Thursday, September 01, 2005

El olor entre las piernas, Cap. 50, Tratados agripinos sobre la naturaleza mágica de la suerte

El olor entre las piernas
Cap. 50
Tratados agripinos sobre la naturaleza mágica de la suerte

Si hay algo en que la película The Matrix no falla en describir es que la ciudad es un conjunto de códigos binarios que pueden ser alterados por una mente mucho más fuerte que la ciudad misma. El ejemplo más clásico es los semáforos. Muchos no saben que las luces trabajan con programas basados en logaritmos estratégicos que van de acuerdo al área citadina. Yo siempre he pensado que los semáforos son entes mágicos hechos por gremlins que se esconden en el sistema de alcantarillado de San Juan, que jamás y nunca es como el de Nueva York, donde se jura y perjura que hay cocodrilos vivientes y prehistóricos, o como las alcantarillas genéricas de la serie Teenage Mutant Ninja Turtles. Sucede que es cierto, que sí son criaturas los semáforos, y que como todo en la ciudad, pueden ser alterados con un poco de suerte.

Conozco infinitud de personas que ante una luz verde lejana se inventan desde hechizos simples hasta complejísimos rituales para que la luz se mantenga verde. Tengo una amiga que jura que es telekinética, y hasta parpadea los ojos en rápida sucesión como la mujer telekinética de la desaparecida serie ochentosa The Misfits of Science, o como Prue, la bruja de la serie Charmed. Asimismo, tengo un amigo sordo parcial, que cada vez que va guiando en su carro por la calle, hace repetidamente la seña del color verde con su mano derecha. Yo, personalmente, lo hecho a la suerte.

Debería comenzar por establecer que la magia es un proceso muy kantiano, en el sentido subliminal del concepto. Porque es en lo sublime, la suspensión de los sentidos ante el terror y la fascinación que se siente por una belleza o fuerza superior al hombre, que la magia se da. Uno suspende los sentidos y entra en un espacio ajeno, pero muy íntimo, un trans-universo fluido donde el lenguaje de la magia, llamado en estos tratados, El Lenguaje del Origen, cobra una fuerza que actúa en el mundo regular.

Mi hechizo favorito para la buena suerte es, como ya saben algunos, el Rama Luckiaga Fortuna Majora Sortílega Ramiaga. Pero hay que hacerse de cuenta que la suerte es una criatura muy caprichosa, y que no hay que andar retándola. Asimismo, es una criatura a la que hay que coger siempre por sorpresa. Por eso, es siempre conveniente cambiar de hechizos, para siempre coger a la Suerte fuera de base. Se me ocurren varios encantamientos que podría compartir con mis lectores, aunque bajo la pena de la maldición contra el plagio mágico. Los otros días me llegó a la mente Luckia Ixxia Faccíla! Estaba en la parada de guagua y comenzaba a llover con algo de viento, lo cual no es nada raro en Cupey. Inmediatamente la brisa se aplacó, y la lluvia cesó toda actividad. Lo más suertudo no fue que el sol no salió, no cual hubiera subido drásticamente la temperatura de la tarde, sino que la C-18 apareció inmediatamente, regresando de Cupey de camino a Río Piedras, aún cuando la gente que estaba conmigo en la parada me había dicho que no la habían visto subir.

De camino a mi apartamento, pronuncié nuevas y exitosas palabras élficas y silvanas que hicieron que los semáforos se mantuvieran verdes para mí: Ghinean Ilia Ghanesha... Víllean Llena Absorta... Chánceaga Alluria Méllenas...

Se me ocurre que asimismo el amor es una criatura aún mucho más viciosa que la suerte, y que ambas están emparentadas. Pero en el amor, yo no meto la magia. Creo que no es ético, aparte de que nunca funciona, porque es una magia muy traicionera. Pero la suerte es otro campo, creo que en una ciudad como San Juan, no sólo vale la pena intentarlo, sino que hay que hacerlo. Pero ojo, los días deben ser oscuros y lluviosas para muchos, para que en el día de una sola persona en esta ciudad, las nubes tengan bordes de plata.

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