El olor entre las piernas,
Cap. 63 Puerta Ancha
En la calle Paraná, justo donde termina la Urb. Río Piedras Heights, a mano derecha, hay una gasolinera abandonada llena de fantasmas. No me di cuenta de cuánto tiempo hace que está abandonada. Debe llevar tres años la hiedra que se la va trepando, la hiedra la monta, y la gasolinera se deja montar, como una mambó en éxtasis de vèves, loas y gallinas muertas. Dije hace tiempo que quería escribir un ensayo bien Sci-fi. Creo que se me ha dado la oportunidad.
La gasolinera, que sé que era una ISLA, se presenta como uno de esos espacios en la ciudad que no ve todo el mundo, un lugar de esos ofuscados, escondidos por la velocidad misma de los animales de ciudad. Me detengo en esa parada, la que le queda justo de frente, y camino hasta sentarme cerca de lo que antes era una bomba. Ni siquiera hay ratas, ni cucarachas, ni hormigas bravas con sus frágiles hormigueros. Exceptuándome, solamente respira una nada fantástica, como la que amenazaba con comerse a la tierra de Fantasía, la que todavía se puede accesar via The Neverending Story de Michael Ende.
Me siento allí, en parte esperando ilusamente que me coma la nada. Sopla un poco de viento, y de repente, las nubes confabulan para ponerse todas grises y provocarme un momento sublime. Saco mi libreta. Esto lo tengo que escribir.
Reviso el letrero con el precio de la gasolina. Este establecimiento lleva no menos de 3 años abandonado, pues al momento de cerrar, el letrero leía 35 Premium, 32 Regular. Me viene una pregunta a la mente, que lugo desatará muchas preguntas más, porque mi momento sublime no terminará aquí, en este abandonado punto de la capital. ¿Cómo fue el último día de trabajo de esta gasolinera? ¿Qué diablos pasó que se fueron y dejaron las bombas y hasta el precio en el letrero? ¿Cómo la pasaron los que trabajaron allí por última vez?
Decidí entrar a la ferretería que le queda cerca pero más abajo. Le pregunté a un señor que parecía estar congelado en el tiempo, genéticamente. No tenía ni una sola arruga. Su piel era tersa. Era un hombre sumamente guapo de ojos claros, pero su cabello estaba lleno de canas. Me dijo que esa gasolinera había cerrado en el 2001 (¡tanto tiempo ha pasado y ni me había fijado! Debe ser la ofuscación, el mero despiste), que él mismo fue gerente y procedió a contarme el último día de la gasolinera.
Sucede que el dueño la vendió de la noche a la mañana, a un matrimonio joven que pereció en un accidente de tránsito la misma noche en que le pagaron al hombre en efectivo. El accidente fue aparatoso. Un conductor ebrio se comió una luz y los partió por medio. A la mujer la reconocieron por la caja de dientes. A los empleados no le dijeron nada, sino hasta el último minuto, cuando llegó el jefe a decirles que cerraran bien cuando terminaran su turno, que “estos son sus cheques de liquidación y buena suerte en sus vidas, desde mañana esto es de otra gente”. Abrió la caja registradora ante la mirada completamente sorprendida del hombre joven de pelo blanco que hablaba conmigo, sacó el dinero hecho, el petty, cuadró la ATH y se fue sin tan siquiera explicar por qué no le dio a los empleados un plazo de dos semanas para que se consiguieran otro empleo. La gasolinera jamás reabriría.
Cuando me dijo todo eso sentí como se me erizaban los pelos, producto de haber descubierto algo que nadie excepto yo podía saber. Lo cual no es cierto, porque nada de esta bochinche es cierto. No hay tal hombre de pelo blanco, y la gasolinera nadie sabe qué carajo pasó con ella. Esa es sólo mi teoría, aunque es cierto que para escribirla, tenía que bajarme de la guagua.
Volví a montarme en la C-18, mientras un millón de preguntas me asaltaban la mente: ¿Cuántos cuadrados verdes, blancos, amarillos y menta posee la fachada del edificio nuevo situado donde antes estaba el Fondo del Seguro del Estado, en la calle que antes era la Ave. Ponce de León en ruta hacia Cupey? Porque ambos, el edificio y la calle han quedado innombrados. El edificio tiene una bonita fuente siempre encendida, pero no tiene título, y nadie sabe qué carajo es y para qué sirve ahora. Sólo queda su pasado. Próxima pregunta: ¿en qué momento la Ave. Ponce de León se dividió entre ésta, la carreterra vieja de Caguas, y la “viejísima”? ¿Cuántas gotas de lluvia tienen que caerme en el pelo para enfermarme, y por qué cuando me ducho no me enfermo, si gua es agua dondequiera que esté? ¿Es que el agua de lluvia tiene una composición química significativamente distinta que me produzca grandes cantidades de flema? ¿Cuántas estudiantes de intercambio tiene que pasarme por el lado con sus paraguas en Río Piedras antes de que saquen un ojo?
En mi CD Player, Mima me mima hablándome de una puerta ancha. Santo camino furtivo. Eso es lo que es Río Piedras, un camino lleno de elementos furtivos, escondidos, la ciudad per sé es eso, una ciudad no apta para despistados, obtusa y ofuscada. Una ciudad de ciencia ficción para miopes psíquicos que ven más allá. Antes no era así, y me pregunto si en el futuro, y aquí entra el cuestionamiento Sci-fi, tan necesario para la Sci-fi, Río Piedras y San Juan seguirán destapando sus lugares íntimos como criaturas heridas enseñando las vísceras. Antes no era así. Recuerdo cuando tenía cuatro años, par de meses antes de irme de Puerto Rico. Mi mamá me llevaba en guagua al Paseo de Diego. Todas las tiendas estaban abiertas. Había mucha gente y daba gusto ir a comprar allí. Ahora la mayoría de las tiendas cierran al poco tiempo para vender sus espacios a gente que montará otras tiendas que cerrarán a los tres meses. En los ’80, San Juan era más funcional. Pero ahora, estando tan desnuda, tiene más sentido.
Monday, December 19, 2005
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2 comments:
Cuando miramos las cosas desde la perspectiva del desnudo. Imaginar ciudades, personas, sitios, etc sin ningun manto que los cubra es mas facil entenderlos. Algo abstracto y hasta un poco dificil de practicar, pero vale la pena.
Saludos
Oye, loco, felicidades en la temporada como no celebro queria saludarte como quiera.
I miss you! Espero que todo esta yendo super bien.
peace
TwennyTwo
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