El Olor entre las piernas, Cap. 9 El sexo
El sexo no es necesario. Pienso en el estrujarse de los cuerpos y en el hecho de que no siento mucho cuando se lo meto a algún hombre por el culo. Dedico mucho tiempo a meditar acerca de qué es lo mucho que me gusta de ello. No logro dar con una explicación. Es que tener sexo es salirse de proporciones, es perder la perspectiva clara de las cosas, por un segundo, un minuto, quince segundos, ese es el verdadero rango de tiempo.
Pienso en los hombres con eyaculación retardada con los que he estado. Yo soy uno de ellos. Al principio el juego del amor está bien, y de hecho, comienza con mucha calentura. Pero pronto es esa misma calentura, que se vuelve insoportable, asqueante, nauseabunda. Y no se trata de una quemazón de los atomos de la otra persona que se juntan con los propios. Se trata de una desesperación, que se torna peor en el caso de los que están “abajo”, unas ganas irresistibles de salir corriendo. Pero uno se queda, obediente, porque algo le dice a uno que eso es todo lo que hay acerca de esto, que así es que tiene que ser.
Decía Descartes: “Pienso, luego (a mí me gusta mejor, “por ende”) existo”. Tal parece que esa fue su forma de hacerse inmortal. Y es que cuestionar las cosas es alargarlas, estirarlas, hacerlas lentas, lejanas, extrañas… El sexo no deja de ser igual. Llegamos a la máxima pregunta: ¿Es esto todo lo que hay en el sexo?
He leído de todos los tratados amorosos que puedan haberse escrito en la Edad Media y rescatados en la época victoriana. Kamasutra, Ananga Ranga, El jardín perfumado, tratados eróticos de oriente, dibujitos pornográficos de baño de escuela elemental, étc. Todos hablan de posiciones, de chackras, de la luz interior y la conección con la fuerza primordial del universo. Pero ninguno habla de la bellaquería per se, ninguno hace un intento honesto de explicar el por qué de la bellaquera, y por qué nos atrae tanto y cuando nos venimos, lo primero que queremos hacer es salir corriendo. Ninguno explica el sentimiento de culpa. O tal vez no de culpa, pero sí de incomodidad.
No se trata de con qué tipos de cuerpos tenemos sexo. He estado con todo tipo de hombres: gordos, flacos, con penes curveados hacia arriba, abajo, de lado, con lápices y anacondas, con quenepas y bolas de baseball, con hombres de cuerpo de piedra y mente de gelatina, con hombres que sudan, inhalan y aspiran sexo… Y no tiene nada que ver.
Cosas que detesto del sexo: 1) que un hombre “liquee” por el pene; 2) que a un hombre le apesten las partes; 3) que a un hombre obeso que haya rebajado repentinamente, le cuelguen los pectorales como pechos de mujer vieja; 4) que al penetrar a un hombre, saque mi pene lleno de suciedad e inmundicia; 5) que me suceda lo mismo, pero al revés; 6) la selva de pelos en el pecho, la entrepierna, el ano; 7) que me caigan pelos en la boca en medio de un buen sexo oral… Sin embargo me encuentro en la encrucijada inconsciente de que he negociado todos estos elementos por una buena chichada, y a veces, por que no son tan buenas. Encuentro que he violado todos estos estatutos, cuando se me ha presentado la oportunidad de venirme por el culo, o venirme dentro del culo de alguien o en su cara.
Lo ideal, la perfección absoluta en lo que tiene que ver con el sexo entre dos hombres es lo siguiente: dos hombres, fuertes, robustos y musculosos. Uno debe verse más “nene”, el otro más “rough”. El rough se lo meterá al nene en todas las posiciones. Se va a venir en su culo. El nene se levantará, tomará al rough por la cara y se le vendrá a este en el rostro. Eso es a lo que todos debemos aspirar. Esa es la verdad absoluta, y por supuesto, esto no es cierto. Parece la receta para una película porno, pero lo cierto es que es a lo que todos apiramos, y a lo que no deberíamos jamás aspirar.
Me estimulan mucho los músculos. Debo admitir que hace dos semanas ví una mujer en Plaza las Américas, que tenía un cuerpo bellísimo. Era musculosísima, parece que por fisicultura. Tenía más molleros que todos los hombres que estabamos alrededor juntos. Y por supuesto, cuando pasó y por donde sea que pasó, arrasó con todas las miradas. Yo, que soy varón homosexual, gay, faggot, del otro lado, tengo que admitir que me sentí estimulado por aquella belleza, que era más fuerte que el odio.
Pero los músculos no lo son todo. Son nada, para ser sincero. Me encuentro meditando de repente, en lo más que me excita de un hombre. Y son sus cascos. Yo chicho con la mente. Me encantan los hombres que son unos bellacos intelectuales. Y es que me recitan poesía mientras me clavan. O gritan textos enteros de filosofía de Kant, mientras le halas el pelo y les escupes la cara. El intelecto está en la próstata de un hombre. Por eso es que muy pocas mujeres logran accesar otro lado de sus maridos que no sea el macho velludo animal chabacano que se hala los huevos por encima del pantalón enfrente de todos, y luego saluda con la misma mano.
Volviendo al tema del sexo, si es que en algún momento me he apartado de él, el estrujarse de los cuerpos produce picor, enferma, pero es necesario. Me encuentro contradiciéndome, pero la premisa se mantiene cierta, irrevocable. El sexo llama, quema si lo practicas, quema si no. Sería ideal chingar con una distancia de dos o tres pulgadas de distancia de persona a persona. Sí, eso definitivamente resolvería el problema.
Wednesday, April 27, 2005
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