Thursday, May 26, 2005

el olor entre las piernas cap. 26 Dávila

El olor entre las piernas
Cap. 26
Dávila


El viento y la suave luz de la ciudad me traen de vuelta el nombre de Angel Dávila en un suspiro gótico. Todo para recordarme que aquéllos que conoces, una vez los conoces, jamás los olvidas realmente. Me pregunto si todavía está vivo.

Angel Dávila era mi supervisor cuando yo trabajaba para la Línea de Maltrato de Menores y Emergencias Sociales 9-1-1. tan pronto como lo conocí me cogió cariño, tal vez demasiado, asimismo yo a él. Por eso fue tan duro el golpe cuando un día, así como así me dijo que tenía leucemia y que le quedaban cuatro meses de vida.

Hoy la brisa me llega con su nombre, sin cuidados ni consideraciones a mi tierna condición de salud, para traerme taquicardia con su llamado. Hace algún tiempo atrás leí que cuando a la mente arriban ideas de esta o similares formas, significa que alguien está pensando en nosotros en momentos de crisis. ¿Estará agonizando en este momento? ¿Muriendo tal vez? Pensamientos como estos me entretienen por el momento, mientras la luz del día pasa de la suavidad a la casi inexistencia, a la vez que comienzan a caer las primeras gotas de lluvia de esta mayo tan peculiar. Nunca había vivido un mayo tan lluvioso como éste.

En aquella época, Angel se había dedicado a trabajar por simplemente sentirse bien. Había comprado unas acciones en la Coca-Cola y éstas le habían rendido fruto suficiente como para no depender de su trabajo, procurarse unos últimos meses de vida de descanso y felicidad perpetuos, y que le sobrara algo para heredarle a su sobrino.

En aquellos momentos me inventé la historia ingenua de que era VIH+. En principio la utilicé para espantar prospectos poco elocuentes que se me acercaban con intenciones mezcladas de benignidad y nebuleo. Jamás me hubiera imaginado que el cuento del nene y el lobo se juntaría con la fastidiosa Ley de Murphy para hacer mis inventos realidad, dos años y medio después. Angel fue uno de esos prospectos que llegaron para querer quedarse, pero que despaché sin la más mínima compasión. Tuvimos sexo una sola vez, sin protección, pero él estaba mega ebrio, y después de dejarme su semilla en mis regiones septentrionales, se quedó dormido. Asimismo me fui del motel y de su vida, para olvidarlo hasta hoy, que el viento y la lluvia me trajeron su nombre. Tal vez es la semilla de su muerte la que me palpita en las regiones más meridionales de mi pecho. Al oeste, siempre al oeste.

El dolor lo dejo desgarrando estas páginas como latidos incircuncisos, retromeláncolicos para dar paso a nuevos y más noveles sufrimientos. Me quedó mal y feo lo que les hice a muchos, me refiero al cuento del lobo, por supuesto. Ahora lo pago con un petite inver, un pequeñito infierno que me tragando como un hoyo de viento, como los personajes de mis cuentos más raros, como Rocco de “Intagible”, los hoyos se abren, ya no para guardar todo tipo de objetos, sino para esparcirme por el mundo.

Angel llegó para acordarme de que he sido tan puto, que como dicen los ingleses, I’m all over the place. Esto tiene que parar. Necesito la luz suave nuevamente. La luz que viene de estar rodeado de muertos. Si el dicho de “dime con quién andas y te diré quién eres” es cierto, entonces estoy jodido, por estar tan rodeado de muertos. Ya puedo ir poco a poco contándolos, y marcando en el calendario con una X (because X marks the place of your doom) todos los días en que se me aparecen entre las multitudes. Sandy… Reynaldo… Spikey… y ahora el viento me trae a Dávila… God have mercy on us…

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