Thursday, February 09, 2006

El Olor entre las piernas, cap. 68 Esta es una ciudad de nosotros

El olor entre las piernas
Cap. 68
Esta es una ciudad de nosotros

Mi amigo Eddie de la Tertulia, el que siempre me aconseja cuando caigo en tumbes de oscuridad gótica-medieval, me dijo que hay una frase célebre de Epicuro que dice: “pasa por tu vida desapercibido”. Según Eddie, existen dos tipos de personas, y estoy completamente de acuerdo: la gente exitosa y los underdogs. La gente exitosa alcanza una cierta felicidad, pero no viven la vida realmente, porque lo que viven es una fábula. Nosotros los underdogs a lo mejor nunca alcanzaremos la felicidad, pero nadie sabe vivir la vida más que nosotros, que la vivimos desde el golpe, la paliza y el sufrimiento.

En estos últimos meses, esta columna ha sufrido mis cambios temperamentales, mi falta de ganas de vivir, mi falta de ánimos para escribir. Aún así me mantuve escribiendo, porque para mí, escribir es un acto de sanguijuela, el producto de un hambre de la vida que se me escapa, la simbiósis parasítica entre el prana de los hindúes y este templo que se desbarata y se vuelve a montar cada tres días, como si estuviera hecho de piezas de los LEGO que tanto me gustaba coleccionar cuando era pequeño. Mi amigo Eddie se sorprendió cuando me escuchó decir que no tenía ganas de vivir. Y es que, según sus propias palabras, no había conocido a alguien tan parecido a él mismo, que viviera como chupándose la vida, robándosela gota a gota de éter, alguien con tanta habre de vida. Sé que lo he dicho muchas veces, pero decía Gore Vidal sobre Liman Frank Baum, creador de la afamada novela The Wonderful Wizard of Oz, que jamás autor alguno había mostrado so much wanting so as to create a whole new world for himself and others. Tanta querencia…

He descubierto que no sé nada de San Juan, a pesar de esta ser la columna número 68 de esta blogonovelacolumnaliterariamemoriademividacrónicadelaciudad. Y me gusta no saber nada. Me gusta sentirme como nene chiquito cuando llega abril, comprar una chiringa de las pocas que quedan en tiendillas del Paseo de Diego en Río Piedras, provenientes de la desaparecida Suárez Toy House, e irme al Morro a volarla. Me gusta caminar hacia Capetillo y maravillarme del vocabulario de los estudiantes de la escuela Vila Mayo, en su mayoría dominicanos, y el lenguaje tan profundamente distinto al que usamos nosotros (mucho más rico en palabras, para la edad de estos niños). Me gusta darme la vuelta por Carolina y escuchar el rumor de esa ciudad, tan similar y tan distinta a San Juan, un rumor que sabe y huele a puro reggaeton, pero con raíces muchísimo más viejas que en cualquier otro lugar de la isla. Me encanta cuando sale el Maratón de San Blas, y cuando uno de nosotros llega en sexto lugar, aunque sea un sexto lugar, de entre rusos y kenianos. Pero sobretodo, adoro esas ínfimas veces en que, entre sueños de marihuana, mi conciencia se une al dolor colectivo de la ciudad.

Tanta querencia… Me doy cuenta de que amo a Puerto Rico como pequeña gran ciudad de mierda y esmeraldas, a San Juan como pequeño viejo vestigio de una época esplendorosa que se nos fue y no nos hemos dado cuenta todavía. Y sobretodo me amo como un ser humano underdog que vive al filo de la katana, chupándose la vida desde la sombrita, sin que nadie lo sepa, sin sospecha alguna.

Después de todo, San Juan me vio crecido ya, y fue San Juan quien me consoló de no saber nada de mi familia. Porque no conozco la historia de mi sangre. No sé porqué cuando hablo inglés me sale en acento británico-irlandés, porque desde pequeño, siempre que preguntaba que pasó antes de nacer, mi mamá me contestaba con evasivas o me cambiaba el tema. –Tú eres muy chiquito para saber esas cosas. No preguntes, -era siempre su respuesta. He decidido que tal como la novela Everything is Illuminated de Johnathan Safran Foer, voy a contar la historia de mis genes a mi manera, inventándome lo que no sé, aunque resulte ser más un libro de fantasía que una autobiografía de corte de árbol genealógico.

Esta es una ciudad de nosotros, los que aún podemos sufrirla cada vez que renovamos el plan médico y perdemos el día sin poder lograrlo; cada vez que queremos llegar temprano al trabajo y el tapón de Bayamón a San Juan nos parte por medio; cada vez que llegamos veinte minutos tarde al cine por no encontrar parking en el multipisos; cada vez que un profesor se luce dándonos trabajo con cojones como si la suya fuera la única clase que cogemos; cada día que un cabrón mata a uno de tus amigos; cada vez que chingamos sin condón solamente para saber cómo se siente la leche caliente dentro de nosotros… Esta es una ciudad de nosotros, donde la dignidad es decir “que se joda, la última la paga el diablo”. Yo digo que la última la paga San Juan misma.

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