Monday, October 17, 2005

El olor entre las piernas, Parte II, 57 Se busca violador en río Piedras

El olor entre las piernas
Parte II
Cap. 57
Se busca violador en Río Piedras

A todos aquellos que vivan eternamente preocupados por sus pájaras hermosas, atención. Hay un violador suelto por Río Piedras que ya ha atacado a 17 mujeres. Aunque lo cierto es que, si miran el dibujo que anda pegado por ahí en las tiendas del Paseo de Diego y en la Ave. Universidad, resultaría casi imposible identificarlo. Y es en esto que estriba esta columna.

Nunca he entendido bien la dinámica del bocetista que trabaja para la policía. Según innumerables episodios de Law and Order, la víctima va identificando características mientras el dibujante va haciendo su labor. "No, la frente es más ancha", deberá decir la víctima interrumpiendo la labor del artista, mientras éste se impacienta y comienza a borrar, preocupándose por la acidez del mismo, y cuántas dudas puede aguantar el papel. Me parecería un fastidio esa profesión. Yo terminaría mandando al carajo a la víctima, diciéndole algo así como: "¿Que no le viste la cara bien en 20 minutos que estuvo encima de ti? ¡No jodas!".

Pero creo que eso es de la boca para afuera. Yo mismo fui víctima de violación cuando pequeño. Creo que termino escribiendo esto, porque no sé quiénes fueron las desafortunadas 17 mujeres que cayeron presa de este desgraciado. Porque como no sé quiénes son, me parece que no tienen una voz que las represente, aunque sea una voz literaria. Porque sueño con un mundo en el que por lo menos, podamos hablar de esto sin que nos duela, sin tapujos, y sin murallas entre unos y otros. Porque hablando claro, las víctimas de crímenes sexuales deberíamos estar unidos, y nolo estamos.

En este tipo de casos, aconsejo a todos (as) aquéllos (as) que sean víctimas de ataques que le muerdan la ingle al agresor. Bash back! ¡Ojo por ojo, diente por diente! Cojan lo primero que encuentren, una piedra un palo, un bate, y súbanle un cuágulo de sangre al cerebro al que se atreva a agredirlos (as). Muerdan, escupan, hablen malo, amenacen, griten, arañen, pataleen, pero no se dejen bajar las faldas ni los pantalones, en cambio, sáquenle los ojos al muy cabrón violador. Hagan lo quepueda por no ser víctimas, porque una vez lo son, no hay forma de no serlo más.

Thursday, October 13, 2005

El olor entre las piernas, Epílogo Parte I

El olor entre las piernas
Epílogo Parte I

Después de varias consideraciones serias sobre todo lo que le falta a este libro, he decidido continuarlo. Sólo que si a algo pienso atenerme es que la ciudad ya no tiene culpa de mis desventuras.

Al día siguiente de mi perreta con el mundo, hablé con Rosalina. Era un sábado por la mañana. Fue difícil decirle que todo comenzó cuando se fue para España, recriminarle el haberse ido, para después pedirle disculpas por haberle dicho semejante burrada. Pero lo que más le dolió fue decirle que me hirió el que me dijera que yo quiero y amo a la gente mucho más de lo que me quieren a mí. Dolió por la veracidad de esas palabras.

Decidimos espantar el fantasma del drama yéndonos de compras por el Paseo de Diego de Río Piedras. Aprovechamos nuestro ataque dual de banalidad para recordar aquella vez que Loretta Collins nos llevó a la Plaza del Mercado como parte de su taller de escritura creativa, en busca de personajes y situaciones que narrar. De hecho, decidimos ir allí, al kioskito de Mrs. Batida, donde habíamos compartido una batida de guineo y fresa aquella vez, para darnos otra y meditar sobre la cualidad satánica de las patitas de cerdo y otras muchas consideraciones bestialísticas.

-Entonces mi madre es una bruja, -me dijo de repente. -Es que ella cocina mucho con patitas de cerdo.

Y es que de la manera en que colgaban las patitas de cerdo de los estantes salumeros, parecían yerbajos embrujados con aires de botánica. El hecho de que hubieran tantas botánicas y tiendas de cosas vintage cerca no ayudaba en nada a disipar la diabólica imagen.

Decidimos sentarnos en una de las mesas, yo a comerme un pedazo de bizcocho de limón de Sam's que no sé cómo dio a parar a la Plaza del Mercado, tierra de nadie congelada en el tiempo del siglo pasado. Ella se dedicó a beberse su batida.

-¿Te acuerdas de cuando comenzaste a escribir tu novela? Todo lo sacaste de aquí... ¿Te acuerdas de los personajes? ¿De cuando decías que iba a ser una trilogía?
-Rosa, todavía va a ser una trilogía.
-Yo me acuerdo cuando la comenzaste, que dijiste que la ibas a terminar en un mes y así lo hiciste.
-No hubiera podido hacerlo sin ti.
-Cierto es, que prácticamente la parimos juntos...

Nos referíamos a mi novela Celtic Knots, la cual eventualmente traduje como El Nudo Celta, y que está próxima a publicarse.

Revivimos el espacio verde en la Plaza del Mercado, ese espacio donde están las mesas que posee una luz verde gracias a un techo de vidrio que nadie se da cuenta que está allí, pero que le da una cierta magia de cómic al lugar. Fue ese verdor realmente lo que me hizo parir El Nudo Celta. Fue ese espacio también el que hizo que Rosa pariera Los Invisibles, su novela que comenzó conmigo y que estamos editando, el mismo espacio que me pidió continuar El olor entre las piernas.

Así que el espacio verde me llama para hablar un poco más de esta infame ciudad. De tan bella, chula y terrible que es. Y de lo mucho que la amo y a su gente. Si hay algo que he aprendido de todo este proceso es que a veces cuando pensamos que un libro está terminado, en realidad no lo está. No es que esto sea una lección tan profunda, creo que es lo más básico y tonto que se puede decir del proceso de escritura. Pero por básico y tonto, y tal vez clichoso, no deja de perder vigencia. Creo que la ciudad soy yo, que me habita como en el libro de la García Ramis, que me fluyen guaguas enteras y carnavales exagerados de dominicanos en Santurce por las venas, que tengo las paradas anuales de Halloween de patos y locas frente a Eros en el corazón, que queda mucho más por decir de la parada 15 que simplemente mencionar su pasado remoto de putas y ladrones, y que sobretodo San Juan es muchísimo más que una ciudad soñada, como en el libro auspiciado por el ICP, San Juan es un corazón latiente donde se concentra la vida. San Juan también es esa llaguita en el cielo de tu boca que sanaría si tan sólo dejaras de lamerla, pero simplemente no puedes. Y como no puedo dejar de lamerla, tengo que seguir escribiéndola.

Friday, October 07, 2005

El olor entre las piernas, Capítulo final de la Primera Parte, El olor entre las piernas

El olor entre las piernas
Cap. Final de la Primera Parte
El olor entre las piernas

A mi hermano Moisés Agosto


Este final me ha dolido demasiado. Lo he escrito ya cuatro veces y todavía no creo que me salga. “Escribe desde ese dolor, David Caleb, y serás un gran escritor”, palabras de Moe, mi querido Moe, mi amigo Moe, mi amante hermanito mayor Moe.

He decidido terminar este libro por tres razones. Primero, que estoy harto de culpar a la ciudad y al país, con todo lo jodidos que están, de la soledad que tengo pegada a la piel como alquitrán, como brea caliente que me come la epidermis lentamente, para que después un pendejo me vacíe un almohadón de plumas encima. Segundo, que este tratado, como todo libro de búsqueda, y éste no es la excepción, debe terminar frente a un espejo. Tercero, que ese espejo tiene nombre y se llama Moe.

A Moe lo conocí cuando se mudó para Puerto Rico hace mes y medio. Estaba muy ilusionado porque me había encantado uno de sus cuentos que aparece en una antología en la que salgo yo. Mis panas del taller de Mayra me lo presentaron en la librería. Y enseguida congeniamos. No diré los pormenores de mi relación con Moe, porque no vienen al caso. Lo único realmente importante, es que Moe y yo encontramos tanto terreno en común, desde el diagnóstico de VIH, hasta el de shingles; tantas experiencias compartidas, tanta similitud inmediata, que rápidamente nos dimos cuenta de que éramos un reflejo el uno del otro. Moe es lo que yo seguramente seré cuando tenga 37 años, y él me ve, y se ve a sí mismo cuando tenía 25, aunque siga pensando, por alguna razón que me evade, que tengo 22.

Para poder hablar de Moe, tengo que finalmente hacer lo que he estado posponiendo por tantos capítulos: ser honesto y hablar de mi familia. Los que me conocen saben que soy de Hartford, los que me han oído hablar inglés saben que tengo acento quasi británico (todo en mí es secondhand, ya deberían saberlo), pero pocos saben por qué. Mi padre era mitad puertorriqueño, mitad inglés, pero era un completo padre ausente. Él estaba allí solamente para decirme que no a todo lo que yo pedía. No puedes salir al parque porque es peligroso. No puedes jugar con el vecino porque tiene malas mañas. No por esto. No por aquello. No. No. No. Mi madre me amaba muchísimo hasta que finalmente me preguntó si yo era gay. Y es que no tuve un proceso de salir del clóset porque realmente nunca estuve allí. Yo era de esos niños precoces que siempre hacía dibujos de penes erectos detrás de la Biblia, del Cántico de Alabanzas a Jehová, en las paredes de los cubículos del baño, en las libretas que sabía que mis maestras iban a corregir, en especial la de ciencias, que era la de Mr. Jules, mi maestro de 6to grado. Tuvo que preguntármelo la buena de mi madre. Y tuve que decirle que sí porque siempre lo supe, aunque era Testigo de Jehová, me habían enseñado a querer a Jehová, y nunca había creído realmente en él. Era una doble vida que sé, ahora que lo pienso bien, que llegué a conciliar magistralmente en algún momento, aunque ahora mismo no sé, ni me acuerdo cómo.

Mi hermano mayor, Oliver, me rompió la nariz por ello. Y dos costillas. Eso fue a mis 14 años de edad. Ese mismo año me gradué de escuela superior, bien estofonamente. Durante ese largo verano cumplí los quince, y mientras pasaba el rito de hacerme hombre, curando heridas físicas y hemorragias internas, y a lo que esperaba que me pudieran remover los puntos de sutura, mi mamá me ayudó a hacer los trámites para venir a Puerto Rico a estudiar, tener beca y hospedarme. Fue lo último que hizo por mí antes de que ambos nos sumiéramos en un mutis que duró 4 años. Fue bueno que mi padre hubiera muerto el año anterior a todo esto. No creo que lo hubiera soportado.

Vine a Puerto Rico a estudiar y a terminar de hacerme hombre. Vine a ser libre y la libertad me hizo puta. Se me subió a la cabeza como se le sube la sidra a un bebé. Estaba solo y podía sacarle partido a la situación, así que hice de mi misión en la vida tirarme cuanto macho encontrara en los baños de la UPR de Humacao, y las duchas del Complejo Deportivo. Pero eso no fue suficiente, porque en Humacao casi no había ambiente gay. Así que por dos años completos comencé a autoflagelarme con la soledad, porque sabía que estaba solo en un país que me había visto nacer y crecer hasta los 4 años de edad, pero que se me antojaba foráneo, extraño y muy hostil. Humacao era hostil con el poco flujo de cultura que tiene la universidad, que en aquellos momentos era más una atalaya de pentecostales que un centro de estudios universales.

Hice lo increíble por mudarme a Rio Piedras. Para aquel momento ya tenía el “Buga”, mi carcachita gris (Mazda 323 1984) que me llevaba a todos lados. Junté la poca ropa y los muchos libros y me largué a la capital, haciendo el mismo pendejo recorrido que un siglo antes había comenzado la gente tan pobre como yo, que no tenía nada de culpa de terminar como personajes de una literatura tan estancada, insípida e infértil como la que dominaba en el país antes de la generación del 80.

No me mudé de inmediato a la Resi de adentro de la IUPI. En vez de ello, me mudé con un novio que no me quería para nada, justo al lado del pub El Ladrillo, al otro lado de la Ave. Universidad, cruzando la Ave. Muñoz Rivera. Se llamaba Héctor y era Wicca. Nunca olvidaré sus ojos azules. Bollocks! I’ve always been a bloody sucker for blue eyes. Y las orgías a las que me inició. Y todos los machos que nos tiramos juntos. Y todos los que se tiró sin consultarme, en nuestra maldita cama, que no era otra cosa que un trapo de caucho viejo lleno de cangrejitos de scabbies. Y todos los que me tiré yo en la Universidad a escondidas, porque es que siempre he sido una puta, y ya reza el dicho “once a whore always a whore”. Nunca olvidaré que el concepto entero del olor entre las piernas se lo debo a él, porque su sudor apestaba literalmente a vómito de perro y ropa de deambulante. Y se me hizo un olor demasiado familiar en Río Piedras, un olor que me perseguiría por siempre.

Luego de ello, sobreviví gracias a un amigo, que por cierto me tiré una noche, y nunca volvimos a hablarnos luego de ello. Después de aquella noche dormí en el piso hasta que conseguí un cupo en la Resi de adentro de la universidad.

Ese semestre me hice amigo de un muchacho que hoy odio con todas mis fuerzas, no tanto como a Héctor, pero Armando me gustaba mucho y soy tan puta que estuve ahí jodiéndolo hasta que me lo tiré. Entonces, me mandó al diablo, porque lo había hecho bajo presión y esa había sido su primera experiencia sexual. Entonces, me maldije a mí mismo una y otra vez, con malaspalabras puertorriqueñas, británicas, irlandesas y otras que venían a la mente en lenguajes extraños que todavía me acosan y me engañan diciéndome que son palabras en la Lengua del Origen. Me odié mucho ese semestre, y para demostrarme cuánto me tiré a más de ciento cincuenta hombres en los baños de la Universidad, porque como buena puta no me importaba si eran viejos, nenitos o gente de mi edad. A veces les pedía alguna aportación monetaria, cuando estaba bien arrancao. A veces pedía comida. No era fácil compartir un cuarto con cinco roommates, que muchas veces te comían la comida, te vaciaban la compra del clóset, que siempre dejabas con candado y lo encontrabas roto, tirado en el piso. Tan pronto pude, solicité cambio para Torre del Norte.

Entonces me odié más por querer hacer una familia de mis amistades. Si funcionaba en Queer as folk, ¿por qué no podía funcionar conmigo? Si después de todo, la verdadera familia es la que uno hace con las buenas amistades. La razón es simple: porque tanto karma acaecido por ser tan puta, me tenía que joder tarde o temprano. Y me refiero a que siempre he sido y todavía soy un buen pendejo. Todos, hasta mi pariente, me dicen que en una relación afectiva siempre hay alguien que ama más que el otro, y que en todas mis relaciones ese alguien soy yo. Pero, ¿qué culpa tengo yo de estar tan solo? Es ese maldito olor entre las piernas, que me equivoco al decir que me lo dejó Héctor, porque me lo dejó mi madre cuando nos despedimos en el aeropuerto de Hartford a finales del verano del 95’. Era un olor a viejo, a podredumbre asimilada, a alquitrán hirviendo cuando quema piel y carne humanas. Y a almohadón de plumas.

Moe me ha ayudado a verme en el espejo de sí mismo. ¡Qué mucho nos han jodido la mente con esto de las religiones! Él con su trasfondo Mita, y yo con el mío Testigo de Jehová. No es justo. Me enseñaron que las amistades son sagradas, que son algo místico que trasciende, y yo creo que él y yo somos los únicos que verdaderamente nos damos cuenta de ello. Nos enseñaron que el amor era divino, que era sacrosanto y que había que honrarlo, cuando fue el amor precisamente lo que me llevó a ser puta, porque el que se cree que puede tirarse más de dos mil hombres en diez años (puedo asegurar que por ahí va la cifra sin exagerar) sin dejarles algo de sí a cada uno de ellos está muy equivocado. Porque ahí está el verdadero pecado de ser puta: el alma se divide, y la gente se lleva hilos de ti que no puedes halar de vuelta más nunca, porque San Juan no es Grecia, y Río Piedras no es el laberinto del Minotauro, aunque parezca a veces que sí. Nos han jodido a mí y a Moe. Nos han abusado sexualmente de pequeños (cuando nuestros cuerpos aún no podían aguantar un bicho adulto en el culo), nos han metido el cuento de que nuestro VIH es castigo de un Dios mezquino del cual no podemos escapar, y sobretodo nos han dicho que no tenemos adónde ir y que estamos solos en esta maldita ciudad, que es tan linda y tan bella, tan chulita y tan tierna cuando puede serlo, llena de gente tan hermosa que no sabe que lo es, porque si lo supieran de nada valdría el concepto de ciudad. Nos ha sodomizado la ciudad a mí y a mi Moe. ¡Y puñeta no es justo!

Moe me hizo ver que doy más cariño del que me dan a mí, esperando más cariño en retorno, porque he estado tratando de tejer mi tribu con hilos de lana, mientras por otro lado la apatía de la ciudad se los come como la llama de un lighter. Como las garras de un gato que le gusta jugar con las bolas de hilo de lana, deshaciéndolas con coraje.

Estoy muy molesto conmigo mismo por ser tan estúpido. Por no entender que estoy solo y que la base de mi noble religión budista es dejarme el dedo en la llaga hasta morir; por no entender que el cariño hay que darlo y olvidarse de recibirlo, porque ese es el destino mío y el de Moe, aunque parezca ridículo. Porque los amigos se te van para España, para Texa,. Minessota, Princeton, y en el caso de Mara y Awilda, para quién sabe dónde. Y te quedas con tu propia mierda, con el olor entre tus piernas, preguntándote en qué momento del camino se volvió tan rancio, tan asquerosamente semejante a vómito de perro y ropa de deambulante.

Ya no hay rewind que valga. Ya tengo VIH, culebrilla, ya me dio tuberculosis y me di cuenta de que peor que esas tres está mi solo infierno solo. Once a whore always a whore. Eso es lo que te hace esta ciudad, o lo que te haces a ti mismo por sobrevivir en ella. Y eso es lo que seguiré siendo, la puta de esta ciudad, porque no pienso cambiar, ni hacer una diferencia al respecto. Mi camino está planteado hacia el látigo propio y la propia destrucción. Yo mismo así lo quise. Ya me encargaré de llevarlo a cabo.

Thursday, October 06, 2005

el olor entre las piernas, cap. 56, Historias para ser contadas

El olor entre las piernas
Cap. 56
Historias para ser contadas

En San Juan siempre hay mucho que contar, y como buen cronista, es eso lo que me he dado a la tarea hacer con esta ciudad, meterle la mano por la boca y virarla al revés. Se me antoja esta ciudad violenta como el lugar perfecto para no tener hijos, un lugar idóneo para un circo no rodante, y que todo lo demás llegue por añadidura. Se me ocurre que sería bueno destruir esta ciudad, a veces pienso que sí, por lo que me imagino cientos de plagas distintas azotando la gente a la misma vez. Eso no ha ocurriddo todavía y probablemente nunca suceda. Pero asimismo las historias tras callejones son plagas que deben ser mantenidas "in check" por la palabra, que muchas veces funje como agente antiviral.

Me decía uno de mis nuevos amigos, Juan Carlos Quiñones, que Río Piedras desafía las leyes de la física. Y es que se fue a dar una cerveza al Boricua, ese lugar con baños de mujeres donde ellas se la pasan viéndose sus respectivas pájaras hermosas; y se encontró con este borracho que le decía que el estuvo en la guerra del '75. Cuál guerra fue eso, ni JuanCa ni yo sabemos, pero dice mi amigo que para probárselo se subió la camisa y le enseñó una cicatriz desde el principio del cuello hasta el ombligo. JuanCa y yo determinamos que se trataba de un hombre que en algún momento del 1975 aterrizó en este plano, de una realidad alterna de tantas que hay en el universo.

Eso me acordó un hombre que vi en la Ave. Universidad no hace ni un año. Este hombre estaba vestido en una pijama blanca de franjas azules, camisa y pantalón, todo barbudo y con la mitad de la cabeza afeitada. Afeitada porque tenía una cicatriz supuerienta de pus, reciente, con todavía los hilos de los puntos pegados. El tipo era toda una visión, un esperpento divino llamado aquí a Río Piedras para darnos un mensaje, no sé de qué todavía.

Hoy, mientras caminaba por la calle Arzuaga buscando la oficina de una oftalmóloga, me pasé del lugar y seguí caminando vía Capetillo. Frente al correo, me encontré algo que realmente nunca había visto en mi vida. Era un viejito que se ganaba la vida anunciando distintos productos y servicios comunitarios, a través de un altoparlante ubicado en la parte frontal de su bicicleta roja, la cual tenía una especie de techito, en el cual se leía un rótulo que decía "Radio y Televisión Creativa". En el momento en que pasé perdido por allí, el viejito estaba anunciando los servicios de capilla y misa de una iglesia cercana a la Plaza del Mercado. Me pareció tan genial que me olvidé de la oficina de la oftalmóloga y me quedé simplemente observando el rictuss facial del viejito, el cual exhibía una mezcla de compasión, beatitud y piedad que me conmovieron profundamente. Deseé que todas las caras de este Río Piedras tan abrumante y a veces maligno, fueran así, con ese mismo rictus, con esa misma piedad.

Eso me acordó que hace mucho tiempo he estado posponiendo una visita a la Plaza del Mercado. El sitio me llama como me llama el hogar que hace tiempo no tengo. Porque desde hace 9 o 10 años me estoy hospedando en Rio Piedras y no tengo un hogar. A lo mejor me llama, porque ese es el hogar de Rio Piedras, la cuna de su civilización. A lo mejor me llama porque hay historias esperándome allí para ser contadas.

Sunday, October 02, 2005

El olor entre las piernas, cap. 55 Ciudad tuberculosa

El olor entre las piernas
Cap. 55
Ciudad tuberculosa

Sucede que todos los años, más o menos para esta época me viene una tos seca que no se me va con facilidad, producto del polvillo del Sahara. He repensado mi papel en Río Piedras, y me he dado cuenta de que ésta no es una ciudad para asmáticos. De hecho, el país entero no lo es. Ni siquiera las lluvias torrenciales de Septiembre pueden agarrar el polvo, gota a gota, y tumbarlo hasta dejarlo inerte en el piso como el fango de nuestros corazones.

Sucede que dije que no iba a decir nada de Filiberto porque no tengo nada inteligente que decir al respecto. Hoy pasé por donde antes estaba el McDonald’s, justo al lado del restaurante Guajanas, en el mismo bloque de la librería La Tertulia, frente al Burger King, por los comienzos de la interminable Ave. Ponce de León. Entre los millones de graffiti que aparecieron por arte de magia la mañana luego de su asesinato, apareció un hermoso retrato en aerosol de Filiberto Ojeda Ríos. Ya lo había visto la semana pasada. Hoy vi las velas y las flores que han dejado frente al graffiti. Se me ocurre que la ciudad lo está llorando a su manera, como llora Río Piedras sus penas, a solas, a escondidas, cuando duermen sus habitantes. He decidido que quiero dejarle una vela y un ramo de flores yo también, aunque no sé realmente por qué. Debe ser que en momentos como éste me invade la pena profunda y tan exquisita de vivir en la ciudad, o tal vez coqueteo con la noción romántica de la muerte que me espera, o a lo mejor ninguna de las anteriores. A lo mejor es pura depresión porque me dijo la doctora que la maldita tos puede ser tuberculosis.

Me quedé sorprendido cuando me lo dijo. Llevo tres semanas que no escucho mi verdadera voz, tres semanas en las que tengo que tener cuidado hasta de la forma como respiro, cuidado de no hacerlo muy profundo, ni demasiado rápido o demasiado lento, por miedo a los ataques de tos de cruz. Llevo tres semanas sin poder cantar por las mañanas las canciones de Tori Amos y Nightwish. Llevo tres semanas teniendo pesadillas de que me voy a quedar irremediablemente sin voz y que jamás podré volver a recitar uno de mis poemas en un open mike. Este ha sido el peor de los ataques del polvillo del Sahara en mi cuerpo.

Coqueteo con la idea de comenzar a toser sangre. Eso marcaría el descenso hacia el romanticismo negro de Río Piedras, un romanticismo al que no puedes pertenecer a menos que seas gótico, o en el mejor de los casos, te veas como uno, con faldas largas negras, gabardinas calurosas, y exceso de maquillaje. Yo siempre he dicho que lo de gótico lo llevo por dentro, en la música que escucho, en la poesía que escribo, en lo torturada que es mi alma, porque es riquísimo buscar nuevas formas de tortura para uno mismo. Esta columna misma es eso.

Sucede que ayer comencé a escribir con Rosalina, mi amiga de Adjuntas que se fue para España por un año entero. El título de la novela, por ahora, es “El orgasmo de la orquídea”, aunque me seduce mucho más algo así como “Tus ojos de alquitrán”. Es una novela porno-futurística con mucho bestialismo, donde las mujeres tienen sexo con hombres-zorro y arañas humanoides mutantes, y los hombres follan con delfines e hijos de vacas. Muy interesante. Ayer comenzamos a escribir bajo el lente de la personaje principal, una mujer bellaquísima conocida solamente como Vanderbilt. ¡Y los diálogos! ¡Dignos de Almodóvar! Al terminar la tercera página a espacio sencillo estábamos tan bellacos que nos dijimos buenas noches y cada cual para su cuarto a bregar con su soledad y sus pesadillas. Buda sabe que Río Piedras nos hace eso a los escritores, nos separa, no importa cuántas actividades de open mike planifiquemos para que se unan las revistas literarias, cuántas presentaciones de libros hagamos como excusa para ver a ese amigo escritor o esa amiga literaria que hace año y medio no vemos, Río Piedras y San Juan como tal, nos dividen la tribu.

Sucede que extraño mucho a mi amado nuevo hermano mayor Mo. Hace ya una semana que está en África. No puedo esperar a su regreso para abrazarlo y decirle cuánto Río Piedras me hace extrañarlo. Él se fue antes que mataran a Filiberto. La noticia nos ha estremecido a todos.

No he dicho que cuando vi las flores y las velas, vi también a una señora muy mayor ya, deambulante, empujando su carrito de compras lleno cachivaches. Tengo una debilidad. Siempre le doy dinero a las mujeres deambulantes. A los hombres no. Pero las mujeres me inspiran otro tipo de compasión. Siento que es mi madre la que empuja el carrito. A mi madre siempre le han gustado los gatos. Y esta mujer, frente al graffiti de Filiberto, acariciaba un gatito bebé, probablemente tan abandonado en la Ponce de León como la mujer que lo acariciaba. Abrí mi paraguas porque comenzaba a llover. La mujer tomó el gatito en sus brazos y comenzó a cantarle, cobijándolo de la lluvia dentro de su blusa raída y manchada. La compasión de Buda todavía existe en este país... pensé. La lluvia cayó inmisericorde y me retiré temiendo que si me mojaba al otro día tosería sangre y perdería la voz para siempre. Mi nueva pesadilla. Como el polvo en el aire, que hasta eso no viene de aquí sino de afuera. Ese polvo que no hay diluvio que tumbe y convierta en fango que se traguen las alcantarillas de esta ciudad. Esta ciudad tan tuberculosa.

el olor entre las piernas, cap. 54 La máscara veneciana

El olor entre las piernas
Cap. 54
La máscara veneciana

Sucede que hace como tres años, una de mis mejores amigas, la excelente artista plástica, y por supuesto, la desconocida artista Maribel Cruz Cortés se fue de viaje para Europa durante un verano. Cuando llegó, me trajo una minúscula estatuilla de la Torre Eiffel hecha de pewter. Se trajo consigo una preciosa máscara de carnaval de Venecia, negra con plumas carmesí y lentejuelas escarlatas, destellos dorados y diseños elaborados en amarillo. Pronto me dijo que se las ingenió para encontrar un método plástico para la fabricación de nuevas máscaras. Enseguida le pedí una. Hasta le hice el diseño, porque quería que fuera única, y la deseaba para la prestigiosa parada de Halloween de la Ave. Ponce de León, frente a la discoteca Eros, donde numerosa cantidad de locas exhiben disfraces confeccionados con la mitad de sus respectivos salarios anuales. En fin, que me quedé esperando por la máscara, y que fue anoche, luego de pasados tres años que por fin me la entregó. Más bien fui a la casa, su roommate me la enseñó y me la tumbé. Al dorso de la máscara (que debo decir quedó muy bien hecha, aunque no se parece en absolutamente nada al diseño original, lo cual está perfecto porque quiere decir que hubo un auténtico proceso creativo envuelto) escribió las siguientes palabras:

Autentica Laborazione Portoricana
Mara

Hoy fue la presentación del libro de Mayra, el que hace año y medio o dos le co-edité. Ese libro, Sobre piel y papel es hijo mío también. Me sentí bien en mi presentación, al poder compartir con mis compañeros de taller que hacía mucho no veía, y a quienes mencionaré porque les deseo en la escritura mucha mejor suerte que la que sea que me depare a mí el futuro, porque son mejores que yo, y porque no en la medida que esté a mi alcance no los dejaré en el anonimato. Allí estaba Jacobo, siempre silente y con muchas ideas de hombres-lobo y posibles cuentos licántropes pasando por su mente; la Súper Bárbara, la genial Bárbara, la teatrera Bárbara, a quien siempre me gusta besar en los labios cada vez que tengo oportunidad; Yolanda, mi amiga testigo de Jehová, la única que realmente admiro por sus callejones sin salida, tan oscuros, tan malignos, tan ella; a Nina Baldeón, por quien profeso un odio platónico por culpa de los revoluces y las desinformaciones acaecidas durante la pasada huelga de estudiantes, a quien quisiera odiar más todavía, pero simplemente no puedo; a Abdil Javish, compañero escritor del libro Cuentos de Oficio, a quien siempre he querido conocer más y nunca he podido; a Adriana Godreau, quien me sorprendió exquisitamente con su poesía tan endiablada y encabronada; a mi tan chula Alma Rivera, que eso, mi alma más reversa, más permanente, la más mía; a Karina Claudio, la poeta compañera también de Cuentos de Oficio, que siempre me ha impresionado con su voz de Sadé, su voz narrativa tan calle, tan vida vivida, tan vieja y madura para su edad; y por supuesto, a Axel, a quien vi de lejos y no quise saludar, aunque me moría de ganas por ir, darle un abrazo y hacer las pases. Pero no pude, porque en ese momento me acordé de mi máscara veneciana-portoricana, una máscara que he hecho para mí mismo con hechizos-muralla y budismos extraños. Esa máscara que llevamos todos para que no nos duela lo que hinca y saca sangre, esa máscara no me la pueda quitar todo el tiempo como hacía antes. No cuando soy tan débil, porque soy débil y cobarde, y mi dominio del español es pésimo, y creo que soy hasta impotente, y la mayoría de mis síntomas de HIV son pura hipocondría, aunque se sientan tan real, y soy un comprador compulsivo, y soy impulsivo y emocional hasta para escribir ensayos, que nunca me quedan bien, por eso este libro es más una crónica, o una novela libre, o unas memorias, o una cosa extraña, porque eso soy yo, una cosa extraña, un elemento foráneo, un bicho raro, y no tengo miedo de admitirlo.

Mayra leyó su “nota de la autora”. Fue lo único que leyó en la noche. No le tomó ni cinco minutos. Y cuando llegó a la parte donde sale mi nombre en sus agradecimientos, dijo: “Por último, quisiera agradecer a mi estudiante, mío, mío, muy mío, David Caleb Acevedo...”. Lo dijo, sonreí y quise llorar. ¿Qué importa que el premio Olga Nolla se lo haya llevado Javier Ávila nuevamente? ¿Qué importa el hecho de que eso desprestigie el premio y que los espacios para los escritores nuevos se cierren otra vez ante el in-breeding académico? ¿Qué importa si a lo mejor cumplo los 30 y nunca me llevo el cabrón premio? Hoy realmente no importó, porque me lo agradeció Mayra. Porque me dio lo que realmente yo quería: el reconocimiento público de una labor bien hecha, que es lo que siempre he querido realmente, porque después de todo, yo tuve ese libro conmigo durante todo un semestre, y ese bebé lo parimos todos los involucrados.

Al final de noche me despedí de ella, y me despedí de alguien a quien tenía muchas ganas de conocer, a su amigo de siempre Moisés Agosto. Algo en él me apela muchísimo y me seduce. Podría fácilmente ser físico, y alo mejor si lo dijera así de plano, no pecaría de irme por el cliché de decir que a lo mejor no, que la cosa va más allá. Es un escritor bellísimo. Me recuerda mucho a estos escritores guapísimos que me encantaría conocer como Edmundo Paz Soldán y Pedro Cabiya. Pero después de todo, creo que se trata de tener un modelo qué seguir, una figura de hermano-mayor-escritor-HIV+ to look up to. Me gustó mucho por fin haberle dado un abrazo.

Finalizada la actividad, me fui al Burger King con mi máscara en el piso, porque andaba entre verdaderos amigos: Bárbara, Yolanda, Jacobo y la señora alta y blanca que siempre acompaña a Yolanda que siempre se me olvida su nombre, pero que es una chulería también. Hablamos sobre Axel y su gran ego, sobre mí y mi gran ego, y sobre la noche anterior, en la que había tenido lugar el launch del 4to volumen de la revista Tonguas. Hablamos de Alberto Martínez, a quien adoro muchísimo y quien vino al launch y a declamar poesía desde Aguadilla, con lo cara que está la gasolina, y de su chanchullo contra Mayra, precisamente por el libro Sobre piel y papel, de nuestros chanchullos personales contra Axel, de mi repentina despedida de Derivas a causa del capítulo “Mary Poppins Revisited” de El olor entre las piernas, y de sus peleas con Jennifer, una escritora insulsa de la Universidad del Sagrado Corazón, con quien Axel sostuvo una de sus peleas de ego de 14 páginas de e-mail o más. En fin, nos reímos muchísimo, y nos pusimos tristes también, porque al final, cuando nos despedimos que cada cual se fue para su casa, me puse la máscara nuevamente, mientras me preguntaba cuál era el uso de hacer actividades como las de Tonguas, tratando de unir los escritores en bonita confraternización, para que después estemos tirándonos con balas más mortales que las perdidas en días festivos, balas súper letales porque salen sin filtro de gutura y garganta. Me puse la máscara y me tragué mis excusas porque yo también soy culpable de lo mismo, y por ello, aunque me resisto con todas mis fuerzas, sé que algún día voy a salir corriendo, en uno de esos arranques delirantes de los míos, a pedirle disculpas a un viejo amigo que me dio la oportunidad de pertenecer a un proyecto como Derivas, desde que el mismo estaba en pañales.