Monday, May 09, 2005

el olor entre las piernas cap. 14 osamentas

EL OLOR ENTRE LAS PIERNAS
Cap. 14
Osamentas


Llevo años coleccionando recortes de periódicos con noticias desastrosas, desde el hombre al que llamaban “Sócrates”, que asesinó a toda su familia de manera muy repentina en un pueblo de la isla, para luego suicidarse (prácticamente lo hizo así, pues familiares y amigos dicen que todo andaba bien, que era una familia modelo; tal parece que el tipo se levantó un buen día y dijo: “Hoy es un buen día para matar a mi esposa, a mis nenes, y ahorcarme”...), como las osamentas de un señor mayor y de sus perros que fueron halladas en un apartamento en el Condado, como la osamenta (aparentemente de un deambulante) que fue encontrada hace unos cuantos días atrás en una playa de la capital, hasta la muerte tipo Final Destination que tuvo una muchacha por Cayey, en plena carretera hacia Ponce, que está mejor detallada y reproducida en mi cuento “Maleficios” del libro Iones radicales. Es que la fábula la hemos ido perdiendo, pero no la connotación legendaria de la palabra, porque esa la hemos ido incorporando al lado oscuro de la fuerza: en los asesinatos a domicilio, en aquellos que son a puesta cerrada (que me acuerda un término que usaba mi papá, que era un half-breed británico y puertorriqueño que vivió casi toda su vida en Dublín, para referirse a problemas intrafamilias: “They are having a domestic”), en los crímenes sin resolver en las bodegas de los restaurantes de steak de isla verde, en el miedo colectivo de la gente que vive en el sur cuando les hablas de los Martínez, en la psicología misma del que los perpetra. Porque es que no alcanzamos a comprender, no sólo qué diablos se le mete a un ser humano en la mente para cometer actos tan despreciables, sino también por qué estos actos adquieren aspecto legendario de fábula con la rapidez con la que lo obtienen.

Será que es todo culpa de la era de la información. Será que el constante bombardeo de imágenes nos endurece la piel, pero no la imaginación, especialmente cuando nos acostamos a dormir y se cierra el consciente para abrir otra puerta. O puede ser también que nos estamos metiendo adentro cada vez más, en el mal sentido de la frase, porque ya no podemos bregar con el mundo, que cada vez va más para atrás. Yo me inclino por cualquiera de las anteriores. Porque las osamentas aparecen ahora en el apartamento de arriba en tu edificio, o en Ocean Park en la playa, o en las uvas frente al Capitolio, entre medio de alguna piedra escupida por el mar, en algún escondite de esta maldita ciudad, que cada vez más parece un cuerpo viviente, no como la describía Honoré, pero como la ilustran los hermanos Wachowski. Y lo peor de todo es que ya no podemos cerrar los ojos y meternos hacia adentro. El ruido es demasiado. Y los periódicos no se detienen.

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