Monday, April 25, 2005

El olor entre las piernas, Cap. 5 Carlitos

El olor entre las piernas
Capítulo cinco
Carlitos entre otros relatos de Suburbia, y otras masturbaciones anales


Ayer, mientras me dopaba escuchando a Nightwish, me maravillaba ante la miríada de apariciones post-mortem en la TV del papa, se me antojaba ya un santo, sin tener que pasar por las burocracias del vaticano, ni los juicios del diablo, total, que yo estoy con los miles de personas que le dijeron en vida: “The Pope is a bigot!”. Nada, que no sé qué fue lo que impulsó la memoria en mi mente de Carlitos, un nene que vivía en mi barrio, que me acordaba mucho la canción “Downtown”, del musical “Little Shop of Horrors”. Somebody shoot me dead.... porque con Carlitos nada podría ser más cierto. Nunca un rostro infantil me ha dejado ver más madurez que el de Carlitos, ni más ganas de verdad de salir de un lugar que considerara infernal. Pero para Carlitos, no era sólo el downtown de Hartford, Connecticut, con sus terribles edificios de ladrillo que no terminan nunca (a mí me tomó cuatro o cinco años aprenderme las entradas de la ciudad y sus salidas, me parece que una vez entras a la 8va milla, no hay forma de salir de ella), sino también su propia familia. Aquí reproduzco un pedazo de una típica conversación entre Carlitos y su padre.

-Oye, nene, tú deberías estudiar para ser trompetista... –pronuncia su padre, mientras ve la televisión en calzoncillos viejos estirados, y se rasca la entre pierna, sin haberse bañado. Veía un programa de música.
-No me interesa, muchas gracias, padre, -respondió Carlitos muy educadamente, mientras devolvía su vista al libro que leía en aquel momento: El Budismo, de Edward Conze.
-A ti te interesa lo que yo diga que te interesa, ¿me oíste, pilemierdita?
-Sí, señor, usted tiene toda la razón, padre, los niños hablan cuando las gallinas mean, -respondió Carlitos ensimismado y sin realmente prestarle atención alguna a su padre.
-Damn right you do, you little fuckin’ snob! Aquí se hace lo que yo digo. En esta casa mando yo.

Carlitos lo observó por un momento, y le pareció ver dos imágenes yuxtapuestas intermitentes: la de un cavernícola con basto en mano, a punto de rajarle la cabeza a otro cavernícola, porque se había metido en su harem de mujeres cavernícolas; y la de un gorila tipo King Kong que se golpeaba los pectorales mientras lanzaba su grito de amenaza. Pero no le dio ninguna importancia, porque su padre no tenía ninguna importancia en su vida, simplemente estaba allí.

En otro incidente relacionado, Carlitos estaba en la parte trasera del carro, observando el mundo fuera de la ventana. El padre conducía, mientras vociferaba improperios contra el resto del mundo: los conductores que guiaban peor que él, las mujeres que conducían en general, los viejos que cruzaban la calle justo cuando el semáforo cambiaba a verde, y el resto de la gente que era más imbécil que él. Sucede que se detienen a buscar a un amigo de papá, que bebe con él todo los miércoles y los domingos. Ese día era miércoles, día de acostarse temprano, entonces el panorama de la ventana cambia a uno nocturno, y a Carlitos, que no le desagradan para nada las luces nocturnas de la calle, piensa en el musical que más le agrada, que la noche anterior había salido por televisión, Little Shop of Horrors, en la escena del tipo de la motora, y de repente, su mundo se le abre con la facilidad de siempre, y sus sentidos se ausentan por completo a la imbecilitud de su padre.

-Oye nene, cuéntale a Billy de tu nueva novia.
-No tengo novia, padre.
-¿Qué es? ¿Qué entonces eres maricón?
-Padre, si esta conversación no va para ningún lado, ¿puedo pedirle permiso para retirarme a mi mundo interno?
-¿Qué dijiste?
-Nada, padre. Usted tiene razón, muchas novias, quince en total, me las he tirado todas, sí señor, tenían buenos culos y clítoris calientes... –repetía Carlitos como fórmula aprendida a través de los años, dejando al amigo de padre sorprendido, y al primero muy orgulloso de la cría que salió alguna vez del olor entre sus piernas.

Que este niño pude haber sido yo, si mi madre no hubiera estado viva. Que soy escritor y puedo mentir, pero que mi padre era un half-breed británico que vivió la mayor parte de su vida en Dublín, donde no sabían cómo pronunciar su apellido Acevedo, así que mi padre usaba el materno: Brighingham. Que mi padre buscaba la forma de encontrar el G-spot de mi madre todas las noches. Que nunca me contó un cuento, pero me dejó ser Carlitos, con mi propio mundo. Ahora a mis 25 años de edad, me acuerdo de Carlitos, y aunque el nene nunca existió, sino en mi mente, me acuerdo de cómo cuando hablaba conmigo, inmediatamente se ensimismaba, aunque yo era el único que lo entendía, porque yo hacía lo mismo. Que nada. Bien dentro de sí, sin haber nunca, a lo mejor, escuchado música metálica, podía escuchar en su pequeño cerebrito, los acordes orquestarles de Nightwish con su Bless the Child. Y si de algo estoy seguro es que en su pequeño gran mundo, el Papa nunca existió.

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