el olor entre las piernas, cap. 66 Morderse la cola
Anoche Zisa me dijo que su madre tenía una gran capacidad para comenzar un cuento, seguir hablando de cosas que no vienen al caso, y retomar el cuento al final, no sin antes dejar a su audiencia impactada, porque todo lo que parecía no venir al caso, era crucial para su discurso. Me quedé boquiabierto, porque siempre he querido lograr algo así, desde que vi por primera a Abe Simpson, en la popular serie.
Sucede que hoy cai, por casualidad, en uno de esos edificios abandonados de Río Piedras. Me pareció extraño ver a un guardia municipal de los que va en bicicleta, entrando, y después a un chico que lo seguía. Cuando entré a investigar, me di cuenta de que el edificio era en realidad un hospitalillo y refugio de deambulantes. Había ropa usada, pero en buenas condiciones, tirada por todos lados, junto con jeringuillas, y bolsitas de plás tico vacías, cucharas quemadas y mucha basura. Pensé que mis pasos sonarían al pasar por encima de todo lo que era papel, y que rechinarían al subir las escaleras de madera barnizada, que en su tiempo debieron haber sido muy hermosas. Nada de eso, el silencio pareció consumirme enteramente. Muy sigiloso subí los escalones, hasta que los vi. El guardia tenía sus pantalones cortos en los tobillos, los calzoncillos blancos también, doblado y mirando hacia al otro lado del edificio, mientras el muchacho, un atleta de la universidad que reconocí inmediatamente, desnudo lo clavaba por detrás. No pude creer mi suerte, y deseé haber tenido mi cámara, que siempre llevo conmigo, y hoy la dejé. De repente, el atleta comenzó a rugir. Intuí que se estaba viniendo. Cuando sacó su miembro del culo del guardia, me di cuenta de que no tenía condón. A continuación, el atleta se “asumió la posición”, y el guardia lo clavó, también sin condón. Me avisó que estaba a punto de venirse, cuando sus gruñidos se unieron a los del atleta. Decidí que el espectáculo se había terminado para mí, y que era buena idea irme.
Río Piedras nunca deja de descepcionarme, me dije, recordando varios días atrás, cuando vi a una deambulante pidiendo en una luz cercana a la UPR. Vestía un brassiere deportivo blanco que acentuaba sus pezones y un mameluco de mahón azul. Lo más impresionante fue que estaba casi calva. Sólo portaba tres moñitos esporádicos de pelo. El resto de su cabeza tenía la piel desnuda, no afeitada, sino simplemente calva. El shock me obligó a darle el único $1.50 que me quedaba. Me lo agradeció diciéndome que porque yo era hombre era un cabrón, que todos los hombres son unos cabrones, y que ella se merecía más de $1.50, que me cagara en mi madre, y me los estrujara en el pecho. Pero no me devolvió el dinero.
Hace tiempo que no escribía. Se lo atribuyo al hecho de que me compré un carro, y no estoy viajando por transporte público. Ya no tengo muchas historias que contar. San Juan se me queda grande, Río Piedras se me infla, para dejarme solo, como si tuviera estrías en la piel que quedan cuando se pierde demasiado peso demasiado rápido. Aunque puedo escribir mi historia con los carros, que siempre ha sido una mezcla de ciencia ficción con realismo cruel teatral. Mi primer carro, cuando llegué a Puerto Rico, me costó $500 y era un Mazda 323 del 87’ gris. Siempre me dio problemas. Una vez por poco choco, porque fui a dar una curva y me quedé con el guía en la mano. Desde entonces, siempre le he tenido fobia a los carros, pero me da con nombrarlos. Aquel se llamaba “ El Buga”, abreviación de bugarrón, como el guardia municipal y el atleta (el último de estos sé, de hecho, que tiene novia). Al carro que tengo ahora no le he puesto nombre. Es un Nissán Sentra del 97’, de un color que todavía no lo gro identificar. Se parece mucho al color de las ixias, unas flores que crecen sólo en Lyon, Francia, que son tan pálidas que parecen transparentes, aunque portan una coloración azul acqua opaco. Lo que me recuerda, que esas flores las descubrí porque tenía una amiga en escuela superior en Hartford que se llamaba así mismo, Ixia. Tenía el cabello negro, largo hasta las rodillas, ojos achinados, o más bien, hawaiianos, y una cara muy hermosa. Solía estar enamorado de ella, aunque ya para ese entonces, sabía que era gay. Supongo que era uno de esos crushes que nacen del peer pressure. A Ixia le gustaba mucho ver pornografía gay.
La señora que me vendió el carro, sucede que es compañera de trabajo, maestra en la academia desaparecida de la cual jamás volveré a hablar, porque esa parte de San Juan se la comió mis oscuridad en uno de mis últimos espirales. Me dijo que el carrito estaba bueno, que sólo tenía 44,000 millas, que ella lo había comprado y que lo utilizaba para cruzar la avenidad Doña Felisa Rincón, esa que baja hasta Los Paseos, porque aunque ella vivía al otro lado de la avenida, no podía cruzar a pie para trabajar en la Academia, porque padecía de la rodilla. Lo que me acuerda que mi rodilla todavía duele, y que se acerca un espiral lleno de pesadillas de pierna rota, como se acerca otro espiral de sueños con estudiantes a los que he herido y hecho llorar, porque me he dado cuenta de que no sirvo para maestro, porque aunque tengo el don, no tengo la paciencia para bregar con niños. En fin, que la maestra quiere retirarse, y pensó en mí para que ocupe su posición. No sé qué decirle, porque me entusiasma la idea de cambiar de ambiente, dejar a 4to, 5to y 6to, para enseñar a 10mo, 11 y 12.
Al carro no le había puesto nombre, pero he pensado en varias opciones. Me vino a la mente “Pato Lindo”, en honor a Alex Trujillo, un traficante de drogas que anda prófugo, dueño de uno de los puntos en un residencial del que no me acuerdo, y que se viste de mujer. No sé, pero me seduce mucho la idea de que el dueño de un punto se vista de mujer, lo que me acuerda que mi amigo Daniel Álvarez me contó que una vez se tiró a un caco en una playa, que le dijo que quería que se lo metiera, pero que le diera un break en lo que se cambiaba de ropa, poniéndose un trajecito de mujer corto, de mahón, mientras Jamie Sunflowers, una draga muy conocida en la ciudad, lo ayudaba a vestirse. Me dijo mi amigo, que se lo metió así, porque qué diablos, aunque no le tripeaba la idea, estaba un poco ebrio y muy bellaco.
Pero creo que Pato Lindo es un nombre demasiado fuerte para un carro tan grande. He pensado mejor ponerle “Vampi”, en honor al atacante de mujeres que anda suelto por el país que se la pasa chupándole la sangre a la gente. Si yo fuera mujer y me atacara un salvaje de esos, le entraría a carterazo limpio, y le gritaría algo así como: “¡Estás cabrón! Te toleraría más que trataras de violarme, ¿pero esto? ¡No Señor! ¡Mi cuello me lo dejas quieto, so cabrón!”
En fin, creo que Vampi no es tampoco el nombre que busco para el carrito nuevo. Debo decir que mi malísima experiencia con los autos, ahora porque mi carrito nuevo está botando aceite por una de las juntas del motor, me ha inspirado dos cuentos, ambos rechazados durante años consecutivos en el ventiúnico certamen literario que vale la pena del país: el de El Nuevo Día. Los cuentos se llaman “Bleeding Hummingbird” y “Salem Lights”, curiosamente ambos ostentan títulos en inglés aunque son en español. Creo que si me da mucho problema este carro, haré lo que el personaje de “Salem Lights” durante el metapuff (como le llamo a la última halada de cigarrillo): tirarle la cherry en el charco de gasolina que botó por debajo y verlo estallar desde la distancia.
Me alegra el saber que siempre puedo contar con gente imaginaria como la mamá de Zisa, y sus cuentos que se muerden la cola. Creo que le llamaré a mi carrito, BUGA JR., en honor al guardia municipal, al atleta y a mi querido BUGA I por haberme servido fielmente durante 5 hermosos años de mi vida en esta magnífica ciudad.
Friday, January 27, 2006
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2 comments:
Bueno espero que Buga Jr, se porte bien y que te sirva por bastante tiempo. Respecto al policia y al atleta, me gusto mucho como descibiste el acto.
ahora soy yo que queda boquiabierta... sigo protestando que tienes que dar un avisito antes de una historia de'sos.
Te extran~o, come visit!
TwennyTwo
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