Sunday, October 02, 2005

El olor entre las piernas, cap. 55 Ciudad tuberculosa

El olor entre las piernas
Cap. 55
Ciudad tuberculosa

Sucede que todos los años, más o menos para esta época me viene una tos seca que no se me va con facilidad, producto del polvillo del Sahara. He repensado mi papel en Río Piedras, y me he dado cuenta de que ésta no es una ciudad para asmáticos. De hecho, el país entero no lo es. Ni siquiera las lluvias torrenciales de Septiembre pueden agarrar el polvo, gota a gota, y tumbarlo hasta dejarlo inerte en el piso como el fango de nuestros corazones.

Sucede que dije que no iba a decir nada de Filiberto porque no tengo nada inteligente que decir al respecto. Hoy pasé por donde antes estaba el McDonald’s, justo al lado del restaurante Guajanas, en el mismo bloque de la librería La Tertulia, frente al Burger King, por los comienzos de la interminable Ave. Ponce de León. Entre los millones de graffiti que aparecieron por arte de magia la mañana luego de su asesinato, apareció un hermoso retrato en aerosol de Filiberto Ojeda Ríos. Ya lo había visto la semana pasada. Hoy vi las velas y las flores que han dejado frente al graffiti. Se me ocurre que la ciudad lo está llorando a su manera, como llora Río Piedras sus penas, a solas, a escondidas, cuando duermen sus habitantes. He decidido que quiero dejarle una vela y un ramo de flores yo también, aunque no sé realmente por qué. Debe ser que en momentos como éste me invade la pena profunda y tan exquisita de vivir en la ciudad, o tal vez coqueteo con la noción romántica de la muerte que me espera, o a lo mejor ninguna de las anteriores. A lo mejor es pura depresión porque me dijo la doctora que la maldita tos puede ser tuberculosis.

Me quedé sorprendido cuando me lo dijo. Llevo tres semanas que no escucho mi verdadera voz, tres semanas en las que tengo que tener cuidado hasta de la forma como respiro, cuidado de no hacerlo muy profundo, ni demasiado rápido o demasiado lento, por miedo a los ataques de tos de cruz. Llevo tres semanas sin poder cantar por las mañanas las canciones de Tori Amos y Nightwish. Llevo tres semanas teniendo pesadillas de que me voy a quedar irremediablemente sin voz y que jamás podré volver a recitar uno de mis poemas en un open mike. Este ha sido el peor de los ataques del polvillo del Sahara en mi cuerpo.

Coqueteo con la idea de comenzar a toser sangre. Eso marcaría el descenso hacia el romanticismo negro de Río Piedras, un romanticismo al que no puedes pertenecer a menos que seas gótico, o en el mejor de los casos, te veas como uno, con faldas largas negras, gabardinas calurosas, y exceso de maquillaje. Yo siempre he dicho que lo de gótico lo llevo por dentro, en la música que escucho, en la poesía que escribo, en lo torturada que es mi alma, porque es riquísimo buscar nuevas formas de tortura para uno mismo. Esta columna misma es eso.

Sucede que ayer comencé a escribir con Rosalina, mi amiga de Adjuntas que se fue para España por un año entero. El título de la novela, por ahora, es “El orgasmo de la orquídea”, aunque me seduce mucho más algo así como “Tus ojos de alquitrán”. Es una novela porno-futurística con mucho bestialismo, donde las mujeres tienen sexo con hombres-zorro y arañas humanoides mutantes, y los hombres follan con delfines e hijos de vacas. Muy interesante. Ayer comenzamos a escribir bajo el lente de la personaje principal, una mujer bellaquísima conocida solamente como Vanderbilt. ¡Y los diálogos! ¡Dignos de Almodóvar! Al terminar la tercera página a espacio sencillo estábamos tan bellacos que nos dijimos buenas noches y cada cual para su cuarto a bregar con su soledad y sus pesadillas. Buda sabe que Río Piedras nos hace eso a los escritores, nos separa, no importa cuántas actividades de open mike planifiquemos para que se unan las revistas literarias, cuántas presentaciones de libros hagamos como excusa para ver a ese amigo escritor o esa amiga literaria que hace año y medio no vemos, Río Piedras y San Juan como tal, nos dividen la tribu.

Sucede que extraño mucho a mi amado nuevo hermano mayor Mo. Hace ya una semana que está en África. No puedo esperar a su regreso para abrazarlo y decirle cuánto Río Piedras me hace extrañarlo. Él se fue antes que mataran a Filiberto. La noticia nos ha estremecido a todos.

No he dicho que cuando vi las flores y las velas, vi también a una señora muy mayor ya, deambulante, empujando su carrito de compras lleno cachivaches. Tengo una debilidad. Siempre le doy dinero a las mujeres deambulantes. A los hombres no. Pero las mujeres me inspiran otro tipo de compasión. Siento que es mi madre la que empuja el carrito. A mi madre siempre le han gustado los gatos. Y esta mujer, frente al graffiti de Filiberto, acariciaba un gatito bebé, probablemente tan abandonado en la Ponce de León como la mujer que lo acariciaba. Abrí mi paraguas porque comenzaba a llover. La mujer tomó el gatito en sus brazos y comenzó a cantarle, cobijándolo de la lluvia dentro de su blusa raída y manchada. La compasión de Buda todavía existe en este país... pensé. La lluvia cayó inmisericorde y me retiré temiendo que si me mojaba al otro día tosería sangre y perdería la voz para siempre. Mi nueva pesadilla. Como el polvo en el aire, que hasta eso no viene de aquí sino de afuera. Ese polvo que no hay diluvio que tumbe y convierta en fango que se traguen las alcantarillas de esta ciudad. Esta ciudad tan tuberculosa.

1 comment:

nicolececilia said...

elijah snow, qué nombre es ese. te seguí desde la pág de yara, y me quedé pegá... ahora voy a tener que leerte siempre. bah.