Tuesday, November 13, 2007

El olor entre las piernas, cap. 94 Mencion Honorifica

El olor entre las piernas Cap. 94. Mención Honorífica

Me siento sumamente orgulloso. El domingo pasado me gané una mención honorífica en el Certamen de Cuento para Jóvenes de El Nuevo Día, con mi cuento “Ébola”, el cual procederé a publicar en este medio. Felicidades a todos los que ganaron menciones honoríficas, a mi compañera de mención Melissa Figueroa y al bizcochito argentino, Enrique Medrano. A los ganadores ganadores, mis respetos.

Escribir de por sí es una tarea difícil. Aquellas personas que hayan seguido esta columna desde sus inicios sabrán lo cuesta arriba que es escribir, sobre todo, lejos de la Ciudad Letrada. No es fácil escribir desde Coamo, sobre todo cuando no tienes a nadie que te ayude a editar. Pero entonces, así se vuelve el oficio. Comienzas a editarte tú mismo, y a adquirir la disciplina de Capote, Lispector, Plath y Hemmingway. La disciplina que me impartió el Prof. de pintura Jaime Romano, de virar las pinturas al revés para ganar distancia inmediata. La disciplina de engavetar los cuentos y los poemas, pero no por más de una semana y media, como me lo enseñó mi mejor amigo Juancarlos López. La disciplina de la soledad, de hacerlo todo tú mismo.

Me han dicho que el cuento ganador fue resultado de mucho taller, que muchas personas intervinieron en su producción, pues la chica pertenece a la maestría del Sagrado Corazón. Me han dicho que hasta Luis López Nieves y Ángela López Borrero tuvieron algo que ver y le echaron un ojo. Me parece bien, el único sustituto para los compañeros editores es el mucho tiempo. Y yo no tuve ni una cosa ni la otra. Lo único que tuve fue mi disciplina propia. Y quedé con una mención honorífica. No me siento tan mal.

Que esto no se malinterprete como insubordinación. Nuevamente, mi más grande respeto y admiración hacia los ganadores de ambos premios. Espero que ganar el Certamen les traiga el sosiego de la exposición que más fácil llega, la que menos cuesta, y que por ende, todos queremos, y muchos no tendremos, quién sabe si jamás.

Por otro lado, quisiera agradecerle a las 54 personas que me llamaron durante todo el día del domingo y de ayer lunes. Algunos me felicitaron por haber ganado la mención honorífica, otros me felicitaron porque piensan que debí ser yo quien ganara el certamen (aunque yo tengo mis reservas… me pregunto cuántos cuentos mucho mejores que el mío dentro del paquete de 124-140 debieron haberse llevado una mención honorífica y no lo lograron… me pregunto si hay cosas mejores que las mías que se quedaron fuera, pero ese es el problema, en materia de certámenes uno nunca sabe). Les doy mis más profundas gracias por todo su apoyo, algunos con grandes despliegues de inteligencia emocional, otros ni tanto.

Leí “Ayin”. No me gusta ese cuento y tengo que ser honesto. Lo leí con distancia. Por ello, puedo ver por qué ganó y el mío no. Es una crítica social, y en un país que todavía no sabe cómo salir de la ínsula de Pedreira, la crítica social lo es todo. Es un buen cuento. Admito que hay una gran rigurosidad de oficio en él, y eso lo aplaudo. No me gusta el cuento, pero por lo menos puedo reconocer que en mi caso, no es nada más que una cuestión de gusto.

Quisiera culminar esta columna estableciendo que el cuento que sometí al certamen pertenece a un libro titulado Las formas del diablo, el cual continúa en producción. ¡Felices lecturas!


Ébola

Te hiciste camino entre las sábanas de la única cama que había para ustedes dos. Lo sabías, Rolf Mckenzie, que dos cuerpos juntos lo único que logran es la ausencia de todo palabra posible e imaginada. Allí, en el silencio de aquella cama queen, rodeados del mosquitero que los aldeanos les proveyeron, allí en el corazón de África, hiciste el amor con tu compañero, Charlie Goddard. Y allí, sin poder atisbar la infección que se apoderaba de su cuerpo, te hiciste camino dentro del suyo, apartándole las nalgas mientras le mordías el lóbulo derecho, sin decir palabra alguna, sin hacer gemidos ni ruido, sólo el silencio del ébola.

Tres semanas antes te habían llamado de la Corporación para que fueras a África a investigar una nueva variante de la cepa Marlburg, la cual había reaparecido entre una banda de chimpancés del Congo Sur. Unos nativos hallaron los cadáveres de los simios como bolsas de sangre, con todos los órganos hechos líquido. Unos días después, fueron los nativos los que murieron desangrados por los ojos, los oídos y el culo, por entre las uñas y la piel, por cada abertura natural del cuerpo por donde puede pasar una gota de sangre sin perder su esencia. Quedaste enamorado y dijiste que sí, que aceptabas hacerte cargo de la investigación. Llevabas a África entre cuero y sangre.

El primer día fue el peor, pero no más que la primera noche. África se te pega en la piel como el silencio, la humedad y la muerte. Los mosquitos parecían traspasar la tela del mosquitero, o a lo mejor se teletransportaban a través de ésta, para hincar sus agujas en tu piel desnuda, porque no soportabas el maldito calor y esa cama tan grande era capaz de contenerte si no te mantenías alerta. Charlie llegó al otro día. Ese muchacho escuálido, descendiente de irlandeses, en cuyo cuerpo cada músculo y gramo de grasa tenía un propósito y un lugar; aquel muchacho de no más de 26 años, con la mirada cansada y sabia de 86, aquel muchacho te ofreció la mano, pero no te dijo nunca “un placer conocerle”, porque en África el calor se te adhiere a la piel como una maldición que se come los modales y la modestia. Charlie, según observaste, llevaba puesto unos pantalones cortos cargo, unos mocasines sin medias de ningún color importante, y una camisilla negra que lo salvaba del bochorno del sudor entre las axilas de una camisa. Demasiado joven para esta investigación, pensaste cuando viste su mohawk semi rubio, semi negro –en el caso de un irlandés nunca se sabe- y su pantalla en la oreja derecha.

-¿Dónde puedo dejar mis cosas? –preguntó, como queriendo realmente preguntar, ¿dónde se supone que voy a dormir?
-No sé qué decirte, chico. Esta la única cama en todo el campamento. Según me dijeron, el gobierno pensó en darnos lo mejor que tenía a nosotros dos, que somos los directores del programa. Los demás catres están en las barracas de los guardias y de los otros empleados, si quieres dormir allá. Pero no tienen mosquiteros.
-scoff- odio los mosquitos -sentenció, dejando caer sus dos bultos negros al lado de la cama sin ningún reparo en modales ni sensibilidades absurdas.

Comenzamos a trabajar a los dos días de él haber llegado. En el campamento había una estación completamente sellada con tres niveles de entrada: en el primer nivel nos desnudábamos, inspeccionados nuestros cuerpos por personal del campamento en busca de heridas o aberturas recientes en la piel. Ya a ese nivel nos ponían la vestimenta de cirujano, recogiendo nuestro cabello hacia atrás con un gel especial para ello, para luego ponernos un gorro en la cabeza. Me puse la máscara de filtro y le hice un ademán de buenos días a Charlie, que por supuesto, no contestó. Luego entramos a la cámara del segundo nivel, en donde nos ataviaron con un traje de plástico y un tanque de oxígeno que duraría exactamente 3 horas, 39 minutos y 2 segundos, no más, pero sí menos, dependiendo del ritmo de nuestras respiraciones.

Ya en el tercer nivel, nos pusimos los trajes de astronauta. Charlie me volteó para revisar que no hubiera tajos en la parte de atrás de mi traje, y yo hice lo mismo con él. Luego la contraseña, y la puerta eléctrica se abrió para dar paso al laboratorio, en donde todo estaba contaminado, sin importar los antisépticos, ni los sprays de Lysol o Clorox, ni el mucho cuidado, porque cuando se trata de chimpancés en sus últimos respiros concientes de vida, no hay tal cosa como sanidad absoluta. Tampoco algo que tan siquiera pueda acercarse a ello. Y es que el ébola es una muerte que se corre en el aire, una verdadera peste silente al olfato.

Los primeros días transcurrieron con absoluta normalidad. Entre aguja y pinchazo en la vena de un animal, Charlie se tiraba su irlandesa broma formal, que siempre comenzaba con “un hombre le decía a otro”, la cual yo siempre ignoraba, pero sólo luego de mirarlo a los ojos con rostro de hastío y “cállate ya que me apesta tu presencia”. Terminábamos de analizar las muestras de sangre y tratar de aislar el virus –lo cual nos tomaba cerca de ocho horas y tres cambios de tanque de oxígeno, lo que representaba ir y venir desde el nivel I tres veces al día-; para luego retirarnos a cenar, en el caso de Charlie enrolar un cigarrillo de mezcla inglesa, fumar y quejarse del terrible destino que le acaeció a Irlanda del Norte, donde vivía su madre. Pensé en lo terrible de un destino que no pueda ser inefable, para mí la oscuridad es un alivio, y el ébola, un virus sabio, probablemente milenario, y muy cansado de cargar con el peso de millones de años de aberraciones genéticas y de adaptarse para sobrevivir. Por ello esperaba con ansias bajo las sábanas de aquella cama queen, sólo dejando mi ojo izquierdo al descubierto para poder verlo mientras se desnudaba y se acostaba a mi lado, no tan cerca, pero bastante. Su cuerpo olía a humo y sudor, porque contra todas mis recomendaciones, Charlie no se duchaba antes de acostarse.

Lo que pasó, tuvo lugar el tercer mes de repetir la misma rutina de todos los días. Una tarde, cuando volvían del campamento notaste algo en la parte de atrás de su traje de astronauta. Había un rasguño. Pensaste en que jamás lo verías nuevamente si decías palabra alguna. Lo meterían en el “submarino” de cuarentena que tenían detrás de las barracas y el laboratorio. Extrañarías su mirada de reproche ante cualquier broma de las tuyas, su cara de asco cada vez que le llegaba algo de humo cuando fumabas, y sobre todo, cómo se hacía el dormido bajo las sábanas cuando te desnudabas por las noches. Esa noche te acostaste en la cama y lo miraste fijo a los ojos. No hubo palabra entre ustedes. Comenzó a llover y las gotas se hacían mar cayendo a chorros por entre las tablas de madera del techo de la choza. Fingiste frío y lo hiciste muy bien, porque algo en sus ojos ablandaron su seriedad tan hermética como aquel laboratorio. Levantó la sábana y sólo entonces viste que él también estaba desnudo.

Rolf Mckenzie se abrazó a su compañero haciéndose camino en el silencio de la lluvia. Mezclaron átomos con una ternura que sólo el silencio podía hacer posible, y sólo entonces, en el justo momento del orgasmo compartido, entendieron que el ébola, como la muerte, sólo necesita un pequeño momento de intimidad.

14 comments:

Awilda I. Castro Suárez said...

Me acabo de enterar de tu mención honorífica. Felicidades antes que todo. A mi el cuento Ayin no me gustó mucho. El tuyo me gustó, sobre todo la salida.

Isabel Batteria said...

Enhorabuena, David, qué honor. Más vale pájaro en mano que cien volando. Habemos quienes nos gozamos los premios de los amigos como si fueran propios (a falta de los propios y porque los amigos los merecen). Un abrazo.

Isabel Batteria said...

Enhorabuena, David, qué honor. Más vale pájaro en mano que cien volando. Habemos quienes nos gozamos los premios de los amigos como si fueran propios (a falta de los propios y porque los amigos los merecen). Un abrazo.

(¿Puedes borrar mi comment anterior? :S)

elijah snow said...

gracias isabel, gracias awilda, un beso a ambas.

Abdiel Echevarría Cabán said...

Felicidades David, finalmente, y bien merecido. Mis abrazos. ¿Me das permiso para publicarlo en mi Blog?

Rosalina said...

Me parece que de SIDA a ÉBOLA va un trecho bastante grande y reconocible. No se que tal ha sido la lectura del panel de jueces del certamen, o si quizás ENDI deba buscarse redactores más cuidadosos, de igual forma me deja mucho que desear. A mi si que me gusto, más que el ganador, que pese a su tecnicismo y buena construcción, me parece banal y no me dice nada.Ébola supura pasión, es una historia que mueve.
No todo es teoría en esta vida, amigos.
Mis felicitaciones,David....

sauldadá said...

felicidades david! que cuentaso!
saludos
j

The Trade said...

tu lo que eres un embidioso, como no ganajte le ejtas tirando piedras a la gente que sigue haciendo cuentos para el panfleteo nacional y la cucharilla de aceite de higado de bacalao que loj mantiene felices en su aposento,

tu sabes que tu cuento era mejor,
el cuento que gano como casi siempre fue un

SAFETY!!!!

tu sabes, ha yque escribir pa laj masas, pa las pasas, como Cofelo, pa que el pueblo mejore, pa que la critica sobreviva y el intlecto sea algo tecnologizado...

Exito en ser el ganador de la sombrilla, el que "öops le damos mencion por que esta buenisimo pero no se si esto es mass media"

EN HORA REGULAR CABESTRO.

Ruperto el Caiman

Sergio Gutiérrez Negrón said...

Me gustó mucho más el tuyo, don Davi, que el de Ayín. Yo, también, participé, pero ya que siempre ganan cuentos cortos, y el máximo de páginas es 10, intenté someter un cuento de diesiocho páginas.
^^"
Felicidades por su honor mencionífico!

Eliceo D. Anslevide Díaz said...

dicen, solo digo, que no ganaste por que alguien por ahi te esta trabajndo magia negra... muchahco baja pa Guanica que hay que hacerte una limpieza de que ya...

tus numeros de la suerte, 2,9,33,6,2

Tor said...

Excelente cuento. Sincero, tierno. Coincido con Sergio.

No creo que la intención de END sea querer algo mass media, sino algo súper teórico e impresionista, pues ésa es la convención sobre lo que es ser "anti-mass media", cuando, en realidad, es todo lo contrario y la frialdad que buscan termina siendo la misma frivolidad de las notas diarias, y lo impresionista, el mismo tono espectacularizante de siempre.

Jolywudense said...

Hola David. Yo también me llamo David, así que eres mi tocayo. Llevo siguiéndote un tiempo, y tengo dos preguntas. ¿Cómo podemos comunicarnos contigo?, ya que no sale tu e-mail. Y, ¿cómo podemos saber más sobre ti?

Ser Aquí said...

hey, comienzo a leerte.. es la primera vez que ando por aqui... concuerdo contigo en lo de la tarea de escribir y de la falta de lectores/editores... pero bueno.. en esas andamos no? Tu cuento.. realmente fascinante!.. te seguiré leyendo

Mariana said...

Leí tu cuento en Agentes Catalíticos; me encantó, - y te encontré de casualidad navegando por la red de blogs de autores puertorriqueños... ¡felicidades por tu mención honorífica! Pero me alegra el ver que eres ambicioso y que sabes que mereces más. ¡Adelante!