Thursday, October 06, 2005

el olor entre las piernas, cap. 56, Historias para ser contadas

El olor entre las piernas
Cap. 56
Historias para ser contadas

En San Juan siempre hay mucho que contar, y como buen cronista, es eso lo que me he dado a la tarea hacer con esta ciudad, meterle la mano por la boca y virarla al revés. Se me antoja esta ciudad violenta como el lugar perfecto para no tener hijos, un lugar idóneo para un circo no rodante, y que todo lo demás llegue por añadidura. Se me ocurre que sería bueno destruir esta ciudad, a veces pienso que sí, por lo que me imagino cientos de plagas distintas azotando la gente a la misma vez. Eso no ha ocurriddo todavía y probablemente nunca suceda. Pero asimismo las historias tras callejones son plagas que deben ser mantenidas "in check" por la palabra, que muchas veces funje como agente antiviral.

Me decía uno de mis nuevos amigos, Juan Carlos Quiñones, que Río Piedras desafía las leyes de la física. Y es que se fue a dar una cerveza al Boricua, ese lugar con baños de mujeres donde ellas se la pasan viéndose sus respectivas pájaras hermosas; y se encontró con este borracho que le decía que el estuvo en la guerra del '75. Cuál guerra fue eso, ni JuanCa ni yo sabemos, pero dice mi amigo que para probárselo se subió la camisa y le enseñó una cicatriz desde el principio del cuello hasta el ombligo. JuanCa y yo determinamos que se trataba de un hombre que en algún momento del 1975 aterrizó en este plano, de una realidad alterna de tantas que hay en el universo.

Eso me acordó un hombre que vi en la Ave. Universidad no hace ni un año. Este hombre estaba vestido en una pijama blanca de franjas azules, camisa y pantalón, todo barbudo y con la mitad de la cabeza afeitada. Afeitada porque tenía una cicatriz supuerienta de pus, reciente, con todavía los hilos de los puntos pegados. El tipo era toda una visión, un esperpento divino llamado aquí a Río Piedras para darnos un mensaje, no sé de qué todavía.

Hoy, mientras caminaba por la calle Arzuaga buscando la oficina de una oftalmóloga, me pasé del lugar y seguí caminando vía Capetillo. Frente al correo, me encontré algo que realmente nunca había visto en mi vida. Era un viejito que se ganaba la vida anunciando distintos productos y servicios comunitarios, a través de un altoparlante ubicado en la parte frontal de su bicicleta roja, la cual tenía una especie de techito, en el cual se leía un rótulo que decía "Radio y Televisión Creativa". En el momento en que pasé perdido por allí, el viejito estaba anunciando los servicios de capilla y misa de una iglesia cercana a la Plaza del Mercado. Me pareció tan genial que me olvidé de la oficina de la oftalmóloga y me quedé simplemente observando el rictuss facial del viejito, el cual exhibía una mezcla de compasión, beatitud y piedad que me conmovieron profundamente. Deseé que todas las caras de este Río Piedras tan abrumante y a veces maligno, fueran así, con ese mismo rictus, con esa misma piedad.

Eso me acordó que hace mucho tiempo he estado posponiendo una visita a la Plaza del Mercado. El sitio me llama como me llama el hogar que hace tiempo no tengo. Porque desde hace 9 o 10 años me estoy hospedando en Rio Piedras y no tengo un hogar. A lo mejor me llama, porque ese es el hogar de Rio Piedras, la cuna de su civilización. A lo mejor me llama porque hay historias esperándome allí para ser contadas.

1 comment:

said...

quizas alli te encuentras con una de mis historias, llamadas veintidos, que se la pasa alli en la plaza...:)