que he usado durante nueve años (desde que llegué de Hartford) para curarme. Algo pasó en mis manos que no llegué a la ducha, porque la botellita se me resbaló y fue a dar contra el piso, haciéndose miles de pedazos de cristal y sodalitas azules regadas como el espanto de un recién nacido, transmitido por el aire vía difusión y osmosis, cuando se da cuenta de que le dijeron que esto era Tierra Prometida, y en realidad es una trampa de las peores. Entonces me di cuenta de que si mi perrito se salva será por verdadera misericordia de Buda y Gaia, porque yo ya no tengo poder mágico alguno sobre la situación. Lo perdí al romperse la botella. De todas formas me bañé, para estar puro. Me acosté en mi cama y traté de pronunciar las palabras. Pero con sentido o no, ni siquiera escapaban ya de mis labios. Tenía una piedra de molino en el cuello, y me dolía, literalmente, el corazón. Lloré nuevamente, por Miroku, por Sandy y Reynaldo, por todos los muertos que me acompañan dándome su sombra, y sobretodo, por mí mismo, por ser tan débil. Las lágrimas, los quejidos, y el llanto compungido me fueron llevando al sueño poco a poco.

Me despertó la luz suave del sol oculto entre nubes blancas, filtrándose por mi ventana. Todo era vanidad. Y el suicidio me estaba llamando con su dulce voz.

-Siempre tendré lista una cucaracha para ti... –me decía.

El suicidio me huele a campos de trigos y lavanda seca, a sábanas de hospital recién cambiadas. Debe ser por eso que han llegado los espirales. Para darme el toque final.

Tuesday, June 14, 2005

el olor entre las piernas, cap. 33 Espiral uno: Miroku

El olor entre las piernas
Cap.
Espiral uno: Miroku


Hace unos días me encontraba yo vegetando frente al televisor, esperando ver si la caja del diablo emitía una de esas ondas masivas que me arrollara completamente dejándome impotente e insensible ante cualquier otra cosa que no sea “mindless entertainment”. Demás está decir que fue un ejercicio imposible. En esas me encontré con un anuncio de MTV2, en el cual un joven culto y educado, aunque muy extravagantemente vestido, criticaba el uso del lenguaje de tres típicos pospubertos estadounidenses. En una parte del diálogo, el joven británico les dice que el uso indiscriminado de ellos de la palabra “cool” renders it meaningless. El uso indiscriminado de una palabra le roba su fuerza semántica. La reflexión provocada por tan inteligente comercial, si acaso sólo por su exhaustivo análisis lingüístico, me lleva a pensar en el término “sangre” y cómo nosotros, los escritores del mundo, lo hemos usado tanto que ya carece no sólo de fuerza, sino de sentido y hasta de contexto. Que si lo hemos usado, más bien lo hemos exprimido hasta dejarlo sin vida. Y aquí yo preguntándome cómo usarlo de manera ingeniosa.

Miroku es mi perrito bebé. Lo ha sido ya por espacio de un año. Es un dashhound, o dashund, no lo sé con certeza, pues nunca he sido bueno para las razas de los perros, demás está decir que este es realmente mi primer perro de raza alemana, o americana, pues mis cachorros anteriores fueron chihuahuas y satos. Desde hace un tiempo, mi pariente y yo decidimos dejarlo suelto. Entiéndase que nuestra casa todavía no tiene verja, ni muro, ni cerca, ni picket fences, ni nada que se le parezca. Lo teníamos amarrado hasta que pudiéramos terminar de hacer el último muro que falta: el del lado izquierdo de la casa. Pero sus insoportables aullidos de pena por las noches se complicaron con la reaparición de las hormigas bravas, y entonces hubo que desamarrarlo. Se ha portado bien, para ser honesto. Se va por el vecindario, que realmente no me molesta, siempre y cuando regrese a casa sano y salvo. Eso no sucedió anoche.

Miroku jugaba conmigo en la sala de la casa. Mi pariente abrió la puerta del frente repentinamente, para irse a casa de unos amigos a ver la pelea de Miguel Cotto por HBO. Miroku aprovechó y se fue también. Pasaron sólo veinte minutos. Veinte minutos que son sólo casi un episodio de Inuyasha por Cartoon Network. Escuché unos gemidos animales por la marquesina. Cuando abrí la puerta lo vi. Miroku se mordía la punta de su rabo furiosamente, como si tuviera rabia con ella, como un cristiano sacándose un ojo que lo tienta y lo hace pecar. Chillaba mientras lo hacía. Entonces vi las hormigas en su comida. Las malditas hormigas hecho su regreso este año. Debía tener hormigas en la cola. En ese momento, pensé en cogerlo en brazos y darle un baño, pero Miroku no me dejó. Se fue debajo del carro, hasta desaparecer por el otro lado. Cuando fui a buscarlo, encontré los vómitos de comida. El asco me impidió ir en busca de mi perrito. En ese momento tuve que estirar la manguera y barrer los vómitos con agua de Dios.

Pasaron diez minutos más, y después de limpiar la marquesina llamé a mi perrito. Debieron haber sido varios gritos, pues la vecinita del lado me dijo que mi perrito estaba en la casa de atrás de la casa del lado de ella. Crucé por el patio trasero al patio trasero de la casa de ella, y el del vecino del lado. Allí estaba Miroku, acostado en la yerba mojada por la lluvia, mirándome con profundísima tristeza y gimiendo suavemente. Esto definitivamente no es “mindless entertainment”. Llamé a mi perrito, le pedí que viniera a mis manos, pero al final tuve que ir a cogerlo yo mismo, lo que me dio muy mala espina, porque usualmente no tengo que hacer más que tirarle un beso y él sale corriendo hacia mí. Lo tomé en brazos y comenzó a chillar. Lo llevé rápidamente a la luz de la marquesina, y ahí fue cuando vi el horror: Miroku tenía guindando de un tendón que parecía más un hilito de coser, las dos pulgadas de la punta de su cola. El se la mordía rabiosamente, como si quisiera quitársela él mismo. Y no paraba de botar sangre, muy roja y muy brillante.

Mi horror dio paso al shock, del cual tuve que obligarme a salir rápidamente. Corrí a buscar el tape médico, las gasas, el alcohol, la tijera, el pomo de triple antibiótico y un hechizo que recordé inmediatamente de mis días de Wiccan, o tal vez de mucho más tiempo atrás, de cuando me crié en Hartford y Miss Danvers me hablaba de cuando era joven y tenía que cuidar a sus gatos. En aquellos días no había dinero para veterinarios, lo cual no ha cambiado mucho. Ella me enseñó el encantamiento:
“A powerful voice arise
Sad Boy calls thee
My puppy is hurt
Please heal him!

Imel lenian dante!

Siempre me ha resultado fascinante el hecho de que yo vine a esta gran ciudad llamada Puerto Rico huyendo del garfio de la fe que profesa mi familia: Testigos de Jehová, sólo para darme cuenta que realmente no hay forma de zafarse de ella. Cuando la desesperación hunde su uña en nuestros corazones, recuperamos las viejas y desusadas oraciones, los rezos, los ritos, las velas y hechizos, los rosarios católicos o budistas, recuperamos hasta la cursilería soez de las telenovelas mexicanas que siempre nos enganchan una y otra vez con cada nueva novela.

En fin, Miroku sigue sangrando, mientras escribo esta columna. Tuve que cortarle el tendón del cual pendían las dos pulgadas de su cola, y eso es una imagen que acompañará durante las ya largas noches de insomnio. Imel lenian dante! Envolví el pedazo de cola, mientras morbosamente me preguntaba si acaso al pisarlo, chillaría Miroku de dolor, aún después de separados. Imel lenian dante! Deposité el esperpento en el zafacón y me quedé allí con él, acariciando su cabecita, mientras me llenaba de su sangre. Imel lenian dante!

Lo dejé durmiendo, para darme una ducha. Cuando salí del baño escuché sonidos de gagueo. Miroku estaba devolviendo. En su primer vómito había finos rastros de sangre. Pero a medida continuó vomitando se aclaró completamente. Entonces me asaltó la idea de que a lo mejor lo habían envenenado por el vecindario. Recordé que mi papá me dijo que a los perritos cuando los envenenan hay que darles aceite para beber, porque eso los hace vomitar todo lo que tienen adentro y les limpia el sistema. Le di aceita de oliva, que era el que tenía. Debió haber vomitado toda la noche.

Esta mañana lo noté mejor. Mientras escribo esta columna a tiempos distintos, lo reviso por rastros de fiebre, porque le dio fiebre durante el mediodía. Mi pariente fue a comprarle Pedialyte y Tylenol en líquido para niños, y una inyección a la que le quité la aguja para utilizar el resto como un gotero medido en “cc”. Ya le ha bajado la fiebre, y a mí se me ha ido la desesperación. Imel lenian dante! Es fascinante que cuando se trata de una mascota, siempre nos ponemos mucho más nerviosos que cuando se trata de un niño. Y es que conocemos tan poco de la constitución de los animales, de cómo están hechos, de cómo responden a distintos estímulos, de cuál es su “drive”, que en este tipo de situaciones no podemos hacer más que meternos hacia adentro, cultivar ese espíritu espiritual al que no le hemos hecho caso en todos estos años, comunicarnos con los dieciocho elementos del universo (que son, a saber y según este servidor: tierra, fuego, viento, agua, espíritu, luz, oscuridad, sonido, energía, materia, caos, orden, destino, correspondencia, vida, tiempo, espacio y entropía), y esperar a que por arte de magia, la magia que hilvanamos o que, mejor dicho, tratamos de hilvanar, haga sentido como lo hace en Charmed y Buffy. Juramos que hacemos algo, pero yo personalmente no lo sé ya. Juraría que aún cuando la ciudad nos arropa, algo de magia queda en estos tiempos. Es un hilo muy fino, como el tendón que sostenía la punta de la cola de Miroku. Pero a lo mejor sigue ahí.

el olor entre las piernas, cap. 31 Salsa

El olor entre las piernas
Cap. 31
Salsa

No hacía falta nada más que la maldad de cierta gente sin cerebro para que yo me transportara al mundo de una nueva novela. Sucede que a mi pariente le robaron la antena del carro. Posiblemente algún tecato que no sabe que esa antena sin el resto del carro no le servirá de nada. Hace falta tener mierda en la cabeza para no darse cuenta de ello. O sea que ahora sólo podemos escuchar algunas estaciones AM, que siempre me he preguntado qué significa, si alguien lo sabe que me lo diga por favor. La sentencia me pareció peor que la pena capital sin posibilidad de libertad bajo palabra, porque la estación que mi pariente puso fue la 14:50, donde la salsa era tan vieja que ya dejaba de ser salsa para convertirse en música folklórica. No sé en Puerto Rico, pero en Estados Unidos la música folklórica se escucha mucho menos que el country. En fin, que cuando mi pariente puso la estación, estaban tocando una canción que decía algo así como que el pollito, pío, pío, no me dejaba dormir, y después no podía laborar... una cosa así media extraña, media vomitiva, que me hizo preguntarme hasta qué punto la música de una generación puede permanecer clasificada dentro de un género, cuánto tiempo tiene que pasar para que se vaya al olvido del folklore, y sobretodo, cuán tolerantes tenemos que ser los de otras generaciones que no tenemos las herramientas históricas y arqueológicas para poder tan siquiera entender el entorno en el cual esa música se dio... pura maldad de algún tecato cuyo único propósito en la vida era conspirar con el gobierno, los organizadores de certámenes literarios y la administración de la universidad, para hacer de mi vida una misión imposible.

Sucede que me siento como un roquero maldecido por toda una isla que no entiende que a mí no tiene por qué gustarme un género musical sobre otro. Aquí vienen todas esas estupideces que dicen en la radio y en la TV local, que los puertorriqueños tenemos que apoyar lo que es del patio, y si nos vamos por esa línea, tenemos que volver a los ochenta, cuando los roqueros y los cocolos se entraban a puños porque unos estaban en contra de los otros, sólo por la música, lo cual para mí, si me preguntan, es preferible a que se peleen por banderas, por partidos políticos o cualquier otra sandez que provenga del Capitolio. En aquellos tiempos, recuerdo una canción de salsa que decía algo así como que el rock-and-roll es una fiebre pasajera, pero que la salsa es lo tuyo, lo de aquí. El rock siguió siendo el rock, porque al rock no le importa disputas isleñas de esta ínsula tan extraña. Pero yo me pregunto, por qué la pelea, si después de todo, ¿acaso ambos géneros musicales no tienen en sus raíces un pasado negro africano en común?

Lo que me lleva a la razón por la cual no me gusta mucho la salsa. Primero, respeto el baile y la ciencia implicada en el mismo. Porque no cualquiera puede bailar salsa sin quedar en el ridículo. Admito que no sé bailarla, que sólo me defiendo, pero que en cuanto a la salsa toca, defenderse no es suficiente. Entonces, continúo por decir que la salsa ha decaído demasiado. Recuerdo los inicios de Gilbertito Santa Rosa, y su “vivir sin ella, es estar encadenado a este cuerpo...”, o las salsas de Héctor Lavoe (aunque aquí tengo que tener cuidado porque muchas de ellas son machistas y no me complacen para nada), así como una que otra de Eddie Santiago, y la inolvidable “Hasta el sol de hoy”, de Edgar Joel. Y ahí pueden irse las salsitas principiantes de Rey Ruiz, “Mi libertad” de Frankie Ruiz, y por supuesto, todas las de Rubén Blades, que son pura poesía de la calle, historias completitas en verso que si bien se pueden escuchar y disfrutar, hay que reverenciarles el verso, leyéndolas como se lee la página. Pero lo que tenemos hoy es lúgubre. No sé ustedes pero yo le cortaría la cabeza a Víctor Manuel, y a todos aquellos, quienes en nombre del cambio y de la contemporaneidad vendieron los valores de la salsa vieja por cancioncitas insípidas de despecho, que de aquí a diez años nadie recordará.

Lo mismo pasó con el merengue, aunque eso sea otro capítulo. Me acuerdo cuando el merengue era alegre, cuando valía la pena bailarlo y escucharlo, porque tenía mucho de festivo. Pero desde que comenzó el merengue bomba (y puedo marcar el momento exacto en que esto ocurrió, porque fue con Ashley y su “éxito” “Yo soy la bomba de las mujeres...”) todo se ha ido al carajo. Manny Manuel tenía una carrera prometedora, pero por estar oliendo polvos blancos todo se fue al carajo, y sinceramente él era la única esperanza que tenía el buen merengue de sobrevivir. Enseguida vino Elvis Crespo con su “Píntame” y nos fue cogiendo a todos de pendejos, vendiendo discos que no aportan absolutamente nada al género, llenos de canciones desechables, porque en estos tiempos todo tiene que ser recíclable y biodegradable. Recuerdo la alegría con la que yo cantaba una canción de Manny Manuel que apareció en un disco que fue un tributo tropical a los Beatles. “Dame la mano y ven”. La primera vez que la escuché quedé bruto con la tan buena traducción y adaptación al merengue de una canción inglesa en todo el sentido de la palabra, que dejó a toda una generación marcada, una generación que me fue pasada a mí a través de mis hermanos, junto con la música de grupos como Cream, Yes y The Who. Todavía en aquel momento, la voz de Manny vibraba correctamente (fue un año después que la Comay lo criticó porque estaba cantando como viejo ebrio arrebatao).

En un ambiente como este, no puedo hacer otra cosa que volver a mis raíces gringas y seguir tratando con el rock. Pero nada puede decepcionarme aún más, pues el rock, como buen hermano de raíces negras de la salsa, sigue el mismo camino de la perdición. Metallica ya no es lo que era antes de los 80, lo mismo se puede decir de casi todas las “hairbands”. Llegaron los 80 y su música se gayficó. Esta palabra es la úncia que puedo usar para tratar de explicar cómo bandas que profesaban el heavy metal, de repente se volvieron sentimentaloides y comenzar a lanzar lo que vino a llamarse incorrectamente como “power ballads”. En esas se quedó Bon Jovi, y hasta Led Zeppelín. Sé que me van a caer los chinches por decir esto, pero es lo que pienso. Con este panorama bajo el puente, no pude hacer más que irme por la vertiente de la hija bastarda del rock-and-roll: el subgénero en aquel entonces, que ahora es todo un género en sí mismo, del “power metal”, que comprende grupos como Nightwish y Mägo de Oz. Vuelvo y pregunto, con un panorama como este, ¿qué puede hacer un joven roquero de conocimientos en la música que datan hasta los ’60, y que busca música inmortal, cuyas letras trasciendan la barrera de lo que se tiene en consenso como “canción”, que no es nada como la poesía? No pienso ponerme a coleccionar los álbumes de Jefferson Airplane, por más geniales que fueran, ni las sandeces de ABBA. He optado por coleccionar los discos de Tori Amos, porque no solamente no me queda otra remedio, sino porque también, entre las estrellas que dan esperanza, Tori es la que más brilla.

Volviendo a mi pariente, a la antena robada, y las estaciones de radio AM, tengo que reconocer que me provoca algo de curiosidad fantástica adentrarme en el mundo AM. Debe ser que el botón que dice AM siempre ha estado ahí sólo para emergencias de huracán, asuntos de política o relacionados desastres naturales. Debe ser que simplemente está ahí de adorno. Pero a medida mi pariente iba cambiando los dígitos (porque gracias a Dios la radio del carro es de esas digitales, precisas, cono como las de antes que tenían una barrita roja que había que mover de lado a lado, y buena suerte si das con una emisora que no tenga interferencia), aumentaba mi curiosidad fantástica. De repente me vino a la mente un personaje: un roquero de 24 a 30 años, todavía no me he decidido, al que unos tipos persiguen para matarlo, todavía no tengo claro por qué, y que se mete en el baño de un centro comercial (como en el juego Silent Hill, que se lo recomiendo a todos los escritores del patio), y se sienta en un inodoro que al ser descargado se lo traga, llevándolo a un mundo fantástico que se llama Salsa, así mismo, dominado tiranamente por música salsa, donde los reyes son Tommy Olivencia, Rubén Blades y otros salseros, aunque tendría que repensar a Rubén Blades porque en realidad me gusta y no quiero satanizarlo en ninguna de mis novelas. Me parece que el roquero hará todo lo posible por huir de Salsa, pero al final tendrá que llegar a términos con ese mundo, donde por cierto, todas las cosas son de colores chillones. Porque después de todo, de eso se trata la salsa: del condimento, del calor, del trópico, de la paleta de colores que usan los artistas plásticos caribeños en comparación con los de Estados Unidos, porque la luz aquí no es igual que allá, porque aquí hace más sol, pero la gente tiene menos calor en la cara. Porque si fuera de otra forma, la antena del carro estuviese bien puestecita en el cristal trasero. No tengo nada más que decir.

el olor entre las piernas cap. 31 psycho

El olor entre las piernas
cap. 31
Psycho

En esta ciudad, son muchas las cosas que pueden hacer que uno se vuelva psycho. Una de ellas es la tensión, que en determinado punto, puede volverse barométrica, y destruir la relación sentimental estrecha que tienen los huesos con los músculos. Esto lo digo mientras trato de entretenerme en la sala de emergencias del CDT de Río Piedras. Trato de sostener yo mismo una relación incestuosa con el verbo curarse, que últimamente ya nadie usa, habiendo sido reemplazado por sanarse o por sentirse mejor. ¿Será que en esta gran ciudad ya nadie cree en la curación? Debe ser que el repertorio de enfermedades y virus ha crecido grandemente desde los últimos 20 años para acá, y la gente educada, si alguna vez tuvo relaciones sentimentales con la palabra esperanza, las ha perdido. Pero volviendo a la sala de emergencias, estaba allí porque un espasmo muscular me paralizó la espalda y el cuello. Me explico. En la mañana me di un duchazo con agua caliente. Salí de la ducha y me dirigí a mi habitación. Cuando comienzo a secarme la espalda sentí una punzada aguda, un dolor magnánimo que no me permitía hacer nada que no fuera gritar. Traté de ponerme los calzoncillos, pero tuve que emplear el tan entrenado uso de mis pies para lograrlo. Luego de eso, el pantalón fue lo más fácil. Mas no pudiendo elevar mis brazos, gasté casi 45 minutos y como cuatro o cinco gritos en ponerme una camisilla.

Luego de eso, caminar fue lo más torpe y difícil. Parecía Frankenstein, dijo uno de los conserjes de la Resi, sin saber que Frankenstein nunca fue el nombre de la criatura, sino el del científico que la creó. Yo me sentía mas bien como los zombies haitianos productos de un hermoso fufú vudú. Cada paso me tomaba de treinta a cuarenta segundos (sí, los conté). Ya en el lobby, el director auxiliar llamó por una ambulancia, la cual nunca llegó, porque no había ambulancias disponibles. Lo que llegó fue una Montero de los guardias de la universidad, que no paraban de discutir mi situación por la radio. Que lo mío no era una emergencia, que no se atendían casos de emergencias por espasmos musculares, que tenía yo que hacer lo posible por caminar hasta la universidad, hasta servicios médicos. En aquel momento tuve relaciones ilícitas con el verbo cagarse en la madre de alguien. Algún guardia se apiadó de mí y en cuestión de minutos aparecieron dos de ellos en la Montero. Casi no podía moverme, mucho menos montarme sin pegar gritos histéricos de fin de mundo. Cuando por fin lograron sentarme en el asiento de atrás, me condujeron a Servicios Médicos, tratando de no coger ni un solo hoyo en la carretera, porque me producía un intenso dolor, mas lo cual fue imposible gracias a la abusiva cantidad de lomos y cráteres en las calles de Río Piedras, aun dentro de la IUPI.

Tengo que reconocer que me atendieron rápido en el hospitalillo de la universidad. Me dieron unas Valium para el dolor, y me inyectaron una sospechosa sustancia incolora y desconocida en una nalga. Luego de media hora y de varios intentos fallidos de proyección astral, el dolor regresó. Asimismo volvió el médico con la enfermera, con una nueva inyección. En la misma nalga. Parecían asombrados los dos. Luego, la enfermera me dijo que se suponía que a la primera inyección el dolor se me hubiera aliviado. Como no fue así, mis peores miedos resurgieron. Pensé que me quedaría paralítico, pues el dolor era tanto que sentía que mi espalda se había dividido del resto de mi cuerpo. Mi cuello no tenía ningún tipo de sostén. Aun hoy, mientras escribo esta columna, siento el dolor, pero también siento la posibilidad de quedarme paralítico si hago algún movimiento brusco.

Volviendo al relato, mis lágrimas brotaron cuando el médico de la universidad me indicó que tendría que referirme al CDT de Río Piedras. Un guardia me llevó en otra Montero diferente. Sé que era diferente porque el espacio me pareció mucho más pequeño que la guagua inicial, créanme, mi cuello lo sintió cuando tuve que agachar un poco la cabeza para poder entrarla en el asiento delantero, lo cual me incita a pensar ávidamente que los fabricantes de autos la tienen en contra de la gente que sufre de espasmos musculares. Yo no me cuento como uno de ellos, naturalmente. Esta es mi primera vez, y estoy seguro de que será la última, aunque ni yo mismo me crea eso.

Al llegar al CDT, rápido buscaron una silla de ruedas. Menos mal, porque no podía moverme. El dolor era insoportable. No pienso tan siquiera resumir las tres horas y media que estuve en la sala de emergencias del CDT, porque verdaderamente, me sorprendió que no fueran siete horas, sino la mitad (usualmente son siete horas, lo juro y puedo mencionar miríadas de ejemplos), y segundo, porque realmente entre el dolor, los pensamientos histéricos e hipocondríacos de parálisis cerebral y general, y los niños pequeños gritando sin justa y divina disciplina, el tiempo se me fue bastante rápido.

Cuando el médico me atendió me dijo que me pondrían tres inyecciones, que en cuál nalga las quería. Por supuesto le dije que solamente tenía permiso de ponerme una sola inyección en la nalga derecha. Las otras dos tendrían que ser en la izquierda. Inmediatamente una enfermera me llevó a un cuarto que supuestamente cerraría con seguro. Yo con los pantalones y calzoncillos abajo, luego de espetarme la primera inyección, se abrió la puerta y entró un muchacho de lo más guapo él, vestido con ropa extravagantemente holgada, un pañuelo blanco en la cabeza, debajo de una gorra roja y unos ojos estúpidamente verdes, lo cual me indicó que era un caco callejero. Un caco callejero que acaba de verme el culo. Le grité a mi pariente (sí, a todo esto, mi pariente había llegado para estar a mi lado) que estuviera pendiente de la puerta. A todo esto, mi pariente no paraba de hablar de las maravillas del CDT, que si qué bien pintado estaba, que qué lindo lo tenían, que si tenía aire acondicionado, etc. etc. Yo pensaba en el sustantivo dolor, y cómo éste puede volver psycho a una persona común y corriente. Entre mi culo adolorido, más inyectado que las venas de un tecato, y mi espalda y cuello que estaban en huelga contra el resto de mi cuerpo, estaba yo, allí, tratando de cometer suicidio astral.

Thursday, June 02, 2005

el olor entre las piernas, cap. 30, mangos

El olor entre las piernas
Cap. 30
mangós


Es junio, y no sé si es época temprana o tardía, pero los mangos caen de los árboles de la IUPI como escarnios de un dios complejo, dejando cientos de cadáveres exquisitos en un holocausto que aún en estado de putrefacción invitan al manjar de los paladares. Yo, que llevo tres semanas esquivando mangos caídos como ángeles rechazados, no he podido pensar en otra cosa que el olor a muerte que se propaga con las moscas y el calor, que dicen algunos que ayer subió a 107˚. No se me hace difícil creerlo, pues para aquéllos que crecimos en Estados Unidos, con la anticipada y detestada llegada del verano, podemos sentir la sangre hirviéndonos adentro cuando la temperatura pasa de los 100.

Las ideas se comportan como mangos, caen del cielo, se estrellan en tu cabeza y te llenan de sus jugos, dejándote su marca como moretón bien merecido. Esto es cierto especialmente en la ciudad, cuando caminas, te asalta una idea y de pronto no tienes dónde ni cómo escribirla, y pobre de ti si esto te ocurre cruzando la calle. Como anoche, que me asaltó una idea que venía cuajándose en mi cabeza desde el invierno pasado. Decidí abrir las ventanas de mi cuarto, encender el abanico en HIGH y ponerlo directo a mi cara, dejar la puerta de mi habitación entreabierta, abrir las ventanas de ambos lados de los dos pasillos, dejar abiertas las puertas del baño doble de caballeros, darme una ducha fría y no secarme, para luego echarme a dormir. La idea funcionó muy bien, especialmente cuando a las 4:00 AM comenzó a soplar la brisa de la mañana. Redirección del viento, pensé en voz alta, el mismo concepto para protegerse de los huracanes, usando conceptos de física como los de presión barométrica, para crear un influjo de aire en determinados espacios. En momentos como éste me da gusto haber prestado atención en la clase de CIFI.

Hoy me levanté y caminé un buen tramo por las aceras ataviadas de mangos de la IUPI, a ver si me asaltaba alguna idea como mangó desprendido. Pero no, hoy la ciudad está tranquila y no hay nada interesante que reportar. El olor a muerte se lo lleva la brisa, aunque juraría que está a más de 100. Me hierve la sangre.

el olor entre las piernas, cap. 29 ars poetica

El olor entre las piernas
Cap. 29
Ars Poética


En esta ciudad malintencionada hay que tener bien definidos los puntos sobre las íes. Especialmente cuando nos enfrentamos al peso de la crítica de los académicos y los escritores y artistas consagrados. Yo ya he decidido volver a lo básico, al gusto de lo simple. Por supuesto, lo que es simple para mí, puede parecer absolutamente imposible de entender para muchos. Lo que me obliga a simplificar la cosa más aún.

Ars poética tiene que ver con para quién escribes y por qué lo haces. Tengo que reconocer que en cuanto a la primera de estas dos incógnitas, no escribo para nadie en específico. Nunca he tenido en cuenta a mi lector, para nada, y la primera vez que alguien me preguntó esto, me di cuenta que quien me lo preguntaba era un angloparlante. Sean tenía algo de razón en aquel entonces, cuando me hablaba de lo que le pareció mi novela Oz, la cual todavía no he tenido la valentía de revisar. ¿Para quién escribes esto? –me preguntó. Tuve que contestarle que no sabía porque sinceramente nunca me había puesto a pensar en ello. Luego, la profesora Sofía Cardona leyó los cuentos que tenía terminados hasta ese entonces de mi libro Pobre Puerto Sucio, para decirme que tenía que tener más en cuanta la sensibilidad de mi lector. Tenía que aprender a enamorarlos más. No tengo que decir que desde entonces he dejado ese libro completamente de lado.

Pero hay algo que me llena de una insaciable luz por dentro. Luz del sol que quema la piel, separándola de los músculos, luego del hueso y tendón. Son unas ganas irremediables de escribir. Ante esas ganas todo lo demás parece inconsecuente. Un amigo mío, Axel, dijo en una entrevista algo así como que “lo importante es realmente contar un buen cuento”, después de yo haber dicho que en Puerto Rico teníamos que quitarnos las gríngolas de la literatura hispanoamericana, que teníamos que leer en inglés, a los americanos, a los británicos, que había que ver lo que se estaba haciendo en Francia, en Japón, en Italia, y sobretodo, en el resto del Caribe, el que no es hispanohablante. Lo dije porque me preocupa precisamente eso: que en Hispania, nos preocupamos demasiado acerca del discurso detrás del discurso, olvidándonos de que lo importante es que el cuento sea un buen cuento.

Yo ya tenía esa visión, antes de que el pana Axel le diera palabras a ese pensamiento que llevo dentro desde que vi pro primera vez la película What Dreams May Come. Desde entonces, escribo para tener un lugar a donde ir cuando muera. Así de cursi y así de sencillo.

Finalmente he decidido no tener en cuenta a mi lector para nada. Esto combinado con una buena y alta producción, debe asegurar la satisfacción de la variedad que buscan los buenos lectores. También de decidido escribir sólo aquello que me gustaría leer. Después de todo, la tinta no correrá para siempre. y cuando eso ocurra, quiero haber escrito todo lo que me propuse desde un principio.

el olor entre las piernas, cap. 28 Los chicles PAL y otras frivolidades del ayer

El olor entre las piernas
Cap. 28
Los chicles PAL y otras frivolidades del ayer


Llega junio y con este mes desembarcan mis dos pesadillas más funestas: la renovación del plan de salud del gobierno, y el concurso de Miss Universe. Esta vez dije que no iba a ser partícipe de la catástrofe más grande que le ha acaecido al movimiento feminista desde sus comienzos. Dije que iba a ser fuerte, que la tentación de ver el concurso no me iba a derrotar, aunque fuese para burlarme odiosamente de las muertas de hambre que buscan la corono y todo lo que hacen y se hacen entre ellas mismas por ganarla. Y lo hice. Fui fuerte. Y muy severo.

Hubo alguien que me habló del valor tradicional del concurso. Me cago en ella, en su madre y en su opinión. Tradiciones bonitas las hay, incluso hay tradiciones frívolas y frivolidades tradicionales, muy bonitas del ayer, pero ese concurso no lo es. Por ejemplo, estaba hoy hablando con una amiga, a propósito de un chicle PAL, que me regaló otro amigo, sobre los dulces que comíamos cuando niño. Si bien es cierto que la supervivencia de los chicles PAL en nuestros días se debe a un plan maquiavélico de Lucifer por controlar las mentes de los niños, también es cierto que no son lo mismo desde hace unos cuantos años para acá. El azúcar se les va muy rápido y pronto te quedas con una cosa dura, muy poco elástica que amenaza con tumbarte los dientes. Recuerdo que los chicles PAL, al igual que los Blonnies, comenzaron a perder su azúcar, el mismo año en que las Oreos y las Cameos comenzaron a salir con menos cremita. De hecho, yo soy uno de los muchos que nos preguntamos si lo que nos llega hoy en día como chicles PAL o Blonnies, no son sino remanentes comerciales de una compañía que en un determinado año, pongamos, en 1994, produjo muchísimos más chicles de los que podía vender, y se fue a la quiebra, y lo que nos llega hoy, esporádicamente, son chicles vintage que deberíamos guardar como reliquias del ayer, en vez de ser tan afrentados y mandarnos cuatro o cinco a la misma vez.

Lo que me lleva al concurso de Miss Universe. ¿En qué momento del camino el concurso dejó de ser uno de belleza física, para tornarse en la pretensión de la belleza que va acompañada de un intelecto truculento y lleno de trampas? Me refiero al hecho de que las concursantes de hoy se proyectan como muy “inteligentes” porque tienen bachilleratos y hasta maestrías. Pero, ¿bachilleratos y maestrías en qué? La mayoría de ellas responde los mismo: gerencia, mercadeo, comercio, comunicaciones, administración de empresas, administración de pequeños negocios (que es todo un bachillerato distinto al anterior), etc. Ante este cuadro tan repetitivo, uno no puedo hacer otra cosa que verles las costuras a todo un sistema que identifica en nosotros la necesidad de comprar inciensos en una carreta de aromaterapia (hablo de uno de mis antiguos empleos, en Nature Nation) y de ver extravagantes concursos de belleza que no son más que una desvalorización vulgar de lo que es una mujer, lo que representa y lo que verdaderamente puede dar de sí para el mundo. Pero lo dijo Morpheus y yo lo secundo: “Welcome to the desert of the real”.

El día de hoy fue un día funesto, uno de esos días en que las conversaciones no tienen sabor, son ebrias en el peor sentido de la palabra, y giran todas en torno a un mismo tema, que la canadiense ganó, que la puertorriqueña quedó primera finalista, que mejor que no enseñe novio porque le quitan la corona por no ser virgen, que a Donald Trump no le gusta esa pendejada, etc, etc, etc. Yo me acuerdo todavía de la Miss Russia a la que le quitaron la corona por no casta. Era una mujer preparadísima, que además es francotiradora, y yo me imagino que cuando le quitaron la corona, probablemente le dijo a los productores que podían coger la dichosa tiara y hacer turnos para metérselas por el culo, o estrujárselas en el pecho. Bien por ella. La rusa es y seguirá siendo mi favorita.

En cuanto a las frivolidades vintage del ayer, me acuerdo de los dulces Lipstick, con los que nos pintábamos los labios tanto niños como niñas y las pequeñas criaturas in between. En aquellos momentos éramos muchos los que nos hacíamos tiaras de hojas y ramas secas, y jugábamos a ser las misses. Que conste, que en esos procesos yo sólo fui observador, pues nunca pude pasar la etapa de “rescate”, y las palizas en ajedrez que me daban los demás geeks de mi salón estofón. Pero me gustaban los Lipstick, y las bananas, y los Blonnies, y los chicles PAL. Sobretodo los chicles PAL. He decidido guardar uno para la posteridad.

el olor entre las piernas, cap. 27 to the faithful departed

El olor entre las piernas
Cap. 27
To the faithful departed



Aunque nadie se ha muerto en estos momentos, la frase en inglés “to the faithful departed” me viene a la mente. Case in point: este momento en el semestre en que los estudiantes de intercambio se van de la Resi.

Anoche hacía un calor infernal, y mientras buscaba a Mónica entre los espíritus de estudiantes muertos y los pisos medios en los cuales no quería entrar para no perderme, vi a Debra, mi amiga estadounidense, recogiendo sus cosas y llorando. Cuando la conocí este semestre me pareció que era una tomboy diferente a las demás tomboy que he conocido a lo largo de estos tan largos años. Con Debra podía pretender que mi acento es irlandés cuando suena más a australiano, y no sentirme culpable por ello. Con ella, me acostumbre a gritar “Oi!” antes las miradas sorprendidas de los demás personajes de la Resi. No estaba preparado para verla llorar.

En medio de una sauna magnífica, Debra y yo nos abrazamos anoche. Intercambiamos informaciones básicas y nos prometimos no perder contacto, aunque ambos sabemos que las posibilidades de vernos a ver son ínfimas, y sin embargo, la amistad de Debra y la mía no puedo catalogarla como una single service friendship. No es una de esas amistades desechable que se hacen por ahí, en el supermercado, en las filas de los bancos, en los baños públicos… Debra es más que eso, una amiga que nunca había conocido alguien tan freaky como yo, según ella misma me dijo.

Debra se me va, y esto es tan sólo el principio del emptying solitude. Por ahí mismo se me va Juancarlos para Austin, Texas, y poco a poco me voy quedando sin mis escritores, los únicos que siempre me traen de vuelta del camino que conduce a los ESPIRALES, a los remolinos en el océano, al tornado que seguramente me llevará a un Oz muy oscuro y deprimente, donde las brujas son tiranas y la gente pequeña vive oprimida. ¿De qué diablos hablo? ¿Que no es eso Puerto Rico? My wish for this night I’m to last for a lifetime… ya están ahí… los espirales apocalípticos que me sacarán de esta ciudad.

Dios… cómo odio esta época del semestre. Odio despedirme de los que nunca volveré a ver, y de quienes jamás recordaré rostro alguno. Porque en esta ciudad maldita, uno siempre termina por olvidar los rostros, de tus amigos, aquellos que lo fueron hace unos años y ya no lo son, y los rostros de todos los que te has tirado en tu vida, entre otros. Porque jamás volveré a ver a Debra, como nunca volveré a ver a Peter, a Jennifer Ireland, a Abbie, a Marcia Capurso, y a todos los que se han ido y se han llevado algo de mi pellejo… me han sacado onzas enteras de mi corazón haciendo usos metódicos de biopsia contranatura. Porque no es natural que los amigos se separen. No puede ser natural. Así que antes que lleguen los espirales, que están a la vuelta de la esquina, me despido de aquéllos faithful departed, y les deseo un buen viaje, aunque nunca haya tenido oportunidad de averiguar el olor entre sus colectivas piernas.