Monday, April 25, 2005

El olor entre las piernas, cap. 7 Los fuegos de Coamo o yo quiero ser Carrie

El olor entre las piernas
Capítulo siete
Los fuegos de Coamo o yo quiero ser Carrie


No hay excusa para que mi garganta se levante todos los días con infección. No hay excusa para que la mitad de Cayey esté verde y la otra mitad cicatrizando heridas de fuego que tardarán dieciocho años en sanar del todo. No hay excusa para el calor tan agonizante, ni las lenguas de luz que se ven por las noches a lo lejos. No hay excusas para los incendios.

A nadie parece importarle. No me digan que es el calor nada más. No hay calor natural que pueda provocar incendios, sin la ayuda de botellas de cristal rotas, de Heineken y lo que no, que sirvan como prisma al sol cada vez más cercano. Cada vez que veo a un hijo de la gran puta en la calle tirar una botella de cristal en la carretera, desearía tener telekinesia, perseguirlo y obligarlo a que se la meta por culo y se le rompa adentro. Suena cruel, y hasta tal vez un poco demasiado, pero creo que es la única forma en que la gente podría aprender.

A propósito de telekinesia, siempre puedes conocer la personalidad de quienes te rodean si les preguntas esto: “Si fueras superhéroe, ¿qué superpoderes te gustaría tener?” A los bellacos les gustaría poder ser invisibles o metamorfos. No hace falta demasiado imaginación para darse cuenta por qué. A los más góticos y sufridos, “rejects” del Romanticismo, les gustaría poder derretirse en las sombras, y teletransportarse. La viejita bochinchera del vecindario, preferiría tener los sentidos bien agudizados (o a lo mejor ya los tiene) o tener telepatía. Y los hijos de puta que tiran basura en la carretera darían lo que fuera por ser invulnerables. Pero no lo son. En ningún sentido de la palabra. Y Coamo sigue quemándose todos los días en un lugar nuevo. Ya no quedan manchas verdes en Coamo.

Como dije, estos cabrones no son intocables, ni invulnerables. Propongo matarlos a tiros a todos, entrarle a batazos a las viejitas que van al Yunque y dejan los pañales sucios en las piedras del río, destajarle la cabeza al doñito gordo que tira el vaso de refresco de McDonald’s en el patio del vecino, y sobretodo, y arriesgándome a ser elitista, no me importa, a quien no le guste que bregue, daría lo que fuera por incendiar todas las comunidades especiales de este país. Mírenlas, obsérvenlas bien, que detrás siempre hay un pastizal lleno de neveras muertas, gomas que jamás se pudrirán, y mucha, mucha basura. A mí me encantaría ser Carrie, ése sería mi superpoder, y regaría mi fuego a las cuatro esquinas de la humanidad. Este mundo se tiene que acabar.

1 comment:

Anonymous said...

A mí también me joden bastante los atentados contra la naturaleza. No entiendo a los cerdos que van al campo dejando su rastro en forma de desperdicios no degradables. Frecuentemente acudo a un rincón del moente a beber de un manantial que produce agua ferraginosa y se me cae el alma al ver las botellas, los clinex, el papel de aluminio tirados por allí... Qué pena.

¿Se puede dormir tranquilo quemando árboles que tardan decenios en desarrollarse, que son nuestros pulmones, que son el cobijo de multitud de seres?

Ay...