Sunday, October 02, 2005

el olor entre las piernas, cap. 54 La máscara veneciana

El olor entre las piernas
Cap. 54
La máscara veneciana

Sucede que hace como tres años, una de mis mejores amigas, la excelente artista plástica, y por supuesto, la desconocida artista Maribel Cruz Cortés se fue de viaje para Europa durante un verano. Cuando llegó, me trajo una minúscula estatuilla de la Torre Eiffel hecha de pewter. Se trajo consigo una preciosa máscara de carnaval de Venecia, negra con plumas carmesí y lentejuelas escarlatas, destellos dorados y diseños elaborados en amarillo. Pronto me dijo que se las ingenió para encontrar un método plástico para la fabricación de nuevas máscaras. Enseguida le pedí una. Hasta le hice el diseño, porque quería que fuera única, y la deseaba para la prestigiosa parada de Halloween de la Ave. Ponce de León, frente a la discoteca Eros, donde numerosa cantidad de locas exhiben disfraces confeccionados con la mitad de sus respectivos salarios anuales. En fin, que me quedé esperando por la máscara, y que fue anoche, luego de pasados tres años que por fin me la entregó. Más bien fui a la casa, su roommate me la enseñó y me la tumbé. Al dorso de la máscara (que debo decir quedó muy bien hecha, aunque no se parece en absolutamente nada al diseño original, lo cual está perfecto porque quiere decir que hubo un auténtico proceso creativo envuelto) escribió las siguientes palabras:

Autentica Laborazione Portoricana
Mara

Hoy fue la presentación del libro de Mayra, el que hace año y medio o dos le co-edité. Ese libro, Sobre piel y papel es hijo mío también. Me sentí bien en mi presentación, al poder compartir con mis compañeros de taller que hacía mucho no veía, y a quienes mencionaré porque les deseo en la escritura mucha mejor suerte que la que sea que me depare a mí el futuro, porque son mejores que yo, y porque no en la medida que esté a mi alcance no los dejaré en el anonimato. Allí estaba Jacobo, siempre silente y con muchas ideas de hombres-lobo y posibles cuentos licántropes pasando por su mente; la Súper Bárbara, la genial Bárbara, la teatrera Bárbara, a quien siempre me gusta besar en los labios cada vez que tengo oportunidad; Yolanda, mi amiga testigo de Jehová, la única que realmente admiro por sus callejones sin salida, tan oscuros, tan malignos, tan ella; a Nina Baldeón, por quien profeso un odio platónico por culpa de los revoluces y las desinformaciones acaecidas durante la pasada huelga de estudiantes, a quien quisiera odiar más todavía, pero simplemente no puedo; a Abdil Javish, compañero escritor del libro Cuentos de Oficio, a quien siempre he querido conocer más y nunca he podido; a Adriana Godreau, quien me sorprendió exquisitamente con su poesía tan endiablada y encabronada; a mi tan chula Alma Rivera, que eso, mi alma más reversa, más permanente, la más mía; a Karina Claudio, la poeta compañera también de Cuentos de Oficio, que siempre me ha impresionado con su voz de Sadé, su voz narrativa tan calle, tan vida vivida, tan vieja y madura para su edad; y por supuesto, a Axel, a quien vi de lejos y no quise saludar, aunque me moría de ganas por ir, darle un abrazo y hacer las pases. Pero no pude, porque en ese momento me acordé de mi máscara veneciana-portoricana, una máscara que he hecho para mí mismo con hechizos-muralla y budismos extraños. Esa máscara que llevamos todos para que no nos duela lo que hinca y saca sangre, esa máscara no me la pueda quitar todo el tiempo como hacía antes. No cuando soy tan débil, porque soy débil y cobarde, y mi dominio del español es pésimo, y creo que soy hasta impotente, y la mayoría de mis síntomas de HIV son pura hipocondría, aunque se sientan tan real, y soy un comprador compulsivo, y soy impulsivo y emocional hasta para escribir ensayos, que nunca me quedan bien, por eso este libro es más una crónica, o una novela libre, o unas memorias, o una cosa extraña, porque eso soy yo, una cosa extraña, un elemento foráneo, un bicho raro, y no tengo miedo de admitirlo.

Mayra leyó su “nota de la autora”. Fue lo único que leyó en la noche. No le tomó ni cinco minutos. Y cuando llegó a la parte donde sale mi nombre en sus agradecimientos, dijo: “Por último, quisiera agradecer a mi estudiante, mío, mío, muy mío, David Caleb Acevedo...”. Lo dijo, sonreí y quise llorar. ¿Qué importa que el premio Olga Nolla se lo haya llevado Javier Ávila nuevamente? ¿Qué importa el hecho de que eso desprestigie el premio y que los espacios para los escritores nuevos se cierren otra vez ante el in-breeding académico? ¿Qué importa si a lo mejor cumplo los 30 y nunca me llevo el cabrón premio? Hoy realmente no importó, porque me lo agradeció Mayra. Porque me dio lo que realmente yo quería: el reconocimiento público de una labor bien hecha, que es lo que siempre he querido realmente, porque después de todo, yo tuve ese libro conmigo durante todo un semestre, y ese bebé lo parimos todos los involucrados.

Al final de noche me despedí de ella, y me despedí de alguien a quien tenía muchas ganas de conocer, a su amigo de siempre Moisés Agosto. Algo en él me apela muchísimo y me seduce. Podría fácilmente ser físico, y alo mejor si lo dijera así de plano, no pecaría de irme por el cliché de decir que a lo mejor no, que la cosa va más allá. Es un escritor bellísimo. Me recuerda mucho a estos escritores guapísimos que me encantaría conocer como Edmundo Paz Soldán y Pedro Cabiya. Pero después de todo, creo que se trata de tener un modelo qué seguir, una figura de hermano-mayor-escritor-HIV+ to look up to. Me gustó mucho por fin haberle dado un abrazo.

Finalizada la actividad, me fui al Burger King con mi máscara en el piso, porque andaba entre verdaderos amigos: Bárbara, Yolanda, Jacobo y la señora alta y blanca que siempre acompaña a Yolanda que siempre se me olvida su nombre, pero que es una chulería también. Hablamos sobre Axel y su gran ego, sobre mí y mi gran ego, y sobre la noche anterior, en la que había tenido lugar el launch del 4to volumen de la revista Tonguas. Hablamos de Alberto Martínez, a quien adoro muchísimo y quien vino al launch y a declamar poesía desde Aguadilla, con lo cara que está la gasolina, y de su chanchullo contra Mayra, precisamente por el libro Sobre piel y papel, de nuestros chanchullos personales contra Axel, de mi repentina despedida de Derivas a causa del capítulo “Mary Poppins Revisited” de El olor entre las piernas, y de sus peleas con Jennifer, una escritora insulsa de la Universidad del Sagrado Corazón, con quien Axel sostuvo una de sus peleas de ego de 14 páginas de e-mail o más. En fin, nos reímos muchísimo, y nos pusimos tristes también, porque al final, cuando nos despedimos que cada cual se fue para su casa, me puse la máscara nuevamente, mientras me preguntaba cuál era el uso de hacer actividades como las de Tonguas, tratando de unir los escritores en bonita confraternización, para que después estemos tirándonos con balas más mortales que las perdidas en días festivos, balas súper letales porque salen sin filtro de gutura y garganta. Me puse la máscara y me tragué mis excusas porque yo también soy culpable de lo mismo, y por ello, aunque me resisto con todas mis fuerzas, sé que algún día voy a salir corriendo, en uno de esos arranques delirantes de los míos, a pedirle disculpas a un viejo amigo que me dio la oportunidad de pertenecer a un proyecto como Derivas, desde que el mismo estaba en pañales.

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