Tuesday, August 14, 2007

El olor entre las piernas, cap. 92, El hombre de amarillo o Antonia revisited

El olor entre las piernas, cap. 92 El Hombre de Amarillo o Antonia Revisited

Veo el video. Ya está en YouTube. Se me acelera el corazón cuando veo al hombre vestido de amarillo forcejeando con el policía. Lo tiran al piso los tres azules. Los dos hombres policías le caen encima. Ya derribado, el hombre sabe lo que viene. Trata de defenderse. El policía busca el revólver. El hombre le detiene la mano. Se escucha la primera detonación. El policía resulta herido. Mi corazón ya está en taquicardia. Desde el otro lado de la ventana de mi computadora, grito que tenga compasión, que fue un error, que nadie quiso que la pistola se disparara, que por favor no haga lo que el hombre de camisa amarilla y yo sabemos que va a suceder. Se escucha una detonación. El policía le hace un disparo. El hombre de amarillo comienza a temblar en el piso. Se escuchan dos detonaciones más que le siguen. El hombre de amarillo jadea, se estremece, lucha por su vida aunque ya se le acabó el hilo. El policía, no conforme, le asesta un último disparo en la sien. El hombre de amarillo deja de temblar, estremecerse y muere abatido.

Le imploraron. Le imploré yo también desde mi computadora en YouTube. Le gritamos cabrón, hijo de puta, abusador, desgraciado, no hagas eso, por favor no lo mates. Pero el policía lo mató.

El shock me devuelve de inmediato a Hartford, a mi escuela superior, la Hartford Public High School, y las peleas que se formaban entre gangas frente a los portones, peleas con palos de golf, de jockey, con bates. Recuerdo cuando el SWAT se metió y repartieron cantazos a maestros, estudiantes y gangueros por igual. Recuerdo los gases lacrimógenos y el pepper spray, que me dejaron un mes en el hospital con asma y bronquitis.

El shock me remonta al infame incidente del ’93, cuando el novio de una amiga mía la llevó en su Jetta del año a la escuela, y el guardia lo detuvo sin razón alguna. Recuerdo el puño que le metió al novio de mi amiga, sin razón alguna. Recuerdo el manoplaza que le metió a mi amiga en los senos y cómo la dejó en el piso sin aire y agarrándose el pecho. Recuerdo la bofetada cruzada que me dio por ir en auxilio de mi mejor amiga.

El shock me devuelve a Villa Cañona, que bien podría llamarse Villa sin Miedo, a Humacao, a Fajardo. Comienzo a cuestionarme la naturaleza supuestamente límpida y prístina de los operativos en los residenciales. Me toca de cerca, aunque no conocí al hombre de amarillo. Aunque pueda revivirlo en sus últimos segundos cada vez que oprimo play.

El shock me dice que esto es como la historia de Antonia revisited.

No me sorprendo de desear la pena de muerte para este oficial de la policía. Si un ciudadano asesina a un policía enseguida se busca la pena de muerte. Pues lo mismo a él, por qué no. Me hartan los policías, azules o verdes, los militares, los jueces que se creen que son la ley. Un representante de la ley es sólo eso, representa la ley, no es la ley. A ellos también les aplica la Ley, porque se hizo para todos.

Cada vez que mis dedos presionan el click de play, pido la pena capital con más ahínco. Si no se la dan, morirá a manos de los ciudadanos responsables de este país que decidan, aunque sea sólo en este caso, tomar la justicia

Thursday, August 09, 2007

El olor entre las piernas, cap. 91, La reina es pata

El olor entre las piernas, Cap. 91 La Reina es pata

Llegué al mecánico. Había tres personas delante de mí. ¿Cuánto cuesta alinear el carro? Veinticinco dólares, me responde el hombre. En media hora estoy con usted, añade. Muy bien, le digo yo. El lugar gozaba de un silencio tan puro y elocuente que jamás lo hubiera asociado con un taller de mecánica, sin importar el tipo de mecánica. Saco un libro de mi auto, antes de que lo enganchen. Babel-17 de Samuel R. Delany, de la desaparecida colección de ciencia ficción en español de Grandes Éxitos de Bolsillo. Tiene un epígrafe: “no son las sociedades ni los individuos los que moldean el lenguaje, sino todo lo contrario”.

Lo abro en la primera página y leo el primer capítulo con asombrosa rapidez. Sucede que la Tierra está siendo invadida y esta invasión sólo puede ser detenida comprendiendo el lenguaje de los invasores, que ha sido denominado Babel-17, y el cual no puede ser descifrado por el Departamento de Criptografía de la Tierra, porque lo ven como un mero código. Para ello emplean la asistencia de la poeta Rydra Wong, “la poetisa de las Alianzas Terrestres”, cuya obra es conocida y admirada en 17 galaxias, porque ella es la única que decide ver el código por lo que realmente es, un lenguaje en sí mismo.

Despierto de mi lectura, porque el mecánico, al verme leyendo, decidió que era un buen momento para encender su radio en la estación cristiana de rigor. En ella, un hombre joven hablaba en acento neutral de Univisión sobre el apóstol Pablo, el cambio que hizo en su vida, cómo se salvó y sus contribuciones a la vida moderna (porque en ningún momento dijo “vida cristiana” y eso me preocupa, los cristianos se están poniendo cada vez más agresivos). Intrigado por qué me depararía el capítulo 2, y molesto porque mi mente decidió que ese era un excelente día para dejarse caer en un episodio de ADD, le pedí al mecánico que bajara un poco la radio. Todos a mi alrededor me miraron mal. Fue como haber gritado que la Reina es pata en Inglaterra. De más está decir que le di las llaves de mi carro y me fui. No tenía ganas de enfrentar la literatura contra la religión.

Me fui para la Plaza de Coamo, buscando un espacio tranquilo en el cual sentarme y leer. Había un quinceañero en la Iglesia, sus puertas abiertas, y por ellas se violentaba la voz a vivo micrófono del cura, que también tiene acento neutral de Univisión. Cierro los ojos, decido que Coamo no es un buen lugar para leer, que no me extraña que todavía no haya encontrado alguien en este pueblo que hable algo más edificante y cultural que Juan Vélez, que el cielo es azul por alguna razón, y que el español puede sufrir la misma suerte que Babel-17.