Wednesday, March 07, 2007

El olor entre las piernas, Cap. 85 Talleres

El olor entre las piernas, Cap. 85 Talleres

Desde que me mudé para Coamo, mi vida literaria ha ido en descenso. Creo que mis lectores de esta columna no deben haber notado. Sólo hace unos días fue que me volvió el “surge”, creo que por culpa de los fuegos de Coamo, del área sur, o simplemente ante la amenaza de una sequía severa. Y es que mientras el mundo de afuera se seca, el de adentro se vuelve tiernamente húmedo.

Eso comencé a suplicar tan pronto como pasó enero y llegó febrero con sus fuegos de Coamo, que se han estado extendiendo hasta Guánica y Cayey. Los otros días pasaba por la carretera principal de Coamo a Santa Isabel, y frente al campo de golf, por Orestes II Bar & Grill, las lenguas de fuego eran como líneas iridiscentes en el día que seguían mascullando la hierba aún de noche, enviando cenizas como nieve, dejando un gran estratocúmulo extendiéndose por toda el área sur. Al otro día, un mini tornado, realmente un remolinito de brisa, ni siquiera viento, moviendo la ceniza de los montes quemados como el pequeño dedo de un dios burlón. Y yo no puedo hacer más que preguntarme ¿cómo puede la gente vivir así?

Con febrero abrió también el taller de creación literaria en la IUPI de Ponce. Conocí a la profesora María Teresa Miranda, un ser genial que comparte las mismas obsesiones con el lenguaje que tengo yo, así como la misma compulsión por escribir. Es una mujer de mucho cabello negro, peinado y ordenado, no como las “hair-women”, mujeres pensadores estadounidenses de cabellos desgreñados. Me agrada mucho María Teresa. Se puede conversar con ella de todo, y en una institución que no es más que una escuela superior, eso se agradece.

El taller es bien sacrificado. De repente, así de primera impresión, yo fui no más para poner mi filmo-, pina- y biblioteca al servicio del taller, que no es un curso institucionalizado, sino más bien un conjunto de bellos seres espirituales y espirituados que sacrifican su hora de almuerzo cada martes y jueves, para mejor almorzar literatura. Y cuando digo conjunto, soy muy condescendiente, o creo yo que lo soy, según mi background de río piedras. Este taller no es un manantial, como los talleres de escritura creativa de la IUPI de Río Piedras. En realidad somos cinco personas los más constantes: la profesora, yo (que llegué de presentao, como siempre), Heidi, Joan (que tienen mucho talento como poetas y narradoras, si logran desarrollarlo) y una gordita bien chula que me cae super bien y cuyo nombre no sé, y la cual es excelente narradora.

El taller no es algo planificado, aunque yo estoy apelando y tratando de hacerlo lo más clase, lo más curso que sea posible. Pero nos gana la sequía. Es difícil echarle la culpa de la ausencia de escritores a los estudiantes. Es más factible echársela a la universidad misma, que tiene su única biblioteca cerrada y secuestrada. Es más real culpar asimismo a la comunidad, al pueblo mismo de Ponce, que no tiene como prioridad crear una biblioteca pública, más sí jactarse de un pasado de gloria, bien passé, que continúan perpetuando cada vez que dicen que “Ponce es Ponce y lo demás es parking, San Juan es parking de impedidos y Bayamón es parking de embarazadas”. En este pueblo no hay un Borders, tan siquiera, aunque llevan años hablando de la posibilidad de establecer uno. y yo, sigo sin empleo y sin dinero, sin poder sacarle copia a toda la poesía que tengo de la gente que escribe ahora, a la usanza de Loretta Collins, quien nos hizo un manual de cuentos que fotocopió ella misma para nuestro taller.

Ponce es seco. Esa es la primera impresión que me deja y la más duradera. Pero si acaso todo el rocío que le llega de Coamo y pueblos adyacentes se condensa y materializa en una sola gota, que a su vez sea una sola palabra, entonces habrá esperanza para este taller. Y yo, sigo cuestionándome, como siempre, quién soy yo para hacer semejante juicio valorativo de este grupo, al que ya pertenezco. ¿No tendré yo mismo la culpa, por no hacer más? Hasta que se acabe la Cuaresma y llegué la estación de lluvia, será sólo con palabras que humedezcamos nuestras almas, a ver si el polvo, los mini tornados y la ceniza no acaban con la poca voluntad que nos queda de escribir.

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