El olor entre las piernas, Cap. 91 La Reina es pata
Llegué al mecánico. Había tres personas delante de mí. ¿Cuánto cuesta alinear el carro? Veinticinco dólares, me responde el hombre. En media hora estoy con usted, añade. Muy bien, le digo yo. El lugar gozaba de un silencio tan puro y elocuente que jamás lo hubiera asociado con un taller de mecánica, sin importar el tipo de mecánica. Saco un libro de mi auto, antes de que lo enganchen. Babel-17 de Samuel R. Delany, de la desaparecida colección de ciencia ficción en español de Grandes Éxitos de Bolsillo. Tiene un epígrafe: “no son las sociedades ni los individuos los que moldean el lenguaje, sino todo lo contrario”.
Lo abro en la primera página y leo el primer capítulo con asombrosa rapidez. Sucede que la Tierra está siendo invadida y esta invasión sólo puede ser detenida comprendiendo el lenguaje de los invasores, que ha sido denominado Babel-17, y el cual no puede ser descifrado por el Departamento de Criptografía de la Tierra, porque lo ven como un mero código. Para ello emplean la asistencia de la poeta Rydra Wong, “la poetisa de las Alianzas Terrestres”, cuya obra es conocida y admirada en 17 galaxias, porque ella es la única que decide ver el código por lo que realmente es, un lenguaje en sí mismo.
Despierto de mi lectura, porque el mecánico, al verme leyendo, decidió que era un buen momento para encender su radio en la estación cristiana de rigor. En ella, un hombre joven hablaba en acento neutral de Univisión sobre el apóstol Pablo, el cambio que hizo en su vida, cómo se salvó y sus contribuciones a la vida moderna (porque en ningún momento dijo “vida cristiana” y eso me preocupa, los cristianos se están poniendo cada vez más agresivos). Intrigado por qué me depararía el capítulo 2, y molesto porque mi mente decidió que ese era un excelente día para dejarse caer en un episodio de ADD, le pedí al mecánico que bajara un poco la radio. Todos a mi alrededor me miraron mal. Fue como haber gritado que la Reina es pata en Inglaterra. De más está decir que le di las llaves de mi carro y me fui. No tenía ganas de enfrentar la literatura contra la religión.
Me fui para la Plaza de Coamo, buscando un espacio tranquilo en el cual sentarme y leer. Había un quinceañero en la Iglesia, sus puertas abiertas, y por ellas se violentaba la voz a vivo micrófono del cura, que también tiene acento neutral de Univisión. Cierro los ojos, decido que Coamo no es un buen lugar para leer, que no me extraña que todavía no haya encontrado alguien en este pueblo que hable algo más edificante y cultural que Juan Vélez, que el cielo es azul por alguna razón, y que el español puede sufrir la misma suerte que Babel-17.
Thursday, August 09, 2007
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