Monday, May 09, 2005

el olor entre las piernas cap.13 Altoids y los miercoles que parecen martes

El olor entre las piernas
Cap. 13
Altoids y los miércoles que parecen martes


Tiene que ver con la posición del sol, y cómo el smog de la ciudad lo filtra para que algunos viernes parezcan sábados, y más precisamente, el día de hoy, miércoles 4 de mayo, parezca martes 3. Debe ser que prácticamente amanecí en la playa, y para cuando salí de ella, tenía la espalda roja y el pecho blanco, y la resolana metida en la córnea. Justo cuando me monté en la Metrobus, me di cuenta de que tenía una latita de Altoids “Curiously Strong” Citrus Drops en mi bulto, justo con mi copia del libro Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar. Me echo un altoid en la boca, meditando en lo vintage de la latita, mientras abro el libro en el escrito “Maravillosas ocupaciones”. Escupí el altoid del ataque de pavera que me dio, cayéndole en el cabello a la señora del asiento del frente. Cuando lo lean se reirán conmigo. Algún día todos gritaremos juntos que somos cronopios que desean ser famas.

Abrí la lata nuevamente y me eché otro altoid. Mi cara se contristó en expresiones ferales, anciánicas y guturales, dado lo suculentamente agrio del altoid. Ahí fue que entendí lo de curiously strong. Muy curiosamente se rieron de mí en la guagua, cuando los ácidos altoides me llegaron a la parte de atrás de la boca, donde todavía descansan muy traviesos mis cordales. Porque tal vez estos dulces, dentro de esta cajita tan vintage, tan art nouveau, tan Antonia de la Praga con sus diseños con corazones rosados, es tal vez lo único que quede que me haga sentir Amélie, con ganas de irme por la suburbia antigua buscando tesoros olvidados o escondidos, y devolvérselos a media humanidad. Porque mis tres cordales restantes saben que no serán extraídos, porque el dulce no es lo que daña un diente. Los dentistas se equivocan. ¿Cómo pueden hacerlo, si el fuego no los derrite y están hechos de quitina? Pero esta columna no es sobre los dientes y los dulces. De hecho, aún sin saber claramente de qué diablos es esta columna, me aventuro prematuramente a decir que se trata de las pocas fábulas que nos quedan en nuestros días.

Acabo de terminar los primeros cuatro paperbacks de la serie de cómics Fables, de Bill Willingham, que ya promete ser de tan excelsa calidad como Sandman, de Neil Gaiman. He de decir que ambas producciones descansan impunes sobre el sello de Vertigo Comics de DC, y, demás está decir que comparten elementos de un mismo universo. Fables toma lugar en Nueva York, por qué no, en una calle recóndita de la ciudad capital del mundo, que usualmente, gracias a hechizos y brujerías, es evitado lo más posible por los habitantes mundanos de este mundo, muy apropiadamente llamados en la serie “mundys”. En esta calle viven los personajes de las fábulas, mitos, leyendas, y cuentos de hadas (que son en sí mismos cuatro géneros literarios diferentes y se deben entender como tal) que han sobrevivido todos estos siglos, desde que fueron creados, hasta que sufrieron la terrible invasión del “Adversario”. Créanlo o no, el Lobo Feroz es el alguacil de Fable Town, como se le llama a esa manzana donde viven todos, y Blanca Nieves es la bicha mano derecha en negocios y regulaciones del alcalde King Cole. Personajes de todo tipo de cuentos permean en las páginas de estos libros, hasta don Quijote y Sancho Panza. Leerlos es más que un mísero placer, es un deber, es mandatorio. Pero esta columna tampoco se trata de eso.

Más bien es una reflexión sobre las pocas cosas que nos quedan de los tiempos de antes. Ya los carros no se hacen de hierro, sino de lata. Las mecedoras no se hacen de cherry wood, o alguna otra madera resistente al tiempo, sino de madera tratada o peor, de aserrín comprimido. En fin, ya las cosas no se hacen para durar una eternidad, tampoco para entretener el ojo de los que vivimos en estos tiempos. Porque nos hemos acostumbrados a remendar, a coser parches por aquí y por allá, a hacer mucho con poco (la trampa de la producción de artículos y servicios en masa), y ya no se aprecia el talento, el oficio, el artificio, el arte con que las pueden llegar a ser hechas, sino cuán rápido satisfacen una necesidad, cuán a corto plazo pueden lograrlo.

Acabo de descubrir el fin de esta columna. Creo que lo que quiero decir es que no quiero acostarme a dormir esta noche y despertar mañana para darme cuenta que las fábulas, los cuentos, lo artístico se ha ido todo al carajo, y que lo único que me queda de ello es una caja vacía de Altoids “Curiously Strong”Cytrus Drops en mi bulto.

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